«Plano de la ciudad» Narciso Raffo
y el mar tuvo que llenar todo mi hueco
Juan Ramón Jiménez
La primera impresión que tuve fue la de estar en cualquier parte: en un centro irreconocible que sin embargo se me antojaba fastidiosamente familiar. La densidad reticular de las calles indecisas que en su fijeza centenaria tiemblan como hojas, la altura de los insolentes edificios que de alguna forma —y he de decir que con celebrado éxito— esconden en el interior de la ciudad algo que ya hace tiempo que olvidaron. A veces pienso que en lo más recóndito de ese centro está, como descansando en su hermoso nido, la nada, y que esta ciudad no es sino la reificación de cuanto temo y amo: la vida. Una vida que se vive en su bajeza, que se distrae a sí misma mientras pasa, que no es más que una sucesión de cáscaras. Como estas calles —que ahora sí— me llevan donde el mar, que no es certeza sino presagio, no horizonte sino hondura. Aunque hay otras veces que no me da por conformarme, y no me vale el laberinto, la relajada estética de los balcones. Y busco de nuevo aquello que me aterra, que a todas horas me llama, si no el vacío qué será: algo de una trascendencia insólita —como volver a verte, por ejemplo—, algo que debiera ser como un dios minúsculo a la espera de su origen. Entonces ya no hay cerca que te esconda, ya no hay muro que te guarde, y voy a dentelladas. A pura sangre me desgajo en los rincones. Por ti. Por ti. Pero de pronto caigo: me he acostumbrado a tus límites, a la inmanencia de tu ausencia, a trazar lazos de luz sobre las cosas, a este umbral a ciegas. Llegado ese momento deseo que el mar irrumpa con bravura, engullendo la ciudad, y así comience por descentrar los centros, buscando siempre dañar el daño; perder tu pérdida; esconder este escondite.
Alghero, abril de 2017.
«Plano de la ciudad» Narciso Raffo.
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