I
Me miras, con los ojos del niño
que ha perdido la infancia prendiendo arrayanes
que domina el fuego pero no sabe nada
del mundo de los hombres.
Tienes una duna inmensa en el dedo
hemos envejecido cincuenta años de una ola
y este sol ya no nos perdona la desnudez
nos despelleja el sexo, ahuma las extremidades.
Me pides que te cuente un cuento yo estoy
leyendo a Anne Carson / ocupada
buscando la estructura en la que encajen
el tiempo y las gotitas que se te caen por la nuca.
Mañana serán otras, pienso
el sudor será distinto las gotas sabrán a hierro
ya no será el misterio del escarabajo y el desierto
sino de la semilla, la hoz y el habitáculo.
Los martes son el domingo de las espaldas encorvadas.
¿Coincidiremos pronto? ¿pondremos las manos
en la misma arena? ¿podré ver la sombrilla la luna
la nevera mis pechos en tus gafas de sol?
¿alguna vez volverá a
temblar el labio
cuando estrechen tus dedos mi cintura?

II
La primera vez que vinimos a la playa
pisaste un erizo oculto en la roca
no querías llorar, pero te redondeaban el rostro
carreteras de lágrimas silenciosas
mientras te iba sacando una a una las púas
mientras te iba abriendo huecos en la carne
mientras tus ojos ya no eran tus ojos
eran los ojos de un antílope herido
y mi garganta guardaba toda el agua del mundo.

III
Viajamos a Francia veo mi pelo muy corto
por el retrovisor a través de la ventana.
Hay familias que piden un crédito para ir de vacaciones
pero nosotros no tenemos hijos
entonces, tiene más sentido vendimiar en Córcega
que cualquier parque acuático.
Pienso en el escarabajo que hurgaba la tierra
debajo del esqueleto de una sepia
buscando refugio del sol inclemente
y el instinto me lleva
a abrazar mi vientre ovalado y vacío
por si creciera una vid.

«Tríptico para unas vacaciones tropicales» Ana Cano Pina.

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A veces, el dolor del sueño muerde
cuando el aire me sabe a tu apellido,
la brisa se desnuda
y el instinto me empuja hacia tu puerta
bebiendo de la fuente de tus labios.
No cesa el manantial, su caudal poderoso
se desliza en mis dedos.
Sabe que al detenerse
borrará mis recuerdos
de las viejas costumbres, de los sueños de antaño.
Tengo las manos húmedas.
Acaricio las flores
y sin querer refresco
mucho más mi memoria que sus pétalos.
Era otra vez agosto
y el resto de los meses una ausencia
ancha como el verano.

«A ciegas» Antonio José Muñoz Béjar.

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I
imagina un bosque una fiesta
fuera tan lejos del cuerpo
luces de neón en la superficie
de los lagos
imagina la noche un ritual
más allá de la materia
bebemos el fuego de las ramas
abrazamos el rastro cristalino
de lo que fuimos
y después solo después
bailamos
inventamos un mundo
de cornalina ruido blanco
para no volver a escuchar las voces
volver a la vida
imaginar un bosque una fiesta
luces de neón en la superficie
de los lagos

II
mi sueño es un ciervo
te digo
árboles fosforescentes
o el esqueleto de un paisaje
mi sueño es una gota de
sangre nitroglicerina
bajo la lengua
tus pupilas dilatadas
esta música que estalla que
tiembla como el pulso de
los cometas
mi sueño es un ciervo
te digo
quiero tocarte devorarte
inventar un mundo de
madreperla
alucinar la luz de tus ojos
dentro de mis ojos

III
y si la noche existe
si los lagos existen
si tus manos son estas manos que
escriben que auguran la caída de
los planetas dime
si la noche existe
fuera tan lejos del cuerpo
cómo diré que mi sombra
es tu misma sombra
que una vez fuimos
un trazo una visión
encarnizada
unos ojos cerrados
soñando con una fiesta
las voces el ruido blanco
luces de neón sobre la corteza
de nuestros cuerpos

«imagina un bosque una fiesta» Iosune de Goñi García.

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Se detuvo la palabra.
Otro amanecer desaparece.
Resuenan los pasos en la tierra
de un anónimo cansancio.

Quedarse aquí
es sellar con lentitud
el abandono.

«Se detuvo la palabra» David Conde Vitalla.

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I


Los verdes tallos
pálidos tras la nieve:
flor de jazmín.


II


Primeras lluvias.
Al descender, las hojas
muestran la tierra.


III


En esta memoria empapada
por la nomenclatura de las aguas,
siento el húmedo esqueleto de las flores,
escucho el rumor del oleaje
enmudecer contra la orilla.

«Nomenclatura de las aguas» Coral Ling.

Logo Zéjel

Zéjel cada vez nos es más ajeno. Lo que empezó como un proyecto casi íntimo, ahora amenaza con caminar sin nosotros, ya sabe hablar y quiere tener voz propia. Como un niño que se pierde por diversión en el centro comercial, se nos escapa entre la gente.

Ante esto, solo queda una opción, dejarlo ir. Y para que crezca, compartirlo.

Seis años y siete números de esfuerzos y satisfacciones han constituido lo que hoy tenemos frente a nosotros. Nos ha acompañado la suerte tanto como el trabajo y el celo. Tras el telón recordamos todos los traspiés. Y frente al escenario parece que queda un generoso recuerdo.

A veces, estamos tentados de comentar todos los accidentes que se han dado en esta casa. Para mostrar nuestra humanidad, huir de ideas equivocadas de perfección y permitirnos a nosotros mismos nuestra propia naturaleza imperfecta.

Y aunque en esta plaza vengan otros colegas a dar de sí lo mejor, quiero pensar que seguirá manteniendo el mismo rostro este niño como para reconocerlo en un futuro. Y habrá en él la genética de sus padres, aunque ya haya cambiando mucho por el tiempo.

Yo me rebelo ante los que han intentado desde fuera contaminarnos con la semilla del resentimiento. Porque Zéjel es y debe ser un juego, una amorosa fiesta, pese al inherente esfuerzo.

Si hay algo que valoro de Zéjel es su inutilidad. Y es que lo superfluo, en contra de lo que pueda parecer, es lo más importante. Ahí es donde reside la verdadera humanidad.

Hoy más que nunca debemos reivindicar la labor de lo innecesario, hoy que el mundo se hace gris y tristemente serio por tantas cosas y fuerzas que quieren reprimir lo plural y aplastan la belleza. Lo superfluo, en términos orteguianos, ha de reivindicarse. Lo inútil, lo innecesario es la clave y la gran diferencia.

¿Cómo sería el mundo si hace miles de años nadie hubiera rasgado con conchas la superficie de unas vasijas sin más objeto que la belleza? ¿Si no se hubiera esforzado nadie en hacer del ruido música, del refugio hogar, de la ropa moda? Este esfuerzo en lo incensario, por sí mismo, es lo más particularmente humano de nuestra existencia. Y crea esta segunda naturaleza que habitamos afortunadamente, un mundo rodeado de necesidades inventadas. Inventadas, secundarias, pero a la vez tan imprescindibles para nuestra vida tal y como la comprendemos.

Porque vivir no es únicamente estar en el mundo, sobrevivir, sino bien-estar, estar bien. Y por ello una industria antiquísima se levanta invisiblemente al rededor de nosotros. Donde Zéjel ha de contribuir, siendo un canal para todo lo extraordinariamente innecesario. Sin lo cual, el mundo sería completamente diferente.

«Lo superfluo, en contra de lo que pueda parecer, es lo más importante» Juan Carlos Polo Zambruno.