Alguna vez dormí en la mano de una mujer pequeña.
Ella me dijo: “todo se trata de cambiar de canción”.
Ella me dijo: “todo se trata de girar el sentido del universo, amor mío”.
Entonces, puse “November Rain” de Gun’s and Roses en el IPOD
y dormí en la mano de la chica de ojos de mapache y le conté una broma.
(Su corazón era un pulpo negro en una pecera de aguardiente).
Me dijo: “Has llorado, Juan, en los ríos que crecen
y corren, crecen, desde tu corazón hacia tu corazón sin manos”.
O quizás dijo: “Eres tonto porque vas a creer todas las mentiras que te diré yo”.
Era otro tiempo, pero en verdad, crecían noches y relámpagos ínfimos sobre los senos
de una muchacha diminuta. ¿Por y para qué te amé tanto?
No sé resolver esto:
el fuego crece
para no decir
“quién me amó
no me amó en realidad”.
Así me preguntaba,
“piénsalo
una muchacha no me amó
y no sé decirlo”.
Una muchacha dijo
“No sé darle la vuelta a los paisajes
donde los fuegos artificiales comunican
el vacío de todas las cosas de la tierra:
La ignorancia que necesito para creer en alguien”.
(El lenguaje solo señala
que se vacían las jarras
y que, sin embargo, puedo beber de ellas).

Nada comunica,
pero volveré
al sueño de las estrellas,
(que eran pesadillas):
estrellas que sueñan
el sueño del sueño que volvía,
era
y
volvía
otra vez a explicar el vacío
donde la gente caminaba sola:
y mi mente volvía, mariposa de alambre,
a posarse
en las ruinas
de las cosas
pobres,
de las cosas
inexplicables.

«Poema de amor de un Banksy ligeramente solitario» Juan José Rodinás.

Logo Zéjel

La potencialidad, ese primer hogar
la nieve a punto de caer sobre la carretera
el festivo cohete recién lanzado al cielo
las cigüeñas acabando su nido sobre la torre eléctrica
la suela de cuero que un artesano
justo termina de coser al zapato
las letras que ese niño aprende ahora a leer
quizá para escribir un día Guerra y Paz
el instante previo a los dedos presionando
la llave de la luz
un cuaderno escolar recién comprado.
Después llega el producto
el resultado, la conclusión, la carrera, el balance,
el recorrido, el cierre, el inventario,
la consumación.
Las cenizas que, para consolarnos, llamamos biografía.

«Potencialidad y biografía» Raquel Lansero.

En ti logré intuir la misma sed de conocimiento
que a mí me atenazaba ante la noche y los espejos.
Beber juntos ese licor maldito,
aquella imagen secreta.
Alcanzar la embriaguez de las formas puras
y que, lo mismo que al saber, nos coronase
un deseo tranquilo. Así llegó,
como la libertad, tu compañía.
Pero después, cuánta palabra infame
borrando aquel milagro.
Con la espada el valiente.
En este arte antiguo el dolor es tan fiel
que se confunde con la necesidad:
redescubrir los seres y las cosas
venciendo al tiempo en el lenguaje.
No supe. Te amaba.
Hoy pasan los días.
Hoy pasan los días como perros tristes
y yo te recuerdo, y me prometo
que ya no escuchas esta voz, que no nos dejas
grácilmente caer al mundo,
que ya no me equivocas con la vida.

«Paisaje con la caída de Ícaro» Miguel Floriano.

Me he paseado con un hacha
alrededor de tu casa.
Arrastrando su hoja sobre la acera.
Sin hacer ruido.
He caminado en zig-zag matando el tiempo.
He dicho tu nombre en voz baja
varias veces.
Te he observado por las noches,
he descubierto
que te haces cruces en los brazos.
He talado todos los árboles de tu calle
para que nunca den sombra
y yo no pueda esconderme,
ni grabar iniciales,
ni apuntar una fecha,
ni quejarme de la resina
que caerá sobre el cristal
del coche.

«Me he paseado con un hacha» Laura Franco.

hemos vivido a la sombra de cientos de desenlaces bajo
un sol que en dos mitades nos aguarda y a la
masa nos condena
hemos vivido al amparo de los perros que han comido en
nuestra mano y ahora arrojan sus pieles a
nuestros pies ya sin disfraz convalecientes
y en la danza de las aguas con un grito de dolor han
puesto fin a la muerte del marinero
mientras miles de ojos negros nos vigilan esperando un
paso en falso para ver como escupieron sus
mentes nuestros ídolos del pasado y sus
espíritus ahogándose en el barro
y aun un torso de hombre libre
apenas es comida y sangre para la tierra que ellos
mismos con sus manos han arado
y hoy con voz de cicatriz dices mi nombre arrastrándote
hasta mi cama
en tu pecho en llamas un jardín cortado no hallarás
vestido para este banquete
ni tampoco te hará falta
allá donde nos esperan
allá donde por fin podamos estar todos juntos
como en familia

«Albinoni / Morrison» Isandro Ojeda-García.

En la publicidad del banco
los carteles anuncian hipotecas,
financiaciones e intereses.
Unos carteles que recuerdan
a los antiguos altares
en madera de cedro,
catequesis y divulgaciones
sobre el enigma
de las viejas catedrales.
Ahí fue el dios del IVA,
del IRPF, del IS, del TAE,
todos con su novena
de trimestres y liquidaciones.
Yo acudo, en cierto modo,
a pedir misericordia,
y en un presbiterio, de conglomerado,
me indican: “Firme aquí”.
Me confieso: apenas soy eso:
la insignificancia respecto del absoluto.
De la burocracia financiera.
Crédito eres,
y en crédito te convertirás.

«Trámites» Gonzalo Gragera.

En la dermis del planeta
diluvios envuelven
la periferia
con sudor publicitario.
Mis amigos se incineran
en adjetivos imposibles
ofrendando óseas realidades.
Sus tardíos juramentos
son candelabros
alumbrando
los pliegues del insomnio
en el placard encefálico
que cargamos
arriba de los hombros.

David González.

Porque recordamos a los muertos
nuestro vientre tiene la forma de la tumba de un río.
El mundo no se acaba en la tierra que pisamos.
Por eso queremos comprender
cómo marcharán de nosotros los cuerpos que amaremos
sin mudar la piel
sin dejarnos en la carne la presencia de un rastro.
Sucede cada vez que se contempla la despedida.
Nada sustancial acontece en la materia
pero el cuerpo por dentro se reconoce en el otro
porque otro ocupará el lugar de su memoria
cuando algún día recuerde.
Es siempre la misma historia: dar cuenta de lo que somos
mientras estamos cambiando.
Pero nuestro corazón borrará nuestra culpa.
Que la vida nos sorprenda
en su desplegar.

«El duelo» Gonzalo Hermo.

(Texto original)

Porque lembramos os mortos
o noso ventre ten a forma da tumba dun río.
O mundo non acaba na terra que pisamos.
Por iso queremos comprender
como marcharán de nós os corpos que amaremos
sen mudaren a pel
sen deixárennos na carne a presenza dun rastro.
Sucede cada vez que se contempla a despedida.
Nada substancial acontece na materia
pero o corpo por dentro recoñécese no outro
porque outro ocupará o lugar da súa memoria
cando algún día lembre.
É sempre a mesma a historia: dar conta do que somos
mentres estamos cambiando.
Pero o noso corazón borrará a nosa culpa.
Que a vida nos sorprenda
no seu despregar.

«O dó» Gonzalo Hermo.

Me asomo a la ventana:
soy siempre el último que me acuesto,
el último de la calle, el de mi casa.
El caos es visible: los papeles
sobre la mesa como un enfermo anestesiado,
rayajeados, escritos con diferentes colores;
montones de libros en el suelo.
Todo está oscuro y miro la vida
con los ojos de la noche.
Y siento el miedo de no saber
si con la luz del día siguiente
yo mismo seré capaz de amanecer.

«El caos y el miedo» Antonio Cruz Moreno.

Siento la catarsis del sueño, que es la vida,
cuando despierto y te encuentro
y el café se derrama -diluviano-
sobre nuestro árido jardín de nervios,
y te vas, luego, como una eyaculación lograda.
Yo celebro la obscena costumbre de tu marcha,
no diré cómo, ni cuánto, pero sí el lugar: lejos,
admirando el orden que se va
tras la estela pintada del tornado de Brosio,
del astronauta de Colbie,
de los gatos enormes o las mujeres
sobre paisajes kitsch de Eder.
Yo soporto la violenta costumbre de tu marcha recordando.
Y es que no hay arma
que me defienda mejor de ti que la memoria.

«La petite mort» Álvaro Carbonell.