Cuando una vez dije que para mí la poesía debía aludir a algún tipo de universalidad[1], remover el no-sé-qué que todos llevamos en el cuerpo, quien me escuchaba se llevó las manos a la cabeza. Recuerdo que contestó “eso ya no se lleva”, “eso está superado”, “¿quién esperaría algo así de una expresión humana tan maleable?”. Desde entonces persiste en mí la obsesión por identificar (con una mala actitud casi de manual) aquello que suscita el asombro en el poema, lo que lleva a nuestra boca a moverse así: “oh (suspiro) qué bello, qué verdadero”. Al ver los huesos de Zéjel crecer, he luchado contra la injusta y hermosa afirmación de Fernando Pessoa “escribir es fingir”. Hace solo unos días, escuchaba otra inocente y contundente declaración: “escribimos sobre lo que pensamos que es bonito”[2]. Aunque esta revista nació para conservar la unión y amor de tres amigos, hace tiempo que Zéjel trascendió esta anécdota personal para iniciar una etapa mucho más consciente de las diversas realidades poéticas actuales. Ahora y más que nunca, hemos querido recolectar las moras más selectas[3], observar y exprimir el cesto para conocer mejor el zumo del que formamos parte.
La realidad histórica que vive nuestra generación ha reforzado nuestra avidez por recopilar, reunir carne y palabras nuevas. El primer amago se produce con la organización del recital poético La palabra que contamina durante el verano de 2020. Quisimos presentar un escaparate de joyas poéticas raras (más, menos, o incluso nada conocidas, pero todas ellas brillantes). En este número, continuamos esta tendencia siguiendo los pasos de otras hermosísimas antologías de poesía joven nacidas este año, como Cuando dejó de llover. 50 poéticas recién cortadas (Sloper, 2021), editada por Jorge Arroita y Alejandro Fernández Bruña, o Árboles frutales (Editorial Dieciséis, 2021), editada por Adrián Viéitez. Y es que, aun sin haber compartido esta impresión con el resto de los editores, reconozco que yo veo en este número un regusto a antología más que a revista. Diría que Zéjel es una antología anual, viva, en continua reinvención, en permanente vuelta al vestidor. El carácter antológico de este número radica en la construcción de un autorretrato generacional contundente. Nuestro elenco se sienta a almorzar en la misma mesa, construye una escalera con su abrazo: dialogan, gritan, lloran, preguntan sobre la planicie de la familia, la infancia, los extraños huecos del mundo y del amor. Presentan un poema colectivo hilando una narrativa casi meditada, como habiendo previamente acordado tejer todos juntos el mismo mar de verano[4].
La vida y el formato de Zéjel son extraños: somos una revista sin prisas, de una pasmosa lentitud y que irrumpe sosegadamente. La mala digestión de Zéjel es ya casi una mala costumbre: solo una vez al año madura en su estómago lo más nutritivo de la poesía joven actual. Nos atormenta reconocer que toda recopilación de voces está naturalmente sesgada, que hay algo de injusticia en cada número. Por primera vez en la corta vida de Zéjel, hemos contado con más de trescientas cincuenta propuestas, todas ellas sabiendo acariciar la belleza en el desgarro, como lo hace el golpe de un martillo sobre una flor. Este es nuestro extraño oficio: acompañar desde el agradecimiento a quien se admira y seguir extendiendo los brazos hacia los que toman asiento desde fuera y deshilachan esas flores desperdiciadas.
Con este ejercicio antológico (la selección cuidada, meditada y ampliada) siento que la poesía no es más que un rastro pactado. Es un acto a medias: insinuar, suscitar, inspirar, iluminar. El poema es una montaña
es subir para buscar el lenguaje
ponerse en peligro jugar a ser padres
sembrar verdes sobre los mayores desastres
habitar el verano siempre
ofrecer el pan sugerir la familia
Es dormirse azulado despertarse como recién salido del mar y preguntar son estas mis manos voy a enterrarlas qué crecerá si las sumerjo tanto tiempo. La poesía es eso, una siembra constante del propio cuerpo y crecer árbol salado. Lo dice nuestro elenco: fermentan en sus bocas otros mundos. Escribir es persistir en la juventud.
«Poética» David Roldán
[1] ¿Existirá una correlación entre “universal” e “inmortal”?
[2] Este Editorial ha sido reescrito en cuatro ocasiones. Su versión final brota de una conversación íntima que no pretendía ser documentada. Me hace pensar que todo ensayo deriva del amor y de lo cotidiano.
[3] La mejor temporada de recogida de estos frutos rojos comprende los meses de agosto y septiembre, al ocaso del verano, justo cuando acontece y se cosecha todo.
[4] ¿Y qué ocurrirá este verano que se nos echa encima? ¿Cuántos nuevos poemarios vendrán tras el zumbido de la abeja, con el accidente de la primera ola?