Al llegar a la ciudad no encontró nada. No había calles ni brazos de luz. Sólo el océano se escuchaba como un descanso extraordinario en la mente de los hombres. La familiaridad del agua traía la tierra mezclada y perdida de los viejos romanos y la América diamantina. De la cornisa del mar pendía un puerto distraído por el grito único de los marineros y mercaderes. Los últimos, decían, comerciaban con la palabra lenta. Discutían su origen, si provenía de la cárcel cervantina o de la soledad de Tucumán, si antes había sido grabada en las joyas de los banqueros toledanos o traída por los los tartésides, visigodos, los gauchos o Cortázar. Ni las perspectivas mágicas de Torres-García ni el orden de los siglos adivinaban el extraño origen. Había nacido, ella misma, en dos ocasiones, en dos lugares distintos. Su patria era el viaje eterno hacia la otra casa caliente que la recordaba.
«Al llegar a la ciudad…» David Roldán.