La paradoja de los
años que pasan volando
aunque cada día dura una eternidad.


Noviembre se apaga y
se incendian los árboles
en el fuego verde del verano.

Como en la hora difícil para
los del pabellón de detox,
cada propósito del Año Nuevo
depende del azar.

La ansiedad y los líquidos:
imposibles de comprimir.
Aunque la bolsa inflada por el viento
aquella tarde colegial,
el trayecto del último bus a Barva
cada noche de los 15 a los 22,
y la foto donde se confunde
el antes y el después.

Hoy, damas y caballeros,
trasplanté geranios.
Los dedos entraron y
salieron de la tierra suelta
y no pensé en la progresión
geométrica de los años
ni en la rehabilitación
ni en ninguna otra cosa.
El ruido de la provincia
llegaba en delay,
debajo del agua,
y si algo se fermentaba
en la mente en blanco
es muy temprano para saberlo.

«Mecánica de fluidos o la edad metabólica» Luis Chaves.

Logo Zéjel

No creo más en ti que en la dura roca
o en el taxi que me lleva a casa de madrugada. 


Pero tampoco creo en casa más de lo que creo
en ti
o en la promesa de raíz
                           certeza concreción anclaje
ante la duda. 

La duda que nos une en esta sed
de sacrificio y muleta en el trastero,
en la promesa del esguince para evitar la imagen. 

La cordura puede romperse
como se rompe una pierna: jugando. 

[Por tanto,
no creo más en mí que en la escayola.] 

Dudamos y llueve, amor, pero
sabemos de la fruta y de la vida
e intuimos el orden que subyace
a ciertos misterios cotidianos.

Javier Calderón.

Logo Zéjel

También en una misma temporada
conviven las semanas medidas
por las cajitas del pastillero
o, en una calle de barrio,
el hueco tapado con un coche de bebé.


O el sabor a trébol de tardes enteras
y, en el antebrazo,
las marcas a presión de chapitas
de gaseosa.

Es una misma sustancia:
la de los fuegos artificiales
y la de lo que se petrifica
al fondo del congelador.

«Los años» Luis Chaves.

Logo Zéjel

Desearía darte un durazno que ya esté maduro
y que al mirarlo tu vello se vuelva naranja
y que al morderlo tus labios sean jugo dormido,
la pulpa dentro del pecho si masticas
refugio sensible a la piel macerada.

un gesto:
señalar tu boca
seguir el surco del agua
hasta las líneas ocultas
de tu tierra
donde nace el terciopelo
ahí estará mi mano
solo ella sabrá
salpicar las arrugas
escondite
para el líquido
que caerá
en la tierra.

Pero has agarrado un pomelo y me he sentido perdida
un cambio de fruta es una pena cerrándose
perdona si no puedo exponerme
en el fluido rosáceo que amarga tu boca
un pomelo no es un durazno
un pomelo no tiene semilla
¿por qué eliges el cítrico si escuece?
yo beberé cuando la sed.

«Desearía darte un durazno que ya esté maduro» Laura Sanz.

Logo Zéjel

There is a light that never goes out
The Smiths

Todos los veranos sentíamos la rapidez de los noviazgos,
rescatábamos el furor de bailar en las verbenas
rodeados de luces que nunca se extinguían.

Era la moda del color y lo admisible,
de darnos a oscuras el calor que nos sobraba.
A pesar de la piel fresca y la inocencia quebradiza,
buscaríamos nuevas formas de salvarnos
al no querer ser mayores antes de tiempo.

Pediríamos la lentitud de los instantes
para guardarlos una vez se fuesen lejos.
Jugaríamos por última vez en horas raras,
diríamos adiós y hasta mañana
sin saber nunca a dónde fuimos.

Como un conjuro repetido para siempre,
hemos anclado la escena en la memoria.
Ahora la única belleza que nos queda es la del lenguaje.

«El final» Alba Moon.

En esta tierra donde los amigos están lejos
y el tiempo pasa de forma pausada,
despertamos convencidos del avance.


Pensamos que a una edad, triunfar es tener prisa por irse.
Aunque el mar ya no exista y solo el gris nos atropelle,
aunque la nómina nos atormente y la luz se vaya a cada rato.

Siempre tendremos la certeza del fracaso
y toda una vida para culparnos juntos.

«Certezas» Alba Moon.

Logo Zéjel

Ya casi sonaba la campana
del colegio al que todavía no
asistíamos, faltaban los divorcios,
la crisis del petróleo
y King Kong en la marquesina
del cine Caribe.
Algo sin nombre, algo que no
pronunciábamos ni adquiría forma
alguna en la mente o pensamiento
pero estaba ahí,
y tirados al lado del tronco del cas
era como si la escritura de la fila
de hormigas cambiara de dirección
o llegara de pronto un banderazo
de romero o ruda
o desenterráramos por azar un
soldado o pieza de Lego
que creíamos perdida.
Así sucedía, ya casi se activaba el campanazo
ajeno que para nosotros marcaba
una clausura o desenlace o tal vez un relevo
al que miraríamos alejarse
hacia donde no nos correspondía llegar.
Eso sentíamos apenas
antes de la campana inminente
y algo entendían los animales
porque salían de la casa y entraban
al patio, con el hocico bajo el perro
y un rodeo milenario la gata,
para acompañarnos, para estar cerca
de aquello sin nombre ni entonces
ni ahora, aquello que nos envolvía justo
antes del timbre del colegio vecino,
eso que nos cubría y/o nos atravesaba
cuando estaba por sobrevenir.
Todo esto sucedía cada tarde
más o menos de los
cinco a los siete años.
La abuela, adentro, doblada sobre
el mueble de la máquina de coser como
una bióloga sobre el microscopio,
los ciempiés y otros bichos en la humedad
oscura debajo de las macetas
y los colegiales que apuraban
mentalmente la cuenta regresiva.
Todo esto pasaba cada tarde
exactamente así pero en primera
persona del singular.

«Mientras tanto, prácticamente olvidade en el fondo del patio, crecía el romeo sembrado en una lata grande de avena quaker» Luis Chaves.

Logo Zéjel

Quisiera empezar por una carta


contarte que aquí los pájaros
siguen su canto
cuando se los lleva el mar
y se funden con el cielo

(pero aquí no significa nada
sino adentro)

los paisajes que atraviesan las ventanas
del coche del tren
se desvanecen
pero algo siempre acaba quedándose
algo siempre
pero siempre algo también se deshace
fuera y lejos
pero siempre algo también
dentro y cerca
aquí
repito
aquí

quisiera decirte
no estoy hecha
para la pérdida
pero los pájaros y la gente
igualmente se van

(pero aquí significa adentro

significa
no se van del todo

nada

nunca)

«Quisiera empezar por una carta» Laura Villar.

Logo Zéjel

un pájaro acaricia con su vientre
______blanco las ortigas
mientras el tiempo corre
las generaciones se consumen
y fugaz
el rostro de una mujer agachada
______el pelo tras la oreja
dice
he amado tanto


los cuerpos cansados saben
la primera condición
______es significar poco

«un pájaro acaricia con su vientre» Carla Nyman.

Logo Zéjel

A una flor la eleva el vuelo
y termina tejiendo caminos
por la abertura azul de la tarde,


sus tumbos dejan
una línea vaga
entre el sol que cede
y la llaga en la tierra.

Tras su paso…
un olor fingido bajo la lengua,
un regusto a fruto maduro;

luego nada,
como si los signos de mudanza
fueran nuestra única definición.

«A una flor la eleva el vuelo» Gabriel Baldoy.

Logo Zéjel

Recorremos el campo,
nuestras piernas
caminan entre césped,
hay viento,
aridez en el aire.


Cansadas de verbalizar
nos acurrucamos cerca de una madriguera
encontramos
al animal,
queremos sacar su leche,
contemplar el nido,
abandonar el cuerpo
y transcribir la vivencia
en el hueco de la memoria,
desasirnos del lenguaje
aprendido,
ser voz habitada.

Dejamos un cuchillo
enroscado
en nuestros ombligos,
tocamos a rebato
la sangre que riega
el disparo en el árbol,
atravesamos
el útero
bajo la carne
que nos guarda,
tocamos la infancia.

«Infancia» Elisabet Fábregas.

Logo Zéjel