La luna llena, el frío y una sombra
que se desliza entre la luz naranja
de las farolas—la ciudad y un hombre—
El golpeteo rítmico del bolso
en su costado. Avanza hacia el lugar
en que había quedado. No esperaba
una Resolución tan diferente.

—Eres más guapo que en la foto—dijo.
—Tú tampoco estás mal—primer error—,
tus ojos son más verdes, en directo
se ven mucho mejor—
un buen arreglo.

—Tienes prisa? Nos vamos?
—La verdad es que no, me gustaría
tomar algo contigo antes que nada.

Y entonces discutieron
durante un par de horas sobre el mundo,
la Vida y sus misterios—medianoche
llegó—antes de tiempo—y la conversación
continuó camino hacia su casa
y en su portal, el beso y en su cama,
los sucesivos roces de la piel.

Pero la realidad
es cruel y al despertarse
todo lo que quedaba eran recuerdos—
El sol del mediodía, el frío y unas
manchas sobre el colchón—
la soledad: un hombre y su silencio.

«Encuentros de la tercera fase» Lorenzo Roal.

Por dentro de la noche la gata es el caballo árabe de un ratón insomne, un tranvía de sombra para dos cucarachas hacia lo séptico.

Por dentro de la noche oscila el chirimbolo de la luna inventando otra vez el ruido:
estalla el vidrio de la cerveza y la juventud regresa 35 veces.
Un coche rojo me recuerda a mi primer coche
rojo.

Sissel canta la canción de Solveig en los Campos de Marte por dentro de este túnel que desemboca en las naranjas tristes del día.

No hay mucho más.

Los hijos rezan desde su limbo de semen a la vida arrebatada en un pañuelo.
La mujer es un infinitivo que sueña detrás de la pared cosas normales y ciertas.
Yo, aquí, estoy sucediendo.

Después el silencio y un poco más allá el silencio
con sus ojos grandes de cierva si pronuncias el menaje.

Escribir era esto.
Observar la peonza en su traslación doméstica,
el hombro moreno de la muchacha girando desde verano del 96
y tener que decirlos para no morir de asfixia.

Escribirse, mirarse escribirse.
(Me escribo, me miro escribirme)
así,
así.
Soy tantísimo el poema y adelgazo tanto estas noches que cualquier día desapareceré.
Ni cuerpo ni ceniza, sólo archivo y metáfora.
La historia del hombre que para deslumbrar tuvo que convertirse en el árbol que escribía.

Preparad,
pues,
la voz alta, el hilo de la memoria, el cariño que me tuvisteis mientras fui.
Para encontrarme ese día tendréis que leer en la corteza
vuestros antiguos nombres.

«Nocturno de E. Grieg» Iván Onia.

Otro sueño ha venido a cabalgarme
vestido de azul
esta noche.
De ese azul eléctrico
que difícilmente podría lamerse
ni gozarse.
En ese sueño,
nuestras caderas se hundían
en un océano
galáctico,
llenas de escamas prendidas
de llamas verdes,
y tú me mirabas
a los ojos y te preguntabas asustada
adónde había ido el color de sus iris.
En ese sueño,
por nuestros pechos rodaban
cerezas negras
del mar a nuestras bocas,
y su sabor ingrávido era el de la sangre
marchita y oxidada.
Pero, poco a poco, consigo deleitarme con algo…
aquí, ribeteada nuestra luz por el vaivén
del aguamarina,
multiplicados nuestros perfiles en sus espumas,
¡calladas nuestras voces por su silencio!
Tu cintura y la mía, mientras los cantos rodados
blancos y grises suben por entre las escamas
y las cerezas,
se tiñen de una fragilidad inquebrantable,
de una belleza odiosa,
y empiezan a llenárseme los iris vacíos
de ese disfrute policromático que no comprendo.
Será este océano estrellado que nos baña:
vientre que nos gesta como a dioses.

«Bajo el cielo negro» Ángela Franco.

Ahora que ya no mezclo
la tierra con la yerba,
me como la cuerda
del esquife
me trago
el mar con flores
en el espacio vacío
del aire con sal.

Núbil,
ondeo en este islote
sin árbol ni raíces,
contengo la carne,
también hago fuego
escucho a mi madre
y rompo a la mar.

«Comer» Amalia López.

Una observadora cósmica
arde posada en unos ojos lánguidos,
ojos que alumbran cuerpos en el exilio,
ojos que son efigies talladas.

Observa lo que subyace detrás
de esta prisión ilusoria
donde el tiempo es de hojalata
y la patria permanece en reposo.

Ahonda en el silencio de los transeúntes,
sé cómplice de su rigidez estable,
la metamorfosis suave
de aquellos que viven al alba.

Hay una estatua que finge amar
con sus labios de cera candente,
fantasma autómata
en este hostil deseo.

Onírica maga,
dama de blanco lácteo,
atraviesa el límite de las horas
y llega jadeante al reencuentro.

La lejanía camina con pies de ceniza
hacia la simetría insoluble,
respuesta extraviada
el mar abierto.

«Observadora cósmica» Andrea Villalba.

Siempre, el imposible diferente;
el no saber cuándo ni cómo,
y lo que es más duro, el porqué.

Siempre errando sin culpa alguna
en lágrimas secas,
disimulados surcos arañando la rutina.

Siempre algo más;
ese detalle inacabado, inoportuno.
Siempre ese no es bastante,
cuánto falta, si no llega.

Y muerde el alma otro mordisco.
Muerde el cuerpo otra derrota.
Muerde, araña y grita en el vacío.

Porque nadie escucha,
es invisible tu dolor sentido,
es imposible continuar la lucha.

«Siempre, el imposible diferente» Isabel Eugenio.

Sentada con la puerta detrás de mí,
dejo que la brisa te reemplace.

Pero tú entrarás flotando sobre tus pies
cortados por la arena del fondo marino,
meciendo la luna envuelta en una gasa.

¡Toma!; caerá como un plomo en mis oídos.
Esto es lo que intenta borrar el sol.
Hoy, ha perdurado.
Yo misma lo he arrancado de las nubes.

Tenía el derecho de hacerlo.

El vaso deja un río en la mesa.
Me estremezco ante el esfuerzo
de ser pared, de sentir
el yeso desprendiéndoseme por el calor,
rezando para que la luna florezca
deformada en tus manos.

Las velas arden hasta muy entrada la noche,
Y lloran montañas sobre la mesa.

Soy cañón,
estoico en mi asiento, cada cardenal
en mi columna vertebral, un parterre de tierra
para las hierbas y el cúmulo de hormigas rojas.
Venenoso, escupo vertidos invernales.
Nunca me doy la vuelta.

Tu voz, ahogada por
los pájaros entre mis dedos,
cuyo aleteo y canto
repintan la luna,
debilitando la piedra.
Tu sombra de vinagre, contenida
en el portal que se va oscureciendo—

tus vaivenes arrastran tus palabras.

«Hablaríamos de cosas sin importancia» Alejandra Alvarez.

(Texto origina)

I sit with my back to the door,
let the breeze stand in for you.

But you’ll float in on feet
cut by seafloor sand,
cradling the moon clothed in gauze.

Here! will fall on my ears,
is what the sun tries to erase.
Today, it endured.
Plucked it from the clouds myself.

I had a right to.

The glass sweats a river into the table.
I quake with the effort of
being wall, of feeling
heat peel plaster off me,
praying for the moon to bloom
ugly in your hands.

Candles burn into the night, they
weep mountains onto the tabletop.

I am canyon,
stoic in my seat, each bruise
down my spine, a soil bed for
weeds and red-ant piles.
Venomous, I seethe winter runoff.
Never once do I turn around.

Your voice, drowned out by
birds between my fingers,
their wing flap and song
recolor the moon,
debilitate the rock.
Your vinegar shade, contained
in the darkening doorway—

departures have slurred you.

«We’d Make Small Talk» Alejandra Alvarez.

*Publicado en Marginalia: The Cornell Undergraduate Poetry Review.

Vivo en una concha cerrada,
donde los elementos no me son una amenaza.

Todos los días y las noches son iguales,
despejando la arena, grano a grano,
hasta que vuelven a ser nuevos otra vez.

Pinto:
pinceladas anchas por la pared,
entregándome a la poesía como tregua,

aunque el aburrimiento es el culpable.

Un agujero
en la pared—mi concha está fracturada

y brilla.

He de averiguar,
acercarme con cuidado a la causa.
Con el ojo contra la cuenca, miro
mientras la arena se expande
hacia el mar desde la bahía.

Podría cerrar esta pared—
empujar con el pulgar
sería suficiente.

Pero ¿por qué cerrar todo
lo nuevo tan rápido?
La tecnología encarnada,
desborda movimiento,
prometiendo tanto
cambio.

Sanguinolento,
apenas noto
los cuadros desteñidos en la pared,
marcados y blanqueados por el sol,
una poesía casi olvidada.

Mi mente vacía
permanece en la distancia,
esperando algo
nuevo.

«La concha» Mike Ascher.

(Texto original)

I live in a conch closed off—
the elements claim no threat to me.

The days and nights feel quite the same,
clearing out the sand, grain by grain,
until the grains are new again.

I make paintings,
broad strokes along the wall,
practicing poetry as my break,

though boredom is to blame.

A hole
in the wall—my shell is fractured

and bright.

I must investigate,
inch close to the source.
Eye to the socket, I stare
as sand expands
into an ocean at my bay.

I could close up the wall—
the push of my thumb
is all it would take.

But why close off everything
so novel and rapid?
Technology incarnate,
overflowing with motion,
promising so much
change.

Bloodshot, I
barely notice
faded paintings on the wall,
sun scarred and bleached,
poetry almost forgotten.

My hollow mind
stands at bay,
waiting for something
new.

«My Shell» Mike Ascher.

*Publicado en Marginalia: The Cornell Undergraduate Poetry Review.

Ella colocaba los ladrillos
en uve debajo de

el furor de la floración del jardín.
Tras su muerte, después de

las heladas de muchos inviernos,
sus ladrillos se levantan y se hunden

ondulantes al lado del pozo,
en verano suavizados por el musgo,

y en pleno junio veo
pretéritas, resucitadas amapolas

se alzan, ondean, se alzan, ondean, se alzan…

«Heladas y junios» Donal Hall.

(Texto original)

She laid bricks arranged
in Vs underneath

the garden’s rage of blossom.
After her death, after

the freezes of many winters,
her bricks rise and dip

undulant by the wellhead,
in summer softened by moss,

and in deep June I see
preterite, revenant poppies

fix, waver, fix, waver, fix…

«Freezes and Junes» Donal Hall.

“Freezes and Junes” from THE BACK CHAMBER: Poems by Donald Hall. Copyright (c) 2011 by Donald Hall. Translated and reprinted by permission of Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company. All rights reserved.

La nieve llega a mis ventanas. Dentro, al lado de la chimenea,
el sillón permanece caliente, y yo me quedo compuesto de frío.

Es impensable que no volvamos a tocarnos más.

Mientras los murciélagos del granero bajan en picado, la devastación dobla sus alas
sobre mi pecho para envolver mi corazón súbito e impetuoso.

Es una ruina que no volvamos a tocarnos más.

Diez millas en la lejanía, la nieve cae sobre tu casa de tablillas.
Tú juegas con tus hijos en los prados congelados por la nieve.

«Ruinas» Donal Hall.

Snow rises as high as my windows. Inside by the fire
my chair is warm, and I remain compounded of cold.

It is unthinkable that we will not touch each other again.

As the barn’s bats swoop, vastation folds its wings
over my chest to enclose my rapid, impetuous heart.

It is ruinous that we will not touch each other again.

Ten miles away, snow falls on your clapboard house.
You play with your children in frozen meadows of snow.

«Ruins» Donal Hall.

“Ruins” from THE BACK CHAMBER: Poems by Donald Hall. Copyright (c) 2011 by Donald Hall. Translated and reprinted by permission of Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company. All rights reserved.