Il est bel et bon, commère, mon mari. (…)
Il ne me courrouce, ne me bat aussi.
Il fait le mènage, il donne aux poulets,
et je prends mon plaisir.
Pierre Passereau, S. XVI

En esta cantimplora que acarreo
llevo un marido líquido: no lo bebo a sorbitos
para entrar en calor, sino que lo transporto, lo observo
y lo mantengo intacto. No se lo ofrezco a otros para que se reanimen,
como sin duda haría un perro San Bernardo.
Tampoco él me acaricia, porque es líquido,
pero como las manos que me dan por la calle
resultan ser de cera y fundirse al momento,
es lógico pensar: “la que pertenecía a mi marido líquido
está en la cantimplora, derretida”.
La agito y algo suena: es la alianza,
que aún no la vendí.
Se desperdiga el marido por toda la botella de aluminio
en el furor de un baile sin trabas ni ataduras.
Ya no lo reconozco. Ni siquiera me habla,
pero hace compañía porque pesa
y otorga contenido al recipiente. Es el tapón de rosca
el modo más fiable
de asegurar su presencia en mi vida.
Mientras tanto, cansada de ser Calipso para otros,
ya no prometo la inmortalidad
a cualquiera que se acerque a besarme.
Antes bien les ofrezco listones de madera
para construir su balsa.
Salid a navegar, sed vuestro propio
océano, vuestro propio vaivén.

«Il est bel et bon» Mercedes Cebrián.

* Malgastar, La Bella Varsovia, Granada, 2016.

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Un asteroide
se aproxima a la Tierra, casi roza
su atmósfera a quinientos
millones de kilómetros.
Cada cual seguirá más tarde
su rumbo, su derrota, su camino
hasta volver luego a cruzarse
después de otros quinientos años más.
Así nosotros,
en nuestras vidas breves
y más cercanas,
sin llegar a tocarnos nos rozamos
evitando tal vez una catástrofe;
con la ventaja
de órbitas que, malos presidiarios,
ya nunca volverán a reincidir.

«Un asteroide» Antonio Rivero Taravillo.

Lo terrible es el borde, no el abismo.
En el borde
hay un ángel de luz del lado izquierdo,
un largo río oscuro del derecho
y un estruendo de trenes que abandonan los rieles
y van hacia el silencio.
Todo
cuanto tiembla en el borde es nacimiento.
Y sólo desde el borde se ve la luz primera
el blanco -blanco
que nos crece en el pecho.
Nunca somos más hombres
que cuando el borde quema nuestras plantas desnudas.
Nunca estamos más solos.
Nunca somos más huérfanos.

«En el borde» Piedad Bonnett.

Mi hijo me pregunta
qué miro en las montañas.
Su atracción es antigua.
Como el mundo, diría,
al menos para uno
que recuerda su imagen
remota en la memoria.
Mi pena es que dejara
muy pronto esos caminos
-las trochas, los senderos-
por laderas y cimas.
Tal vez por eso observo
con fundada nostalgia
sus perfiles azules
o sus cuerdas blanquísimas
o, por fin, esos verdes
que los bosques procuran.
Las mira uno pensando
que hay alguien allí arriba.
Un pastor con sus cabras,
un montañero, un guarda,
un cazador furtivo…
Da igual que nieve o no,
que haga calor o frío,
que no vea las cumbres
por culpa de la niebla.
Siempre imagino a alguien
que habita esos lugares
tan solos y en silencio.
Allí donde se roza
el misterio del cielo.

«Montaña» Álvaro Valverde.

En este segundo número, Zéjel tiene la suerte de contar en su sección Poeta invitado con uno de los escritores que mejor retratan el panorama poético español actual: Álvaro Valverde. No podemos más que agradecerle su interés, amabilidad, confianza en nuestro proyecto e incondicional generosidad al aportarnos uno de sus poemas inéditos, que hemos disfrutado y cuidado hasta su próxima publicación a finales de enero.

Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) es maestro, poeta, novelista y ensayista. Ganador del Premio Loewe con Una oculta razón (Visor, Madrid, 1991), también es autor de poemarios como Las aguas detenidas (Hiperión, Madrid, 1989), Ensayando círculos (Tusquets, Nuevos Textos Sagrados, Barcelona, 1995), Mecánica terrestre (Tusquets, Nuevos Textos Sagrados, Barcelona, 2002), Desde fuera (Tusquets, Nuevos Textos Sagrados, Barcelona, 2008) y Más allá, Tánger (Tusquets, Nuevos Textos Sagrados, Barcelona, 2014) entre otros.

Participa en numerosas antologías poéticas, entre ellas La generación de los ochenta, de José Luis García Martín; La nueva poesía española de Miguel García-Posada; La poesía plural y Los senderos y el bosque, de Luis Antonio de Villena; Poesía española reciente (1980-2000), de Juan Cano Ballesta; 20 años de poesía. Nuevos Textos Sagrados (1989-2009), de Andrés Soria Olmedo y Las moradas del verbo. Poetas españoles de la democracia, de Ángel Luis Prieto de Paula. Pero además trasciende nuestras fronteras y participa en antologías por toda Europa, siendo sus poemas traducidos al inglés, francés, alemán, portugués, italiano, neerlandés y polaco.

Ha publicado dos libros de ensayo literario y es autor de las novelas Las murallas del mundo (Sevilla, Algaida, 2000), premio “Extremadura a la Creación” y finalista de los premios Café Gijón y Tigre Juan (a la mejor primera novela publicada), y Alguien que no existe (Barcelona, Seix Barral, 2005).

Fue presidente de la Asociación de Escritores Extremeños y fundó, junto a Gonzalo Hidalgo Bayal, el Aula de Literatura “José Antonio Gabriel y Galán” de su ciudad natal. Ha sido colaborador habitual de los diarios ABC y HOY (obteniendo el premio “Extremeño de Hoy” en el año 2000) y de Avuelapluma, que le concede en 2015 su premio de las Letras.

Ha colaborado con notas críticas, ensayos y poemas en suplementos de periódicos y en numerosas revistas nacionales y extranjeras, y fue cofundador, con Ángel Campos Pámpano y Diego Doncel, de la revista hispano-portuguesa Espacio/Espaço Escrito. Pertenece al Consejo Asesor de la revista de literaturas ibéricas Suroeste.

En la actualidad, ejerce la crítica poética en El Cultural, suplemento del diario El Mundo, así como en las revistas Turia, Cuadernos Hispanoamericanos y Clarín. Desde 2005 dirige un blog (http://mayora.blogspot.com.es/) donde realiza comentarios y críticas a obras literarias y otros acontecimientos culturales.

 

Sobre el poema que nos ha cedido y que pronto podréis leer en el segundo número:

Montaña es una confesión íntima, un rumor -recordando a Kawabata- que atormenta por su nostalgia en el día a día, en el silencio, tras la experiencia de los años y la conformación de una memoria bien cosida. La montaña trae la sensación de una larga vida, entera, ya hecha, para ser tragada en una sola mirada. Es esto lo que ocurre cuando la encuentras, a la montaña, y sientes el peso de toda la geografía del mundo, y con ella la historia del hombre y de lo que lo hace hombre.

La nieve llega a mis ventanas. Dentro, al lado de la chimenea,
el sillón permanece caliente, y yo me quedo compuesto de frío.

Es impensable que no volvamos a tocarnos más.

Mientras los murciélagos del granero bajan en picado, la devastación dobla sus alas
sobre mi pecho para envolver mi corazón súbito e impetuoso.

Es una ruina que no volvamos a tocarnos más.

Diez millas en la lejanía, la nieve cae sobre tu casa de tablillas.
Tú juegas con tus hijos en los prados congelados por la nieve.

«Ruinas» Donal Hall.

 

Snow rises as high as my windows. Inside by the fire
my chair is warm, and I remain compounded of cold.

It is unthinkable that we will not touch each other again.

As the barn’s bats swoop, vastation folds its wings
over my chest to enclose my rapid, impetuous heart.

It is ruinous that we will not touch each other again.

Ten miles away, snow falls on your clapboard house.
You play with your children in frozen meadows of snow.

«Ruins» Donal Hall.

“Ruins” from THE BACK CHAMBER: Poems by Donald Hall. Copyright (c) 2011 by Donald Hall. Translated and reprinted by permission of Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company. All rights reserved.

Ella colocaba los ladrillos
en uve debajo de

el furor de la floración del jardín.
Tras su muerte, después de

las heladas de muchos inviernos,
sus ladrillos se levantan y se hunden

ondulantes al lado del pozo,
en verano suavizados por el musgo,

y en pleno junio veo
pretéritas, resucitadas amapolas

se alzan, ondean, se alzan, ondean, se alzan…

«Heladas y junios» Donal Hall.

 

(Texto original)

She laid bricks arranged
in Vs underneath

the garden’s rage of blossom.
After her death, after

the freezes of many winters,
her bricks rise and dip

undulant by the wellhead,
in summer softened by moss,

and in deep June I see
preterite, revenant poppies

fix, waver, fix, waver, fix…

«Freezes and Junes» Donal Hall.

“Freezes and Junes” from THE BACK CHAMBER: Poems by Donald Hall. Copyright (c) 2011 by Donald Hall. Translated and reprinted by permission of Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company. All rights reserved.