Listado de la etiqueta: Poesía 7º Número

la sangre serena ante los grillos,
como espejo de luz
la superficie líquida: dientes de gotelé.
imagen inmóvil excepto el río
Paciencia, heroísmo vegetal
quién puede decir que el monstruo
es de carne latente
quién imagina la circulación congelada
quién explica el mordisco letal
de un enorme feto ahogado

«cocodrilo» Clara Llano.

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l
me esperas
ansioso
en el vientre
pero yo no puedo recibirte
no existen el pan
ni los abrazos

ll
cómo escarbar en las entrañas
encontrarte
en el abismo de lo sólido
decir sí
estoy contigo
precipitarme a lo llano
no tener miedo
de buscar el sustento
entre las vísceras

lll
jugar
en las entretelas de lo blando
exponerse a la luz
de lo oscuro
correr al sinsentido
cuando no se pidió nacer

«Génesis» María Fernández Albarracín.

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Para que tú existas
con todos los músculos
adheridos a los huesos,
introduzco tus cenizas
en el interior de mi vientre.
Sólo ahí eres posible:
musgo caliente,
detritus de hojarasca.
Sin cuerpo, me desciendes,
como lava recién parida.

«Sólo ahí» Marina Serrano.

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I
Así
me presento ante tus ojos:
dos pies de barro
y las manos sucias, cubiertas
del vino que derraman las bayas,
del higo arrugado,
rescatado
del último huerto
que planté para ti.

II
solo queda un hueso
entre la hierba: brilla único en la noche.
me pregunta él
si no me he cansado del dolor,
del bosque de agujas mentirosas
y de una caminata apagada en la que no hay nada
y no existo.
mira:
está en este hueso el brillo lunar
y una tristeza envenenada
a la que siempre gano el puño.
la victoria infectada
sigue siendo victoria.

«Así» Paula Pérez Rey.

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¿vi a mi abuelo
comer higos alguna vez?
acaso fuimos una familia
en el límite del verano

«¿vi a mi abuelo» Carla Santángelo Lázaro.

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cuando mi abuelo comía higos
era como un sueño
los dedos machados
sobre el plato
agosto
el sol
volvía transparente el agua
de la piscina
he olvidado por completo
su voz
a veces imagino que vuelve
de cuclillas
enciende el fuego
volcado hacia el vacío
mi hermana y yo
miramos su figura
de espaldas
le pregunto en nuestra lengua
què diries ara?
potser res
però si fora una paraula, només una?1
olivo
atardecer
pino
casa

ja sou dues dones
escolteu:
no hi ha res més després de sa mort
només noltros una altra vegada2
dejo dos plantas
sobre la tumba
con un trapito cuidadosa
quito el polvo
de su nombre

tomo notas para él
como si pudiera ver algo
un pedazo de cielo
sus ojos
cada árbol plantado
tierra adentro

ahora lo sé
mi abuelo está más vivo
en la escritura
de lo que estuvo
en la vida.

«cuando mi abuelo comía higos» Carla Santángelo Lázaro.

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Esto dije y no me arrepiento:
“Arrugado estoy” y sigo,
como el mantel de un bar
a medianoche.
También tú, quieta,
viendo pasar a los ciclistas
al otro lado del río,
gritando canciones
que no escucharemos juntos,
que no volverán a verme.
“Quiero parar de golpe”
dije también,
ya vendrá después el ruido,
la escarcha,
la grasa cristalina, mírala,
manchada de sangre
y de arena
y al final el hambre,
siempre el hambre,
vendrá seguro
cuando pase todo.

«Fue así» Manuel Pérez Matesanz.

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[Premier Deuil; Bouguereau, 1888]

donde los cuerpos caen
uno de otro
y la mancha pálida
su despertar rebusca;
es ese llanto por la tierra
que te olvida
–sedente,
una mano turbia
ya
fiambre.
“Abel,
comiénzate.”
mas no hay transposición
ni hay órgano.
“también los hijos mueren”
dice Aquel
que revuelve el cereal
en búsqueda de agua

«Todos los hijos» Aitana Monzón.

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también es este Rothko brecha en su misterio;
¿los besos de Cernuda medraron tu sofá, Desperatio de cabra y pajarillos?

encina del querer: beberse en la tibieza este susurro [líð],
igual que en las misivas gritabas amor fosilizado (cuerpos de aquellos siglos)
vibrando hacia mi peso con tu peso.
con esta rama de olmo hacia qué herida, por qué mi edad
no fue ya suficiente, o así llegarse tarde hasta el amor
y sus derribos –preguntas cavándote las palmas.
te dije: morir es un correr del niño entre gramíneas,
canto escupido del gorrión: vertical contra su nuca


[ silencio ]


parálisis_detodo _

( )

in–aequi–librio


tu voz detrás
del cielo y su promesa; vientre frío llevado [ahónde] por la nada [ahónde].
es por ser noche: dices; qué poco enmudecemos a la noche
dichosa lumbre que silva en tu sofá porque es noviembre
y cómo arañan pálidos de sangre los higos soleados cayendo hacia mi centro:
(calor como bancal que no te di)
En el monte gramíneo veréis al ruiseñor /

«Thérèse revant – II» Aitana Monzón.

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Al oír tu nombre,
siento lo que el marfil de los elefantes
cuando se duermen bostezando.
Rodeados de un cuero terso, son
como mi palabra
seca sin la tuya,
o boca vacía
de tenues algas.
Si no me hubiera equivocado,
habría seguido
tus líneas con mi mano,
te hubiera seguido acechando
tu rostro, como de harina,
henchido por mi salitre.
La soledad,
solamente la soledad
me devuelve tu marea,
con la resaca ígnea
de tus ojos verdes.
Y te veo aquí sentado,
moteado de saliva,
bordado por mil agujas
que no son las mías
y en cambio se parecen
a las mismas
de mi dolor y de mi deseo.
Si es que son cosas distintas.

«Al oír tu nombre» Enol Vigil.

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