En las célebres Coplas a la muerte de su padre (1476), Jorge Manrique reflexiona desde el dolor de la pérdida de un ser querido acerca de las diversas caras que tiene el sino de todo ser humano: “los jaezes y cavallos de su gente y atavíos tan sobrados ¿dónde iremos a buscallos? ¿Qué fueron sino rocíos de los prados?”[1]. En esta estrofa XIX se expone con gran belleza y no sin un cierto punto de angustia la pervivencia de los objetos terrenales más allá de la existencia de las personas que los poseyeron. Muchos autores han seguido esta idea, entre ellos, Jorge Luis Borges:

“¡Cuántas cosas, láminas, umbrales, atlas, copas, clavos, nos sirven como tácitos esclavos, ciegas y extrañamente sigilosas! Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido”[2].

Efectivamente, la materialidad de los objetos, inertes y a la vez poseedores de una longevidad envidiada por el ser humano, ha sido una idea fecunda en la historia de la literatura. Menos asiduos al desarrollo de este tema han sido los pintores. Precisamente por este motivo es tan gratificante estudiar la obra de Cristian Álvarez (2001). ¡Larga vida a los juguetes que poseímos!, parecen decir los dos primeros proyectos de Álvarez. Graduando en Bellas Artes en la Universidad de Sevilla, este gallego viene desarrollando un estilo pictórico figurativo basado en un cuidado dibujo, atrevidas y equilibradas composiciones y un asombroso manejo de la luz para crear espacios y formas que el espectador logra reconocer en el campo de lo sensible[3].

Si bien valoramos su labor como retratista, sus proyectos Pintura de bolsillo y Márgenes son los que han alimentado nuestra imaginación y motivan el presente texto. El primero explora la temática de representación de los juguetes en óleo sobre tabla y óleo sobre lienzo en formatos pequeño y mediano. El segundo proyecto ahonda en la misma idea, pero prestando mayor atención al paisaje donde la vida del juguete tiene lugar, incorporando la técnica del óleo sobre papel y acrílico sobre papel con formatos similares al anterior. De ambas series vamos a tratar especialmente Juanele en la ciudad (60×60), Édouard, Gran retrato Heroico (146×89), La morada espiritual (70×50), las composiciones denominadas Idilio I e Idilio II y el interesante tríptico Castillo Interior (240×100).

Como decimos, aunque no han sido los pintores y artistas plásticos tan proclives a esta temática como los poetas, existen ejemplos bien conocidos. Entre ellos podemos citar a Francisco de Goya, quien pintó minuciosamente un cochecito de juguete en Los duques de Osuna y sus hijos (1788, Museo del Prado) y trabajó las formas de un monigote en el conocido cartón El Pelele (1790, Museo del Prado). Bajo propósitos personales, Paul Klee creó a partir de 1922 marionetas y muñecos de trapo para su hijo Félix, figuras hoy reconocidas como obras de arte (The Paul Klee Museum, Bern, Suiza). Y no podemos olvidar a Jeff Koons y sus icónicas imágenes Balloon Dog (1994-2000).

Sin embargo, se le debe el honor a María Blanchard el haber sido la primera pintora que exploró plásticamente esta temática. Su obra Juguetes (1920, Galería Juana Mordó) presenta en el centro de la composición un caballito balancín sobre una mesa con otros objetos infantiles: un trompeta, un tambor, una caja y una pelota pequeña. El estilo de la pintura viene condicionado por la experimentación cubista, lo que revela vanguardia y un estrecho contacto con grandes artistas del movimiento, como Picasso o Juan Gris.

Salvando la distancia temporal y los objetivos de los artistas arriba mencionados, Álvarez ahonda en la relación entre la pintura y la literatura: el soporte es de papel, el formato de la primera serie imita al del libro, la arquitectura que pinta en su segunda serie está hecha de papel. Con todo, parece partir de dos propósitos con los que trabajar cada obra: la dotación de un halo de vida con la que «humanizar» los juguetes y la construcción de un escenario donde desarrollar sus historias. La humanización la consigue mediante la personificación de los rostros, forjando sonrisas cálidas y miradas entrañables, así como en los títulos de cada obra, que nos acercan a la intimidad de los nombres y el cariño de quien los puso; véase por ejemplo el amable rostro de Juanele en la ciudad. Por otra parte, la construcción del escenario la logra a través de un magistral juego de luces y sombras, por medio de la creación de profundidades proyectadas en perspectiva o a partir de unos espacios que se intuyen gracias a la distribución de los colores; buenas muestras de ello se observan en Édouard, Gran retrato Heroico y La morada espiritual.

¿No es lo heroico un tema especialmente literario? Tal vez exista un cierto carácter de epopeya en sus obras. Sin duda subyace una evocación mitológica infantil a la cual el ser humano puede sentirse identificado. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que su Édouard está representado a la manera del Pablo de Valladolid de Diego Velázquez o El niño del pífano de Édouard -¿hay ecos en el nombre?- Manet. Se juega con la personalidad y virtud del retratado con ambigüedad. Apreciamos una «majestuosidad contradictoria», pues son personajes que reflejan una condición que no le pertenece.

Todas estas intenciones y ejercicios expresivos llegan a su plenitud con las que para nosotros son sus mejores creaciones: Idilio I e Idilio II y el tríptico Castillo Interior. La decisión de incluir flexos en estas pinturas no solo permite al artista explotar el claroscuro, sino que también revela la imagen de una habitación juvenil, común en las casas occidentales. Idilio I es una composición sugerente, llena de símbolos que traen recuerdos de niñez a quien la observa: una cama individual, un mono y un burro de peluche, sábanas, almohadas. Todo ello resuelto desde distintos puntos de vista, uno cenital que proyecta la mirada del espectador hacia el fondo, espacio final donde se aprecia el somier que vertebra la composición, y otro enfoque que parece ser desde el suelo de la habitación, donde se asientan los juguetes, el colchón, las sábanas y el flexo. Según la reconstrucción intelectual que iniciemos en cada caso, el color cálido anaranjado que envuelve el conjunto transformará la sensación de profundidad de las formas.

Con Idilio II, la sensación de claroscuro llega a convertirse en una renovación del tenebrismo, la materialidad difuminada del peluche tumbado de espaldas transluce la luz del flexo y proyecta a su alrededor un rico cromatismo.

En el caso del tríptico Castillo Interior, el efecto se halla en la esfera de lo onírico. El fondo completamente negro nos transporta al anochecer de las habitaciones infantiles. Solo las luces proyectadas sobre los objetos distribuidos por el suelo, unos castillos de papel recortado y un burro de peluche tumbado boca abajo evocan el estado compartimentado de una habitación que nos resulta muy familiar. La elección de la paleta de colores es soberbia y los flexos se convierten en una excusa para ofrecer una sensación que podríamos denominar «calidez nocturna». A pesar de la aparición de tonos fríos y el negro telón de fondo, el conjunto transmite la impresión de «hogar», impresión que no se disipa si decidimos incluso apartar de nuestra mente la presencia del juguete infantil.

Más arriba comentamos la construcción cubista de Blanchard, en el caso de los trabajos que nos ocupan de Álvarez, la naturalidad de las composiciones de las figuras «inanimadas y animadas al mismo tiempo» genera otro efecto en sus obras, dejándose llevar por la heurística de cada escenario. De un lado, la elección de los peluches conlleva la aceptación de la blandura de sus tejidos, permitiendo el desarrollo conceptual de posiciones naturalistas que de otra manera serían imposibles de representar. Ese libre juego de rigidez y deformación verosímil permite al pintor construir con los juguetes escorzos atrevidos, contrappostos novedosos y claroscuros proyectados a través de sus bordes esponjosos. De otro lado, la proyección de los espacios desde distintas perspectivas no obedece a ninguna norma tridimensional preestablecida, ora ofrece fondos exteriores con nubes, ora espacios neutros.

Al igual que hacía Velázquez en los retratos de los hombres de placer del rey Felipe IV (a fin de cuentas «juguetes» de la alta sociedad), esta temática es para Álvarez una excusa para trabajar la perspectiva y las formas, proyectar texturas complejas como son los pliegues del papel y lo mullido de un muñeco infantil.

Por último, tampoco descuida el mensaje. Ahora bien, ¿cuál puede ser el mensaje? Para responder con propiedad, nos parece oportuno recordar a Oscar Wilde: “Cada día me resulta más y más difícil estar a la altura de mi porcelana china”. La célebre frase atribuida al poeta irlandés refleja la angustia que siente el ser humano por su deterioro físico frente a la belleza eterna de los objetos artísticos, los cuales perduran en su plenitud, impasibles ante nuestra naturaleza efímera[4]. En el trabajo de Cristian Álvarez se nos invita a reflexionar sobre el momento de abandono consciente de unos objetos muy especiales, concretamente en el transcurso de nuestra niñez a nuestra adolescencia: los juguetes y las construcciones fugaces que nos acompañaron en nuestro proceso de aprendizaje sobre el mundo y a socializar con los de nuestra especie[5]. Estos compañeros desaparecieron de nuestra vista, pero permanecieron en la esfera de lo real y en nuestro subconsciente[6].

[1] Manrique, Jorge: Coplas a la muerte de su padre (Ed. Vicente Beltrán, 2015). Madrid: Biblioteca clásica de la Real Academia Española, 1476.

[2] Borges, Jorge Luis: Antología poética 1923-1977. Bogotá: Oveja Negra, 1986, p. 85.

[3] Nos referimos naturalmente al mundo de lo sensible en la teoría filosófica clásica acuñada por Platón, es decir, la representación de la realidad material que puede reconocerse visualmente. Sobre su interpretación en el mundo del arte, véase: Niedermaier, Alejandra: “La distribución de lo inteligible y lo sensible hoy”, Cuadernos del Centro de Estudios en Diseño y Comunicación, n.º 43 (2013), pp. 33-51.

[4] En The Picture of Dorian Gray (1890) reflexiona precisamente sobre la idea de longevidad de los objetos frente a la fragilidad del ser humano.

[5] En esto mismo se fundamenta la teoría háptica, la cual postula el aprendizaje desde el sentido del tacto: Read, Herbert: Arte y Alineación. Buenos Aires: Proyección, 1976, p. 132.

[6] No en vano, el objeto más preciado del personaje ficticio multimillonario Charles Foster Kane fue su trineo Rosebud: Welles, Orson y Mankiewicz, Herman J.: Citizen Kane. Mercury Productions, 1941.

  David Caramazana Malia.

El movimiento artístico contemporáneo que conocemos como “arte conceptual” no deja de incorporar obras. Con la mirada puesta en el futuro, aquel atrevido investigador que se proponga la tarea de reunir y sistematizar la producción artística que logra interpretarse desde este enfoque, estará realizando una gesta a la altura de los doce trabajos de Hércules. Creemos necesario indicar que dentro del arte-concepto podemos incluir desde las ya históricas obras dadaístas de principios del siglo XX hasta el plátano pegado a la pared de Maurizio Cattelan de 2019. ¿Estamos ante uno de los estilos artísticos -si es que podemos definir a este movimiento dentro de la desfasada teoría de los estilos- como uno de los más longevos de la Historia del Arte Moderno? ¿Cabe todo bajo el paraguas de «esta es una obra de arte conceptual»? ¿En qué posición deja al espectador el trabajo de los “artistas conceptuales”?
An Wei (1990), pese a su corta trayectoria, cuenta ya con buena presencia en exposiciones individuales según las calificaciones de periódicos como El País1, encarnando esa rara avis que surge de tanto en cuando, pero que todavía no ha levantado el vuelo. Su producción contiene obras muy irregulares. De manera naif y torpemente ejecutados, Wei promociona unos paquetes de tabaco decorados como -y utilizamos sus propias palabras- “diario personal”2. De reseñable valor, las instalaciones que representan objetos cotidianos adueñándose del espacio a través de su duplicidad, juego de espejos inventados, cambios semánticos en la denominación de lo reconocible y perspectivas, donde destacamos la pieza Porcelana (33×46 cm, técnica mixta sobre lienzo) y la pareja Ratón (146×114 cm) y Toro (27×35 cm). Apuntando alto, se encuentra el proyecto Leviathan, una magna pintura (hemos calculado que hubo de medir 12×30 metros aproximadamente) que ocupó la plaza Centenary Square de Birmingham en el año 2016.
El título es una declaración de intenciones, aunque puede desconcertar a aquellos que no estén familiarizados con el libro de Thomas Hobbes3. Con todo, nos aproximamos en un primer momento a la obra con cierto grado de interés y buena parte de vacilación. Una figura masculina en posición fetal, encogida sobre sí misma y cuyos brazos rodean sus piernas. Sin duda, una posición del todo sugerente y cargada de significación. Replegar las extremidades hacia uno mismo, intentar escapar de los pensamientos propios y tratar de contener ese homo homini lupus est4 que se convierte en la mayor representación del ego humano, bien podrían plantear un primer nivel discursivo.
Si esta obra meramente representara los sentimientos más profundos del artista, el interés del proyecto quedaría reducido a poco más que una anécdota. Ya quedaron atrás las épocas en que traducir los sentimientos de los artistas se consideraban las obras de arte más preciadas5, hoy se necesita algo más. Por otra parte, esta pintura guarda cierto ritmo y sentido estético. Podríamos decir que el maestro Umberto Eco si tuviese que elegirla para incluirla en alguno de sus libros sobre estética se decantaría por la Historia de la Belleza6. Desde luego, no se trata del Hombre de Vitruvio de Da Vinci, sino de una figura que se resuelve de forma realista al emplear las viejas técnicas del escorzo -el codo es el que crea más profundidad- y un leve claroscuro. El atuendo de ropa interior, la naturalidad del rostro y corte de pelo y las proporciones aluden al ser humano contemporáneo. A pesar del simbolismo negativo de su postura, que podría traducirse como imagen representativa de alguna enfermedad mental relacionada con la angustia existencial, la pintura contiene cierto grado de belleza y proporción. Todo el cuerpo queda enmarcado dentro de un espacio rectangular blanco y que en uno de sus lados menores queda rematado con un leve arco. Este borde no encierra por completo la figura, pues observamos el recurso del trampantojo que enfatiza la sensación de profundidad.
Sin embargo, ¿dónde reside el carácter conceptual de la obra? Es aquí donde tenemos que tratar dos cuestiones que no hemos mencionado: la experiencia del espectador y la narración que An Wei ha dejado escrita para dar un discurso determinado de su trabajo. Comenzando por la primera cuestión, hay que decir que la obra Leviathan de la plaza de Birmingham ya no existe. Desde su inicio, el artista planificó que los ciudadanos que paseasen por la plaza, por encima de su obra, contribuyesen a desdibujarla y hacerla desaparecer. Y ahora nos adentramos plenamente en el terreno del arte contemporáneo: la relativa importancia de la materialidad de la obra artística. Entonces, ¿qué es más importante: la pintura creada, las fotografías del proceso de “erosión” o la propia acción -por ende, experiencia- de caminar de los brummies7 sobre la obra en sí?
Para contestar con propiedad a estas preguntas, indaguemos en la segunda cuestión, la narración de Wei:
“Leviathan (…) Es representado a través una figura humana a gran escala que es una referencia metafórica usada por Hobbes para denominar el rol del estado, es decir, el “cuerpo político”. Cada uno de vosotros participáis pasando por encima de él representando la sociedad, que surge según Hobbes a partir de la asociación libre de individuos que deciden ceder su voluntad a una asamblea o un soberano con el fin de garantizar la paz y la seguridad. Hobbes habla de que el todo está compuesto por cuerpos y de cómo éstos se distribuyen dentro de un espacio (…) Creemos que somos libres dentro de un estado democrático gracias al derecho al voto, pero como diría Hobbes, la única libertad que nos queda es la libertad de mover nuestro cuerpo dentro de un espacio delimitado. Vuestras pisadas “libres” e inconscientes sobre el cuerpo del estado borran el ideal mismo de democracia. Si un pez nada en una pecera y se siente libre nunca podrá llegar a mar. El resultado final del proyecto es que todos nosotros participemos con nuestras pisadas borrando físicamente el cuerpo del estado”8.
No cabe duda de que la profundidad de su idea complementa la expresión material y el proceso de desintegración del proyecto, último factor que envuelve el significado final y la experiencia estética de la obra. Por ello, hemos de decir que la obra de Wei ha quedado felizmente complementada en todas las dimensiones elaboradas: narrativa (la idea escrita), material (la pintura), erosiva (documentación fotográfica) y experimental (la acción de caminar sobre ella).
Para ir concluyendo, nos resulta atrayente plantear si algún espectador sin el soporte de la idea escrita por el autor podría llegar a acceder a similar concepto abstracto. Bajo nuestro punto de vista, sí que es realizable el planteamiento de supuestos teóricos similares al que expresa Wei sin su ayuda narrativa, valiéndonos solamente del análisis de la obra y del proceso fotográfico. Por este mismo motivo, creemos que merece reconocimiento su trabajo, porque funciona sin el apoyo argumentativo que nos brinda.
En muchas ocasiones, la cartela explicativa que fabrican los artistas dificulta y obstaculiza la valoración de una obra de arte conceptual. Ni qué decir tiene que en un porcentaje alto de casos en que la obra en cuestión viene precedida por la famosa frase “esta es una obra de arte conceptual”, la única aspiración subyacente es pretender elevar el pobrísimo nivel de una pieza que, ni por asomo, responde ni se corresponde con ese concepto elaborado en terreno literario9.

  1. https://elpais.com/espana/madrid/2021-08-12/an-wei-el-artista-que-se-forjo-entre-rollitos-de-primavera.html. Consultado el 3 de marzo de 2022.
  2. https://wecollect.club/an-wei-tobacco-paintings/. Consultado el 3 de marzo de 2022.
  3. Hobbes, T.: Leviathan, 1651, Ed. Andrew Crooke.
  4. Frase popularizada por Hobbes en Leviatán: “el hombre es un lobo para el hombre”.
  5. Romanticismo, Simbolismo, Expresionismo y Surrealismo fueron probablemente los estilos artísticos que más desarrollaron los sentimientos y pensamientos personales de los artistas.
  6. Eco, U. Historia de la Belleza, Barcelona, Ed. 2013; Ib. Historia de la Fealdad, Barcelona, Ed. 2013.Gentilicio coloquial de los ciudadanos de Birmingham.
  7. https://www.anweiluli.com/leviathan. Consultado el 3 de marzo de 2022.
  8. Recomendamos la tesis que defiende la doctora Paloma Hernández, véase a este respecto su conferencia en: https://fgbueno.es/act/efo178.htm.

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«Esperanzas en el arte conceptual» David Caramazana Malia.

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Crítica a la obra
This kind of bird flies backward, 2021
Daniela Brill Estrada

David Caramazana Malia

No es nada nuevo que la literatura y la pintura se complementen para crear una obra que estimule la imaginación del espectador (la crítica suele recurrir a la célebre cita de Horacio: Ut pictura poesis). Tampoco lo es la búsqueda de los límites entre el arte y la ciencia: la disputatio entre artes liberales y mecánicas viaja por toda la Historia del Arte y la Ciencia hasta las vanguardias históricas, del lado artístico, y los artículos de Albert Einstein de 1905, del lado científico*1. Con todo, no sería correcto entender la obra de Daniela Brill solamente como un capítulo más en estas longevas trayectorias creativas.

Daniela Brill Estrada, nacida en Bogotá (Colombia, 1989), es maestra en Arte y Ciencia en la Universidad de Artes Aplicadas de Viena (Austria). Pertenece al grupo Suratómica*2, con clara proyección a difundir nuevas formas de diálogo entre diversas áreas de conocimiento. Su tesis de maestría The Force of Embodiment / La Fuerza de la Encarnación (2019) ha profundizado en los límites entre el arte y la ciencia. A través de esta indagación teórica, centrada en la física de partículas y la cosmología, su trabajo comprende varios niveles de lectura interdisciplinarios.

Aunque parezca que no puede haber más ingredientes, Brill explora dicho campo creativo añadiendo otras intencionalidades. La obra que recoge el presente número de Zéjel corresponde con una revalorización hacia las mujeres que nutrieron el movimiento Beat Generation. Las imágenes que componen la exposición «This kind of bird flies backward» (2021) evocan tanto una poesía visual, como una poesía literaria, fundiendo en los dibujos letras de escritoras no suficientemente reconocidas del movimiento Beat*3. La recuperación de estas mujeres ya fue augurada por Gregory Corso en 1994: “En los años cincuenta, si eras hombre, podías ser un rebelde, pero si eras mujer, tu familia te encerraba (…) Algún día alguien escribirá sobre ellas”*4. Ese momento ha llegado.

La división entre arte y ciencia ha sido siempre uno de los campos de debate más fructíferos. No obstante, hay dos caminos para explorar esta supuesta división: desde el arte hacia la ciencia, o desde la ciencia hacia el arte. Por poner dos ejemplos españoles, Salvador Dalí representaría la primera vía, pues desde el arte perfilaba nuevos conceptos de la física y del psicoanálisis de Sigmund Freud. Antes de él, Santiago Ramón y Cajal, en una exploración inversa desde la ciencia médica hacia el dibujo anatómico, formulaba la primera hipótesis seria sobre las neuronas cerebrales (de ahí que se le conozca como “el padre de la neurociencia”).

¿Fue Cajal más artístico que Dalí? ¿Fue Dalí más científico que Cajal?
Por su parte, Leonardo da Vinci, sería el paradigma o la bisagra entre ambas disciplinas. Su clara faceta de científico experimental a través del dibujo (recordemos sus famosas anotaciones sobre el movimiento del agua o del vuelo de los pájaros) lo sitúan en la cumbre de las propuestas universalistas de su época (l´uomo universale). Sin embargo, en la misma época de da Vinci, un portugués como Francisco de Holanda que se había desplazado hasta Roma para conversar sobre el noble arte de la pintura con Miguel Ángel Buonarroti, dijo: “todo lo que el pintor puede realizar fácilmente en su obra, el poeta no lo podrá nunca conseguir sin caer en el detalle prolijo y la confusión”, reflexión sumamente sugerente. El divino Miguel Ángel añadió que “el dibujo, es la fuente y el cuerpo de (…) todo género de arte plástico, y la raíz de todas estas ciencias”*5.

Más allá de la aceptación-discusión que podemos mantener con cada postura, lo realmente interesante del trabajo de Brill es que nos encontramos ante un camino inverso: de la materia al papel, de la imagen a la letra, de la imaginación al lenguaje, de la vista a la consciencia, y de ahí, a la asociación de ideas. Se trata de una original búsqueda de nueva comunicación. No se comprende la temática como un todo desde el principio, como pudieron hacer un Sandro Botticelli a la hora de crear composiciones basadas en las obras de Ovidio (La Primavera, 1477-1482) o un William Blake ilustrando la Divina Comedia de Dante (1824-1827), sino desde la propia materialidad de los elementos químicos, la exploración estética y su conjugación para crear diferentes formas abstractas*6.

¿Se puede entender, por tanto, que Daniela Brill pertenece al grupo de creadores que parten de la ciencia hacia el arte? Desde nuestro punto de vista: no exactamente. Sus propuestas se hallan íntimamente ligadas y no se puede entender una sin la otra. De esta manera, si para Immanuel Kant el concepto -conocimiento o idea- venía a ser el límite del arte*7, en «This kind of bird flies backward» concepto y arte se funden, pues ambos emergen de sus composiciones como formas de reconocer el mundo y de representarlo.

Brill se adentra en un camino que de momento no tiene respuestas o conclusiones, solo nuevas maneras de desarrollar la creatividad humana en relación con la naturaleza y el finito non finito de la materialidad de la obra creativa (artística o científica). Sus dibujos son una sinfonía imaginativa, un delicioso alimento para los conocedores de la Historia del Arte y, sin duda, para los científicos que escudriñan nuevos caminos para entender el universo y la materia; en fin, para los que buscan inspiración.

LIb Rah - Revista Zéjel LIb Rah - Revista Zéjel

 

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Pelea de Gallos - David Oliveira

 

Crítica de arte
«Pelea de Gallos” de David Oliveira
por David Roldán Eugenio.

El Mediterráneo se recuesta sobre una pelea de gallos. El Mediterráneo no es geografía, es relato de dos perros ladrándose, del duelo a garrotazos, las bodas de sangre o los romanos y sabinos. En la pelea de gallos acontece el mundo y la historia del hombre, se consume el paisaje encendido de la granja y la taberna. Pero David Oliveira (1980) no impuso el gallo sobre otros tantos animales. El gallo lo impuso la pertenencia a una tierra y a una historia. Ha habido gallos derrotados, gallos de bodegón como el de Gabriël Metsu, y sin embargo, con el gallo Oliveira no participa en la quietud, sino en la guerra y el abrazo, en la necesidad animal y humana de derrotar, en el retrato del contrapunto entre el victorioso que realza el vuelo y el que, aún sin saberse derrotado, se deja caer.
Tras la majestuosidad y exotismo de otros animales, las ramas quebradas creciendo en los estucos de los palacios y las anatomías kokoschkianas, Oliveira trae el cainismo decorativo propio de la pintura costumbrista. En la pelea de gallos, Oliveira establece el lugar de encuentro entre la modernidad escultórica y la tradición de la pintura de género (la cotidianeidad de Pieter Brueghel el Viejo o de las miniaturas medievales de los Hermanos Limbourg). En la batalla a pleno vuelo se anuncia el norte y el sur, los temas del pasado y las técnicas del presente, las vanguardias ya lejanas y los nuevos materiales y perspectivas. Quizás Oliveira recuerde los anecdóticos detalles de las representaciones de la Arcadia Feliz, los corrales del norte y del sur, la orilla sucia de los ríos que visitan la ciudad. Los animales de Oliveira son cómplices de épocas y relatos pasados, figuras atemporales de evasión y conciliación. Son animales nuevos, vistos por vez primera, aunque familiares en los patios holandeses de Pieter de Hooch.
Uno camina en torno a estos gallos y no percibe cuerpos suspendidos quebrando los márgenes escultóricos, sino pintura inaugurando su independencia del soporte. En la frondosidad del alambre, en este buqué de plumas, el color mediterráneo se impone sobre cualquier percepción escultórica. Hay dibujo: el trazo expresionista marcando el aire al modo de Kokoscha. Y hay, ante todo, luz. Hay luminismo y reminiscencias de los corrales de Beruete, hay materia lumínica entre los hilos de alambre. Hay escultura resurgiendo entre las plumas deshilachadas y el vacío de los cuerpos. Oliveira inicia una nueva escultura conceptual figurativa: es la interactuación con el individuo, su paseo y las variables perspectivas y luces, las que inician la performance de esta pelea de gallos. Es el encuentro entre la luz y el vacío, el vacío y la sombra, los huecos y la mirada, los que hacen de esta una escultura. Aún en el terreno de lo figurativo, Oliveria redunda en uno de los principios del arte actual: no existen formas, estilos, técnicas, soportes impermeables. Estos gallos nacen del lápiz y de la negación de la materia sólida. El motivo del gallo no habla de nada nuevo y desconocido, pero quizás Oliveira ha inaugurado el lenguaje más preciso para la supervivencia de los viejos temas en esta interminable era de la posmodernidad.

Self-portrait as a child - Clemens Krauss

«Self-portrait as a child» obra de Clemens Krauss.

Crítica de arte a la obra
“Self-portrait as a child” de Clemens Krauss
por David Caramazana Malia.

“Eva y Adán”

Existe una corriente de pensamiento que explícitamente intenta definir (o convertir) el arte contemporáneo en un producto cerrado, hallado sólo dentro de un contexto mercantil, casi encriptado. Si se nos permite decirlo, cuando filósofos como George Dickie afirman y difunden categóricamente que el Arte es lo que el mundo del arte dice que es Arte asistimos a una indudable prostitución del término. ¿Si no hay mercado de arte o gente “entendida” que diga lo que es arte, supone la ausencia de él?
La feria de Arco de Madrid 2017 ha traído, según los analistas, “una recuperación del mercado artístico, con especial dinamismo en las ventas” tras varios años de crisis. No es nuestro propósito comprobar los datos económicos de esta feria de arte actual, sino reflexionar de hasta qué punto una obra expuesta en él puede sugerirnos un bello diálogo con el ambiente de recepción estético español. La pieza en cuestión es la que nos hemos tomado la licencia a llamar Eva y Adán, del artista Clemens Krauss, y su peculiar interlocutor social, el famoso autobús de HazteOir.
La obra de Krauss ha sido concebida como una escultura hiperrealista innovadora (Imagen). Se ha planteado de manera que el espectador se tropiece con una pareja desnuda desparramada en el suelo, mostrando los signos de un volumen corpóreo incompleto. Es realmente una masa confusa, pues vaciados de órganos, musculatura y huesos, sólo se aprecian los efectos externos (la piel). Sin embargo, cuando uno se detiene y contempla con paciencia el conjunto, cae en la cuenta de que se trata de una sola figura, sesgada desde un brazo hacia el otro -como si fuese un libro abierto-, y de la que solamente ha quedado la cáscara; la imagen externa.
Sin embargo, este retrato exterior no se muestra claro. El primer golpe de vista asociaba la contradictoria idea visual de una mujer para la parte de frente, y la de un hombre para la porción que está de espaldas. Ahora, con un segundo acercamiento e indagando en las posibles intenciones del artista, aseveramos que se trata de una figura andrógina. Aspecto facial indeterminado, genitales femeninos y una carencia de pecho, es la evidente muestra del cóctel de género que nos presenta. Al mismo tiempo, tanto la parte trasera señalando los glúteos, como la delantera haciendo lo propio con la vulva femenina, inciden en la connotación sexual. ¿Qué puede sugerirnos todo esto?
De sus muchas lecturas, a nosotros nos suscita la cuestión del transgénero. ¿Eva es la que nace de la costilla de Adán o bien debiera ser al revés según los conocimientos científicos actuales? Paradójicamente es Adán, el hombre, el que se forma género masculino separándose hormonalmente de las facciones femeninas en su gestación. En palabras llanas y poco rigurosas, es la mujer y su estética, la que impera en los cuerpos humanos. Aquí vemos que el cuerpo no ha terminado de materializar sus características estéticas, y se mantienen ambas apariencias atractivamente unidas en una piel desnuda. El acto de creación es distinto, y no por ello menos hermoso.
Su valor artístico, en tanto que herramienta para la reflexión social de este colectivo, es capital. ¿La sociedad contemporánea aboga por la integración de personas que albergan un “ser diferente” en su interior, o bien oprimen las decisiones de los que buscan cambiar su “piel” para adecuar lo que sienten? ¿Se acepta lo “indeterminado” estéticamente hablando? El grado de permisibilidad y tolerancia que ofrezca una sociedad ante esta decisión personal, está íntima e insoslayablemente ligado a su evolución moral.
Parece que la recepción de esta escultura en Arco 17’ ha tenido cierto grado de atención, al menos como observamos repetidamente en las fotografías generales que documentan la exposición. No obstante, nos encontramos en las antípodas de la recepción que ha tenido el otro interlocutor referido: el autobús de HazteOír. Se trata de una comunicación visual arrolladora. Una máquina afinadamente pensada en tanto que creemos apropiado reseñarla también como objeto artístico.
Conviene empezar por las intenciones del ideólogo-artista que ha propuesto la comunicación, pues ha contemplado el medio de difusión, se ha preocupado de la escala y ha previsto la influencia planificando varios estacionamientos y localizaciones. La frase principal que anuncian es: “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo”. Además, otra frase secundaria añade más información: “No permitas que manipulen a tus hijos en el colegio. Infórmate con el libro que no quieren que leas”. Todo acompañado de dos iconos, uno de un niño con pelo corto y pantalón, y otro de una niña con coletas y falda. De tal magnitud ha sido el debate suscitado en el país, que ha inundado redes sociales, periódicos y medios audiovisuales.
¿Qué ha dicho la sociedad española? La mayoría de los ciudadanos han levantado la voz ante lo que consideran un fomento del odio a este colectivo, altamente castigado en las estadísticas desde bullying escolar. El Tribunal Supremo ha censurado la información, considerándolo anticonstitucional. Por nuestra parte, no podemos sentirnos más orgullosos de esta contestación social, pues nadie en su sano juicio quiere manipular a un niño. Decimos en su sano juicio porque ya hay doctores y catedráticos de comunicación que han demostrado quién estuvo enfermo del juicio y cómo efectivamente sí se manipularon niños españoles. Quién sabe si las secuelas de algunos de estos niños, intentando hacerse oír, podrían estar manifestándose hoy en día en forma de autobús.
Si George Dickie y otros consideran anecdótico comparar un suceso comunicativo de los mass media con una “verdadera” obra de arte -las que están encerradas en museos-debemos recordar que como pasó con el estudio de las entradas reales en las ciudades desde tiempos romanos, las fiestas del Corpus Christi o los Autos Sacramentales, vistos por todo el pueblo, y que consideramos hoy como parte de un hecho artístico, cualquier ámbito de la vida puede ser tomado por las futuras generaciones como arte. La segregación en el mundo cultural perturba a un necesario enfoque panorámico.
Por consiguiente, ese lejano ambiente que dibujamos para el 90% de la población del pasado, la que normalmente no pudo deleitarse (principalmente por motivos económicos) con lo que hoy etiquetaríamos “obra de arte de su época”, podría ocurrir actualmente con el desapego generalizado a las obras contemporáneas, desconectadas y separadas de la sociedad en la que vivimos. Las nuevas claves podrían estar en que no todos nos gastamos veinte euros para entrar en Arco, pero sí que muchos tenemos “nuestra pantalla” y opinamos sobre otros objetos visuales que son potencialmente arte, aunque no sepamos realmente que se les puedan llamar así.

«Eva y Adán» David Caramazana Malia.

Mi cuerpo
-ahora el espacio
que nos une- es una forma
de morder mandíbula
despacio
unos ojos que se enfrentan
a la mutación de la carne.

Buscar continuo
-otros espejos
en los que rompernos-
carne ofrecida
al alimento líquido
Destrozar el pavor
por otros agujeros
donde
toda claridad
es cemento
piedad indescifrable
No encontraré otro descenso (algún dique)
para la descomposición
de nosotros
y no sabrás recomponer
mi aliento
en el frío de la amapola.

«La tensión de mamá». Obra plástica y poema de Indalecio Iglesias.

Crítica de arte a la obra
“La tensión de mamá” de Indalecio Iglesias
por Raquel López Fernández.

Hubo un tiempo lejano en el que las artes plásticas solo tomaron parte de las musas cuando las sacaron del Parnaso, encarnándolas en mármol y terracota, en cal y pigmento. Cambió las tornas un ciego orfebre que se atrevió a forjar, a golpe de hexámetro, un escudo damasquinado en oro, plata, bronce y estaño, que perteneció al mismísimo Aquiles. Era entonces tiempo de héroes, de semidioses. Ahora, que hasta los humanos parecen estar en peligro de extinción, cuesta arrancarse con una ecfrasis.
Tampoco se arriesga con tan antiguo género Indalecio Iglesias (Sevilla, 1985), el autor de ambas obras reproducidas en estas páginas, pues la labor de sus versos –si es que esta existe– no es describir la imagen a la que hacen compañía. Acompañar que, además de hacer simultáneo, vuelve partícipe, es verbo generador de comparaciones y, pese a su fama de odiosas, las establecidas entre pintura y poesía si no tan antiguas, sí son coterráneas de las compañeras de Apolo y del poeta Homero. Tuvo, sin embargo, que hacer justicia un romano y sentenciar que “como la pintura así es la poesía”, Ut pictura poesis.
La unión originada por el tópico horaciano alcanzó sus máximas en Edad Moderna. El Renacimiento llenó de alegorías, metáforas y metonimias la pintura. La poesía dibujó bellas “Simonettas Vespucci”, “Galateas” rafaelescas y amenas arcadias bellinianas. Con el Barroco dominó el hipérbaton, el circunloquio y la elipsis. Al verso llegó el claro-oscuro, las “Magdalenas” de Reni, la voluptuosidad trémula de Rubens o las vanitas de Pantoja de la Cruz. Testigos, ambos períodos, de fervorosos resurgimientos religiosos, abundó en ellos el “Retrato de María”: Inmaculada, Señora o madre como la Virgen con el Niño que ocupa el centro de la composición. Aunque la “tensa” Madonna de nuestro artista no puede negar su filiación a la corriente más clasicista, se recicla como icono de la iglesia encabezada por el “Papa” André Breton. El papillon surrealista –símbolo de transformación– se posa, a modo de antifaz, sobre las mejillas de la santa para asomar unos “ojos que se enfrentan a la mutación de la carne”, a su resurrección. Y como ecos de lo que fue y será muerte, unas punzantes heridas rompen la equilibrada belleza de unos dedos que ya no sostienen el “Todo”, sino la parte. Cierto, carne. Unas nalgas femeninas alejadas de las que, infantiles, fueron castigadas ante la mirada indiferente de Paul Eluard, Max Ernst y el ya citado Breton. Cierto, mutación. Ya no la que supuso la victoria de Cristo, sí la de Samotracia. Paradójica Niké, perdedora ante la belleza del automóvil en una gara arbitrada por Marinetti despliega aquí sus alas junto a las de pájaros de acero y otros oscuros objetos de deseo de los futuristas.
Pero, a propósito de los vanguardistas ¿no fueron otros los reyes del collage? La técnica, de paternidad cubista, es adoptada por Indalecio en su vertiente más Dadá. Los artistas afines al movimiento expandido desde 1916 en el suizo Café Voltaire vieron en el uso del “corta y pega” un potente medio con el que expresar su rechazo a la sociedad contemporánea, caracterizada por un ingente incremento de la mecanización y de la violencia que azotaba a un mundo inmerso en la Gran Guerra. Así, instruido por el manual de Tristan Tzara “Para hacer un poema dadaísta”, el joven sevillano mete en la bolsa recortes de periódicos y revistas; fragmentos de estampas y grabados; fotografías y hasta una gráfica taquicárdica. Agitados y posteriormente extendidos sobre el cartón, desmontan con ironía Pop y, tal vez, destrozan “el pavor por otros agujeros” por los que se cuelan los ecos de otra Victoria, ahora sí militar, para la que las piedras de la imperial máquina escurialense fueron fondo ante el que erigir los diques del nacionalcatolicismo. Pastiche al que también asisten unas modestas lecciones de John Heartfield.
Como sea, Iglesias no se limita a la captación de un instante. Con ello contradice a los que abogaron por la separación del avenido matrimonio entre el arte poético y el pictórico. Mitad pintor, mitad poeta. Ut pictura poesis, ut poesis pictura. Como cualquier bisnieto posmoderno de Wagner, él es un unificador de ambas.
Con todo, conviene advertir que nada de lo dicho sobre estas líneas debe de ser tomado como verdad. Tan solo es la realidad de unos ojos que todo lo quieren ver, probablemente a punto de quedarse ciegos, ahogados por las palabras que tantas veces sobran, cuando lo que importa es lo que falta, lo que el tocayo de un gran poeta definió como “El resto”. Por eso, tomadas sus advertencias evitamos: servirles como adivinos que “cuentan […] de lo que han oído y de lo que han visto con nuevos ojos que son como los que tenían”. Asimismo, les trasladamos nuevamente a Grecia y les rogamos: ¡Vuélvanse epicúreos! ¡Gocen del mismo modo que ellos! Deléitense, como Ángel González, con el brillo… aquel producido “donde toda claridad/ es cemento/ piedad indescifrable”.

Raquel López Fernández.

Experimentación en exteriores - Adrián del Campo

Crítica de arte
“Experimentación en exteriores”
de la serie Bodegones.
Adrián del Campo

No hay experimentación alguna en el exterior que se nos presenta. No hay objeto ni hay bodegón. No hay fotografía. Hay pintura e idea. Hay una góndola entre épocas.
Adrián del Campo concibe el tiempo a modo de superposición vertical y va desnudando épocas sobre épocas en este horizonte dudoso: una puerta al siglo XVII holandés queda abierta donde, -pese a la falta de frutas, flores o aires de mercado-, la minuciosidad y voluptuosidad de la vista recuerdan a la frondosidad de los bodegones de Jan Davidsz de Hem. En la quietud se reafirma la impresión primera de irrealidad. No hay bodegón si no hay moscas y pétalos cayendo o frutas desparramándose. Abruma percibir tantos siglos merodeando un jarrón, que sin embargo, permanece tan quieto, agarrado a la tierra como un alfiler que no envejece.
La saturación lumínica, la irrealidad y algún que otro no sé qué también concluyen en un regusto kitsch. Pero hay algo que deslumbra y que va más allá de lo kitsch: la insistencia por cuidar la luz, la limpieza técnica al manipular la naturaleza más allá del retoque, haciendo de la suya una obra hiperestética.
Y hay tradición -pintura de bodegones, composición convencional- y contemporaneidad -fotografía, algo de arte concepto…- Todo es un rizo de épocas, estilos y soportes. Pero pese a sus intentos por establecer guiños históricos, ante todo pervive una actitud que trasciende épocas: maniera. Hay manera, amaneramiento, Manierismo y maniera. Queda en lo técnico, y queda en el desdoblamiento y retorcimiento de significados, signos, símbolos, diálogos y lenguajes.
Es más, ¡en esta era de la imagen los jóvenes hacen pintura! La pintura que ha aspirado a la reconstrucción fotográfica durante siglos. Y aquí, el autor revierte el curso del arte: ha fotografiado una pintura. Pero aquí no hay cosas. Aquí se nos presenta una experimentación pictórica de las imágenes que proyectan las cosas.
Tras estas afirmaciones podemos comenzar a ahondar en la problemática conceptual que ha entretejido el artista. Ha modificado el status de la imagen: no es un bodegón, es una representación estética de un concepto, o un concepto embellecido. ¡Qué le importa el jarrón o las flores que pueda contener! Lo suyo es el mundo de la idea. Ofreciéndonos esta realidad alternativa y de ensueño, tan sólo quiere presentar una burla al mal gusto que sobrevive en la actualidad. Ese gusto relamido y envejecido (kitsch) que sin embargo presenta su fotografía. ¿Y acaso ella se salva?
Tras destripar el disfraz fotográfico y percibir la idea subyacente de la obra, se nos vienen a la memoria los ready mades de Duchamp. Aquí se inaugura un nuevo ready made visual. Al artista no le interesan los objetos ni la manufactura de los mismos, sino el concepto que el objeto cotidiano arrastra tras de sí. Negando los gustos del pasado y el kitsch ya citado, también termina por negar el objeto que de forma intrínseca arrastra significados históricos. Lo desprovee de toda utilidad y uso al fotografiarlo, lo convierte en contenedor de ideas. Y va más allá: ya no interactuamos con el objeto duchampiano sino con una imagen digital del mismo.
Este fotógrafo -casi dadá sin saberlo-, se ríe del pasado usando los marcos del pasado. No obstante, a mí me parece que el bodegón también asoma una sonrisa. Se dice, ¿¡aquí quedan mis límites!? El artista temerario, jugando con el pasado, parece terminar adoptando su lenguaje. ¿Cabe la innovación en todo este juego de insultos que es la obra? Se nos presenta una fotografía del siglo XXI que da respuesta a lo ya existente. Seguimos empeñados en ofrecer respuestas-concepto en contra de aquellas manifestaciones artísticas y modas antiguas.
Pero qué digo, también hay avance y desbordante imaginación. No es habitual toparse con la fotografía de una pintura, de un escenario [¿de una performance?]; con un lienzo brotando en el campo que dice: dejo ver más de lo que cualquier hombre puede mirar. Y entonces el ojo se entorna, inquieto, sabiendo que queda algo entre las ruinas del bodegón y el paisaje…

David Roldán Eugenio.