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Zéjel cada vez nos es más ajeno. Lo que empezó como un proyecto casi íntimo, ahora amenaza con caminar sin nosotros, ya sabe hablar y quiere tener voz propia. Como un niño que se pierde por diversión en el centro comercial, se nos escapa entre la gente.

Ante esto, solo queda una opción, dejarlo ir. Y para que crezca, compartirlo.

Seis años y siete números de esfuerzos y satisfacciones han constituido lo que hoy tenemos frente a nosotros. Nos ha acompañado la suerte tanto como el trabajo y el celo. Tras el telón recordamos todos los traspiés. Y frente al escenario parece que queda un generoso recuerdo.

A veces, estamos tentados de comentar todos los accidentes que se han dado en esta casa. Para mostrar nuestra humanidad, huir de ideas equivocadas de perfección y permitirnos a nosotros mismos nuestra propia naturaleza imperfecta.

Y aunque en esta plaza vengan otros colegas a dar de sí lo mejor, quiero pensar que seguirá manteniendo el mismo rostro este niño como para reconocerlo en un futuro. Y habrá en él la genética de sus padres, aunque ya haya cambiando mucho por el tiempo.

Yo me rebelo ante los que han intentado desde fuera contaminarnos con la semilla del resentimiento. Porque Zéjel es y debe ser un juego, una amorosa fiesta, pese al inherente esfuerzo.

Si hay algo que valoro de Zéjel es su inutilidad. Y es que lo superfluo, en contra de lo que pueda parecer, es lo más importante. Ahí es donde reside la verdadera humanidad.

Hoy más que nunca debemos reivindicar la labor de lo innecesario, hoy que el mundo se hace gris y tristemente serio por tantas cosas y fuerzas que quieren reprimir lo plural y aplastan la belleza. Lo superfluo, en términos orteguianos, ha de reivindicarse. Lo inútil, lo innecesario es la clave y la gran diferencia.

¿Cómo sería el mundo si hace miles de años nadie hubiera rasgado con conchas la superficie de unas vasijas sin más objeto que la belleza? ¿Si no se hubiera esforzado nadie en hacer del ruido música, del refugio hogar, de la ropa moda? Este esfuerzo en lo incensario, por sí mismo, es lo más particularmente humano de nuestra existencia. Y crea esta segunda naturaleza que habitamos afortunadamente, un mundo rodeado de necesidades inventadas. Inventadas, secundarias, pero a la vez tan imprescindibles para nuestra vida tal y como la comprendemos.

Porque vivir no es únicamente estar en el mundo, sobrevivir, sino bien-estar, estar bien. Y por ello una industria antiquísima se levanta invisiblemente al rededor de nosotros. Donde Zéjel ha de contribuir, siendo un canal para todo lo extraordinariamente innecesario. Sin lo cual, el mundo sería completamente diferente.

«Lo superfluo, en contra de lo que pueda parecer, es lo más importante» Juan Carlos Polo Zambruno.