Listado de la etiqueta: Poesía 3º Número

Tantas palabras formando muros,
cadena sobre mi cuello.

En la esquina, el tendero habla de números
como nombrando flores
en el jardín de las monedas.

En casa los inquilinos se escuchan
como si lanzaran rocas al fondo de un charco.

Algunas voces son ríos
llevan el rumor del agua entre los dientes.

Hay ecos que permanecen,
que me despiertan en la madrugada
para darle de comer a sus hijos.

Otras voces son molinos,
hacen polvo los vocablos.

Yo me derrumbo sobre la cama
me tiendo en la espesa contextura del silencio,
me dejo habitar por todas las palabras que me han recorrido.

Pienso en devolver las letras a su origen
desnudas y libres del peso de mi lengua.

«Conversaciones» Luisa F. Jaramillo.

Poner diferentes bigotes
a la luna,
pasatiempo del gato.
*
Amanecer.
Por fin huecos de luz
entre los libros.
*
Si no baila el viento,
las palabras perdidas
lo zarandean.
*
Casi es un ala la forma
de la luna.
¿No volverá?
*
El primer viento que pasa
se lleva la soledad
a otro árbol.

*
Camino solo.
Una hoja de la calle
se da la vuelta.
*
La luz,
un muerto que no supiera
cerrar los ojos.
*
Cubro huecos en el papel
hasta sentir las manos
vacías.

«Haikus» Aitor Francos.

How many places in the body
were made to be destroyed once?
Sharon Olds

No sé cómo he llegado aquí,
y si lo supe, no lo recuerdo.

Quizá fue el calor a mediados de diciembre
o el río, que lo atravesaba todo,

partiéndolo en dos:
norte-sur; presente-pasado; tu piel

y el resto. Yo sólo quería beber.
Quería pararme a descansar

para continuar el viaje.
Y en su lugar, alguien tendió la mano

sin que pudiera evitarlo.
He vuelto a encontrar el asombro de tenerme cerca

al tenerte cerca. La primera noche
tras el verano. El río que creyó morir

tras escuchar a un cuerpo
desbordarse al beber sus aguas.

Pero es el cuerpo quien elige cuándo y dónde
se ha de quebrar:

¿qué otra cosa puede romperse
más de una vez?

«Sevilla, diciembre, 26ºC» Emily Roberts.

Todos los solos y los locos de Madrid
dentro de mi mano

poder cerrar el puño,
sin aplastarlos,
acercarlos a mi corazón
y recogerlos.

Yo me conmuero y me condolo
de las largas soledades que caminan
o montan su teatro sobre el suelo.

Qué lejos de ellos está la mano.

Con qué ferocidad sus vidas
se han hecho tan ajenas
de aquella caricia primera
que los acogió y posó
entre dos senos.

Aislados entre el mar,
náufragos en sí mismos,
destacan como estrellas en el cielo.

Mis locos y esperpénticos amigos
son cómicos con un penoso sueldo.

«Todos los solos y los locos de Madrid» Juan Carlos Polo.