Quisiera despertar imaginando
una sucesión de letras que recuerde
a una verdad estoicamente nuestra.
Una rapaz de gran envergadura,
planeando el furor que apenas toca
por no quemarse torpe con su orgullo.
Así escribimos lento y elocuente,
domesticado el ave del idioma.
Pareciera que hablar es juego fácil
y no el zumbido lleno de pavesas
en el terco avispero de los labios.
Una desangelada música
que ya no usurpa el trino de la aurora
rasgando como hierro incandescente
sino que es óxido, carbono y clavo
para no recordar que el cielo es negro
y que el azul guardaba nuestra voz
y la gramática obsoleta del tiempo
fuera del tiempo: el habla que no dura
porque es habla, y no el ave
fatal de la memoria.

«Quisiera despertar imaginando» Isabel Hernández-Gil Crespo.

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El café silba, color de ojo de tigre,
llena el vaso de un solo uso.
Alguien lo tapa pronto para que no se enfríe.
Las monedas contadas
a cambio del cetro de la mañana.
Alguien doblará el vaso
como si estuviese hecho para doblarse y desaparecer,
como si aquel gesto pudiera hacerse
sin magullarse el escrúpulo, pues
quién negaría este orden,
este límpido mandamiento humano
que encubre cualquier otro orden
inabarcable.
Mira en tu mano el asa:
mecanismos de guillotina.
Escucha:
hoy crecen despojos irrompibles en el sitio de las flores.
Se inquietan los circuitos de lo que antes dormía impasible.
De petróleo en llamas será su memoria.
Sombra densa, envilecida,
cubriendo lentamente la agonía.

«Despojos irrompibles en el sitio de las flores» Laura Riera Forteza.

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Ver cómo se aproxima la hora tonta,
el sofá magullado igual que las rayas de aquel artículo
en prensa, el cielo impredecible
con el perro delante lamiéndose las patas.
Ralentizar la pausa y recordar,
cuando busco la paz de los ojos cerrados,
el abuso que hago de este verbo.
Amagar la lectura —qué diferentes los momentos
para leer y escribir—… y tener sueños nítidos.
Intuir que afuera sigue el tráfico
y que los detectives se mojan las chamarras
por puro vicio a esta ciudad.
Notar naufragios de descansos viejos
clavándose en mi espalda
y retomar la vida apenas donde la dejé.

«Nona» Sesi García.

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Una turista sevillana amamanta a un bebé
nigeriano que llegó a Barbate en patera.
(El País, septiembre de 2002)

Qué animal se bebe la leche de otro animal.
Qué animal ahoga en salmuera a quien se bebe la leche
del otro. Qué animal obstruye los conductos de la leche
que de vientre a vientre despinta en el agua salada.
Qué animal es tan animal, tan sólido, tan vertebrado.
Cuando pase el verano y cese la lactancia,
en un pedestal de animales que no admiten animales
la pregunta: qué animal cubrirá los pezones de Isabel,
arrancará sus tetas de la arena, marmoleará de sangre cada gota
de la leche reclamada. Saboreará la carne del animal
más pequeño, depredará su ahínco, esconderá la leche,
replicará vegano la carnívora intención del animal.

«Yoice» Francisco Javier Montoro.

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Sumergidas las manos
en agua caliente, escucho:
no un estallido, el fin del mundo
será poco a poco.
Me rodean las voces
de la radio y esta primera
luz de la mañana.
Pienso en todo lo que en la vida
se irá apagando. El naranja
ya gris de los duraznos que esperan,
las brasas, tu voz, en algún momento
mis muslos tranquilos. La inercia
del movimiento y el calor en los cuerpos
de los animales salvajes. ¿En qué punto
de la línea del tiempo podremos
señalar el fin de algo, los elementos
precisos y sus contornos?
Mis dedos se ablandan, la luz
ya no baña lo mismo que antes.

«Sumergidas las manos» María Vañó Ferrer.

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No hay en esta casa
rincón alguno que sacie
el murmullo de las horas.
Los grifos se consumen
a la espera de una aguja
que pespunte el placer.
Nadie sabe
qué pide la garganta.
El origen de esta urgencia
que hormiguea la voz
radica en la carne
o quizás
en la dejadez del tiempo
sobre la piel abatida
en la escarcha.

«La sed» José Olmo López.

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Mamá guarda en su lengua
una madeja.
La palabra cosida en su boca exige
volver
al lugar
exacto.
Recordar es
trenzar
fuertes bridas
enseñar
a la mano ciega
a guiarse en el silencio
porque aun habites tu casa
el dolor está dentro
pero mamá dice
no temas
a la profundidad de la memoria
la muerte es
e l h i l o
la marca de haber estado.

«Hilos» Enriqueta Ulzurrun de Asanza y Vega.

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la sangre serena ante los grillos,
como espejo de luz
la superficie líquida: dientes de gotelé.
imagen inmóvil excepto el río
Paciencia, heroísmo vegetal
quién puede decir que el monstruo
es de carne latente
quién imagina la circulación congelada
quién explica el mordisco letal
de un enorme feto ahogado

«cocodrilo» Clara Llano.

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me esperas
ansioso
en el vientre
pero yo no puedo recibirte
no existen el pan
ni los abrazos

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cómo escarbar en las entrañas
encontrarte
en el abismo de lo sólido
decir sí
estoy contigo
precipitarme a lo llano
no tener miedo
de buscar el sustento
entre las vísceras

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jugar
en las entretelas de lo blando
exponerse a la luz
de lo oscuro
correr al sinsentido
cuando no se pidió nacer

«Génesis» María Fernández Albarracín.

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Para que tú existas
con todos los músculos
adheridos a los huesos,
introduzco tus cenizas
en el interior de mi vientre.
Sólo ahí eres posible:
musgo caliente,
detritus de hojarasca.
Sin cuerpo, me desciendes,
como lava recién parida.

«Sólo ahí» Marina Serrano.

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