He de merecer esta tierra que engullo cada día.
Esta nostalgia cruel en que llevo
sumergido treinta años sin que los frutos de mi casa nazcan
gloriosamente por el globo,
y se expandan dóciles en cada puerta cerrada
y en los lodos estériles
y en las almas hechas añicos
y en los cementerios umbríos en noviembre.
En cada lugar que piso y pisas
-tú lo haces siempre mejor que yo: pisar y pasar-
no es que florezca nada, sino que hacemos el amor
con los ojos,
por el camino virgen del espacio que separa nuestras miradas.
En cada lugar que piso y pisas
deja de morir una especie que no conocemos
y somos mesías inconscientes,
no fundadores de dogmas.
Somos tan sencillos al final que tiemblo con la palabra Amor.
Yo merezco esta tierra y este aire regalado
de cada día,
aunque sea brevemente por una vida;
debe valer, servirme, tan sólo una vida
para comprender que la misión a cumplir
no es otra que sostener el mundo
de otro.
«He de merecer esta tierra que engullo cada día» Israel Álvarez.
«Zéjel es, en primer lugar, un acto de amor» Juan Carlos Polo Zambruno
Zéjel es, en primer lugar, un acto de amor. Nace arropado en el cariño de cuatro amigos que han aprendido a amar las mismas cosas y, entendiéndolas como una herramienta imprescindible, se han empeñado en no abandonarlas.
Amor a la letra fecunda y fecundada, a los muertos persistentes en el tiempo, al pensamiento que derrama semillas y germina, al hambre y al pan que no está hecho de harina ni quiere harina pero sacia, a la imagen que inunda, a la música que ciega y al espectáculo que paraliza. Amor a lo bello que produce el hombre, como da el árbol sus frutos.
En el mundo que hoy habitamos donde millares de personas encuentran su nicho salado en el mar o se consumen en un destierro que nunca se recompone entre fronteras, con una Europa cada día más pequeña, la guerra en el cuadrado iluminado de nuestras casas siempre presente, la amenaza constante como sustrato donde plantar cada nuevo día y un infinito de manos que no pueden trabajar una dignidad con la que vestirse. Este mundo que hoy vivimos, nos impone con demasiada rigurosidad ser conscientes de las peores producciones de los hombres y es por eso que se hace aún más pertinente que nunca la creación de una revista como esta.
Zéjel pretende recolectar dentro de su humilde forma parte de las muchas cosas bellas que hacen hombres y mujeres a lo largo del mundo y no encuentran, desgraciadamente, todos los canales y afluentes que se le deben para que pueblen nuestra vida y la compongan con la misma presencia con que lo hace lo atroz.
Grano o montoncito de arena, Zéjel nace con este propósito y cada ejemplar no será más que un menudo acto de amor y de generosidad. Convencidos de que Borges no se equivocaba cuando en su última aparición en público, como cuenta el mismo Fernando Arrabal e incluye en su película dedicada al escritor, concluyó diciendo “conviene vivir generosamente, generosamente, generosamente…”.
Es con esa sana generosidad con la que los creadores nos ceden sus obras y se prestan a la composición de un número como el que hoy se presenta en las páginas sucesivas. Manos y huesos y tendones de muy distintos lugares y tiempos han compuesto estos frutos que hoy aquí recogemos y os presentamos como un plato necesario convencido de su valor.
«Zéjel es, en primer lugar, un acto de amor» Juan Carlos Polo Zambruno.