Listado de la etiqueta: Poeta invitado Nº6

Hay que empezar
la década otra vez,
la línea va torcida.

«Década» Luis Chaves.

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La paradoja de los
años que pasan volando
aunque cada día dura una eternidad.


Noviembre se apaga y
se incendian los árboles
en el fuego verde del verano.

Como en la hora difícil para
los del pabellón de detox,
cada propósito del Año Nuevo
depende del azar.

La ansiedad y los líquidos:
imposibles de comprimir.
Aunque la bolsa inflada por el viento
aquella tarde colegial,
el trayecto del último bus a Barva
cada noche de los 15 a los 22,
y la foto donde se confunde
el antes y el después.

Hoy, damas y caballeros,
trasplanté geranios.
Los dedos entraron y
salieron de la tierra suelta
y no pensé en la progresión
geométrica de los años
ni en la rehabilitación
ni en ninguna otra cosa.
El ruido de la provincia
llegaba en delay,
debajo del agua,
y si algo se fermentaba
en la mente en blanco
es muy temprano para saberlo.

«Mecánica de fluidos o la edad metabólica» Luis Chaves.

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También en una misma temporada
conviven las semanas medidas
por las cajitas del pastillero
o, en una calle de barrio,
el hueco tapado con un coche de bebé.


O el sabor a trébol de tardes enteras
y, en el antebrazo,
las marcas a presión de chapitas
de gaseosa.

Es una misma sustancia:
la de los fuegos artificiales
y la de lo que se petrifica
al fondo del congelador.

«Los años» Luis Chaves.

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Ya casi sonaba la campana
del colegio al que todavía no
asistíamos, faltaban los divorcios,
la crisis del petróleo
y King Kong en la marquesina
del cine Caribe.
Algo sin nombre, algo que no
pronunciábamos ni adquiría forma
alguna en la mente o pensamiento
pero estaba ahí,
y tirados al lado del tronco del cas
era como si la escritura de la fila
de hormigas cambiara de dirección
o llegara de pronto un banderazo
de romero o ruda
o desenterráramos por azar un
soldado o pieza de Lego
que creíamos perdida.
Así sucedía, ya casi se activaba el campanazo
ajeno que para nosotros marcaba
una clausura o desenlace o tal vez un relevo
al que miraríamos alejarse
hacia donde no nos correspondía llegar.
Eso sentíamos apenas
antes de la campana inminente
y algo entendían los animales
porque salían de la casa y entraban
al patio, con el hocico bajo el perro
y un rodeo milenario la gata,
para acompañarnos, para estar cerca
de aquello sin nombre ni entonces
ni ahora, aquello que nos envolvía justo
antes del timbre del colegio vecino,
eso que nos cubría y/o nos atravesaba
cuando estaba por sobrevenir.
Todo esto sucedía cada tarde
más o menos de los
cinco a los siete años.
La abuela, adentro, doblada sobre
el mueble de la máquina de coser como
una bióloga sobre el microscopio,
los ciempiés y otros bichos en la humedad
oscura debajo de las macetas
y los colegiales que apuraban
mentalmente la cuenta regresiva.
Todo esto pasaba cada tarde
exactamente así pero en primera
persona del singular.

«Mientras tanto, prácticamente olvidade en el fondo del patio, crecía el romeo sembrado en una lata grande de avena quaker» Luis Chaves.

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