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Obra «Pelea de gallos» de David Oliveira

Pelea de Gallos - David Oliveira

 

Crítica de arte
«Pelea de Gallos” de David Oliveira
por David Roldán Eugenio.

El Mediterráneo se recuesta sobre una pelea de gallos. El Mediterráneo no es geografía, es relato de dos perros ladrándose, del duelo a garrotazos, las bodas de sangre o los romanos y sabinos. En la pelea de gallos acontece el mundo y la historia del hombre, se consume el paisaje encendido de la granja y la taberna. Pero David Oliveira (1980) no impuso el gallo sobre otros tantos animales. El gallo lo impuso la pertenencia a una tierra y a una historia. Ha habido gallos derrotados, gallos de bodegón como el de Gabriël Metsu, y sin embargo, con el gallo Oliveira no participa en la quietud, sino en la guerra y el abrazo, en la necesidad animal y humana de derrotar, en el retrato del contrapunto entre el victorioso que realza el vuelo y el que, aún sin saberse derrotado, se deja caer.
Tras la majestuosidad y exotismo de otros animales, las ramas quebradas creciendo en los estucos de los palacios y las anatomías kokoschkianas, Oliveira trae el cainismo decorativo propio de la pintura costumbrista. En la pelea de gallos, Oliveira establece el lugar de encuentro entre la modernidad escultórica y la tradición de la pintura de género (la cotidianeidad de Pieter Brueghel el Viejo o de las miniaturas medievales de los Hermanos Limbourg). En la batalla a pleno vuelo se anuncia el norte y el sur, los temas del pasado y las técnicas del presente, las vanguardias ya lejanas y los nuevos materiales y perspectivas. Quizás Oliveira recuerde los anecdóticos detalles de las representaciones de la Arcadia Feliz, los corrales del norte y del sur, la orilla sucia de los ríos que visitan la ciudad. Los animales de Oliveira son cómplices de épocas y relatos pasados, figuras atemporales de evasión y conciliación. Son animales nuevos, vistos por vez primera, aunque familiares en los patios holandeses de Pieter de Hooch.
Uno camina en torno a estos gallos y no percibe cuerpos suspendidos quebrando los márgenes escultóricos, sino pintura inaugurando su independencia del soporte. En la frondosidad del alambre, en este buqué de plumas, el color mediterráneo se impone sobre cualquier percepción escultórica. Hay dibujo: el trazo expresionista marcando el aire al modo de Kokoscha. Y hay, ante todo, luz. Hay luminismo y reminiscencias de los corrales de Beruete, hay materia lumínica entre los hilos de alambre. Hay escultura resurgiendo entre las plumas deshilachadas y el vacío de los cuerpos. Oliveira inicia una nueva escultura conceptual figurativa: es la interactuación con el individuo, su paseo y las variables perspectivas y luces, las que inician la performance de esta pelea de gallos. Es el encuentro entre la luz y el vacío, el vacío y la sombra, los huecos y la mirada, los que hacen de esta una escultura. Aún en el terreno de lo figurativo, Oliveria redunda en uno de los principios del arte actual: no existen formas, estilos, técnicas, soportes impermeables. Estos gallos nacen del lápiz y de la negación de la materia sólida. El motivo del gallo no habla de nada nuevo y desconocido, pero quizás Oliveira ha inaugurado el lenguaje más preciso para la supervivencia de los viejos temas en esta interminable era de la posmodernidad.

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