Experimentación en exteriores - Adrián del Campo

Crítica de arte
“Experimentación en exteriores”
de la serie Bodegones.
Adrián del Campo

No hay experimentación alguna en el exterior que se nos presenta. No hay objeto ni hay bodegón. No hay fotografía. Hay pintura e idea. Hay una góndola entre épocas.
Adrián del Campo concibe el tiempo a modo de superposición vertical y va desnudando épocas sobre épocas en este horizonte dudoso: una puerta al siglo XVII holandés queda abierta donde, -pese a la falta de frutas, flores o aires de mercado-, la minuciosidad y voluptuosidad de la vista recuerdan a la frondosidad de los bodegones de Jan Davidsz de Hem. En la quietud se reafirma la impresión primera de irrealidad. No hay bodegón si no hay moscas y pétalos cayendo o frutas desparramándose. Abruma percibir tantos siglos merodeando un jarrón, que sin embargo, permanece tan quieto, agarrado a la tierra como un alfiler que no envejece.
La saturación lumínica, la irrealidad y algún que otro no sé qué también concluyen en un regusto kitsch. Pero hay algo que deslumbra y que va más allá de lo kitsch: la insistencia por cuidar la luz, la limpieza técnica al manipular la naturaleza más allá del retoque, haciendo de la suya una obra hiperestética.
Y hay tradición -pintura de bodegones, composición convencional- y contemporaneidad -fotografía, algo de arte concepto…- Todo es un rizo de épocas, estilos y soportes. Pero pese a sus intentos por establecer guiños históricos, ante todo pervive una actitud que trasciende épocas: maniera. Hay manera, amaneramiento, Manierismo y maniera. Queda en lo técnico, y queda en el desdoblamiento y retorcimiento de significados, signos, símbolos, diálogos y lenguajes.
Es más, ¡en esta era de la imagen los jóvenes hacen pintura! La pintura que ha aspirado a la reconstrucción fotográfica durante siglos. Y aquí, el autor revierte el curso del arte: ha fotografiado una pintura. Pero aquí no hay cosas. Aquí se nos presenta una experimentación pictórica de las imágenes que proyectan las cosas.
Tras estas afirmaciones podemos comenzar a ahondar en la problemática conceptual que ha entretejido el artista. Ha modificado el status de la imagen: no es un bodegón, es una representación estética de un concepto, o un concepto embellecido. ¡Qué le importa el jarrón o las flores que pueda contener! Lo suyo es el mundo de la idea. Ofreciéndonos esta realidad alternativa y de ensueño, tan sólo quiere presentar una burla al mal gusto que sobrevive en la actualidad. Ese gusto relamido y envejecido (kitsch) que sin embargo presenta su fotografía. ¿Y acaso ella se salva?
Tras destripar el disfraz fotográfico y percibir la idea subyacente de la obra, se nos vienen a la memoria los ready mades de Duchamp. Aquí se inaugura un nuevo ready made visual. Al artista no le interesan los objetos ni la manufactura de los mismos, sino el concepto que el objeto cotidiano arrastra tras de sí. Negando los gustos del pasado y el kitsch ya citado, también termina por negar el objeto que de forma intrínseca arrastra significados históricos. Lo desprovee de toda utilidad y uso al fotografiarlo, lo convierte en contenedor de ideas. Y va más allá: ya no interactuamos con el objeto duchampiano sino con una imagen digital del mismo.
Este fotógrafo -casi dadá sin saberlo-, se ríe del pasado usando los marcos del pasado. No obstante, a mí me parece que el bodegón también asoma una sonrisa. Se dice, ¿¡aquí quedan mis límites!? El artista temerario, jugando con el pasado, parece terminar adoptando su lenguaje. ¿Cabe la innovación en todo este juego de insultos que es la obra? Se nos presenta una fotografía del siglo XXI que da respuesta a lo ya existente. Seguimos empeñados en ofrecer respuestas-concepto en contra de aquellas manifestaciones artísticas y modas antiguas.
Pero qué digo, también hay avance y desbordante imaginación. No es habitual toparse con la fotografía de una pintura, de un escenario [¿de una performance?]; con un lienzo brotando en el campo que dice: dejo ver más de lo que cualquier hombre puede mirar. Y entonces el ojo se entorna, inquieto, sabiendo que queda algo entre las ruinas del bodegón y el paisaje…

David Roldán Eugenio.

 

Fragmento del libro
Filosofía del Arte y la comunicación.
Jacinto Choza Armenta
Thémata, 2015.*

 

La enorme primacía que tiene la moda en nuestra cultura, escribía Simmel, manifiesta un rasgo psicológico de la época, a saber, un interés más acusado en la aparición y extinción de los elementos clave de la cultura que en su permanencia, más en su tránsito que en su sustancia, es decir, un interés mayor en la crisis del socialismo, de la piedad religiosa, o de la razón científica, en su liquidación y en el advenimiento de sus nuevas formas, que en lo que cada uno de esos elementos de la cultura representa en sí y vale por sí. El interés por la caducidad de algo y por la novedad de lo siguiente, más que por la sustancia de eso que es reemplazado, la atención preferente al proceso de cambio más que a la cosa cambiada, es lo que permite hablar de la época como caracterizada por el actualismo del presente. «Por eso, una de las causas por las que la moda domina hoy tan intensamente la conciencia es también que las grandes convicciones, permanentes e incuestionables, pierden cada vez más fuerza».
En efecto, en una época en la que la conciencia del cambio es muy viva la moda tiene especial relevancia, como también lo tiene la información de lo que pasa, las noticias, las novedades. Lo que más importa es estar al día, que tiene que ver con tener unos conocimientos actuales, actualizados, con estar a la moda en materia de conocimiento, y eso produce un gozo y una satisfacción específica, un «sentimiento de intensificación del presente» y de valoración máxima de lo presente que se refleja bien en la expresión «anticuado» con la que a veces se descalifica un vestido, un modo de trabajar, una teoría o una apreciación política ¿Significa eso que se trata de una época muy superficial, o que vive tan solo en el presente, en lo fugaz, en lo transitorio? Significa, por lo pronto, una época en que los procesos temporales se han alterado en el sentido de que el tempo de la moda, el ritmo de auge y decadencia de los elementos superficiales, ha pasado también a ser el ritmo y el tempo de los elementos más sustantivos de la cultura, el de la ciencia y la ética, el de la religión y la política.
La cultura ilustrada y romántica tienden a asimilar lo que dura poco con lo aparente e insustancial y lo que dura mucho con lo real y verdadero, pero en la medida en que por la alteración de su tempo lo sustancial de una cultura se acompasa al ritmo de lo superficial de ella, puede decirse que la distancia y la articulación entre apariencia y realidad se ha modificado. A su vez, en la medida en que lo que aparece, lo que se percibe, es del reino de la estética, y en la medida en que los elementos sustantivos de la cultura resultan más transitorios y se consideran por eso más aparentes, puede decirse también que hay una alteración de las relaciones entre la estética, por una parte, y la ética y la ciencia, la religión y la política, por otra.
Recurriendo a la terminología de los trascendentales, cabe decir que una cultura articulada según los principios de la moda, es una cultura en la que la relación entre la belleza, el bien, la verdad, la realidad y la unidad se rige por la hegemonía de la belleza, lo cual contrasta con una cultura en la que la relación de sus elementos se rige por la hegemonía de la verdad, como han sido la cultura medieval y moderna, que se articulaban según los principios de la ciencia y de la religión. La sacralización de la apariencia y del presente lleva consigo una sacralización de la frivolidad, o bien una frivolización de lo sacro, de lo sustantivo, una «superficialización» o trivialización de lo profundo.
Pero, ¿es que la duración tiene tanta hegemonía y tanto poder como para determinar los valores de lo real e irreal, de lo verdadero y lo falso? ¿Es que el tiempo rige sobre el ser y el horizonte de toda comprensión posible, como sostiene la hermenéutica del siglo xx, desde Husserl y Heidegger hasta Gadamer y Ricoeur?
Si así fuera lo verdadero no sería tal por ser verdadero sino por durar mucho, y algo no sería real por otro título más que por el de su larga duración. ¿No puede suceder que la frivolidad y la superficialidad resulten desvalorizadas porque son términos acuñados en una cultura donde el valor de máxima cotización es la duración indefinida?, y ¿no podría suceder que al alterarse la cotización de los valores se alterasen también las valencias de lo superficial y lo profundo, lo efímero y lo duradero, lo aparente y lo real?
En la cultura moderna el factor hegemónico ha sido la ciencia, que se apreciaba como lo verdadero, lo intemporal, lo profundo, lo real y lo permanente. Estos eran los valores más altos, y por eso los de cotización más baja quedaron depreciados como sus contrarios, y se agruparon en torno a la belleza en el reino de lo aparente, superficial, falso, efímero, es decir, de todo aquello que constituye esencialmente a la moda. Pero al alterarse el sistema de las cotizaciones, es decir, al pasar de moda la ciencia misma, que es lo que ha ocurrido en la crisis de la modernidad, se ha alterado por completo el mismo marco de referencia y el sentido de los términos de valor. En la modernidad la ciencia valía más que el hombre, que podía y debía sacrificarse por la verdad y la ciencia. En el siglo xx el hombre vale más que la ciencia y la verdad, porque la verdad es transitoria, provisional.

*Filosofía del Arte y de la comunicación. Teoría del Interfaz. Thémata. Sevilla, 2015. Págs. 312-314.

La misma luz. Padilla Libros, 1996. José María Delgado.

Tuve la suerte de conocer a José Mª Delgado -él no se acordará de mí- hace alrededor de 9 años, cuando en el aula nos transmitía su amor por las lenguas romances -en concreto el castellano y el italiano-, así como lo sublime de los cabellos dorados de una Venus de Botticelli. Aunque en aquellos tiempos yo ya amaba el placer de la lectura, me llevó un poco más acercarme a la poesía, en definitiva: elaborar una visión del mundo que me llevase más allá de lo evidente. Más o menos desafortunado, finalmente ese hecho terminó por acontecer y cumplidos los dieciocho, por azares que no me atrevo a mencionar, encontré unos versos suyos que yo tomé con celebrada satisfacción. Éstos, concretamente, formaban parte de un ejemplar del cuaderno de poesía POEMAR nº5 del año 1987. Su lectura minuciosa me llevó a indagar la existencia de algún poemario que fuese de su absoluta autoría. Cuatro años más tarde me encontraba en la librería Padilla. El título del susodicho encabeza portada: La misma luz. Título sencillo y contundente, que en algún momento mereció escribirse, tenía algo de mundano y misterioso que incitaba a su apertura. Los textos que en él se encuentran no llevan título: están precedidos por su correspondiente número romano. Esto no tiene importancia alguna, pues el poemario guarda una consonancia y coherencia asombrosas: un recorrido vital por la experiencia del poeta, que enseguida nos seduce y nos atrapa en una tímida red de sincera musicalidad y espléndidas metáforas. Metáforas y símiles de terrenal trascendencia, consigue hacer de lo elemental y cotidiano lo más insólito y veraz, con un fuerte sabor a sur, claramente apreciable a lo largo de la obra.

Parece que otra vez comienza el revuelo.
Los días alargados como fuentes, los jóvenes
más jóvenes –aún más- al descubierto.
Como una palmera, cuanto miro es exacto y ajeno,
está escrito con la feliz caligrafía del presente.
Mientras, pienso en la muerte: la comprendo.

Este sabor sureño no resulta, sin embargo, en ningún momento excesivamente romántico o arquetípico, sino que por el contrario lleva una intensa firma personal, esto es, una redefinición de los elementos que consideramos propios del sur bajo una óptica más “pura” e intimista. Efectivamente, a medida que vamos avanzando en la lectura del poemario comenzamos a entrever a qué hace referencia el título del mismo. José Mª Delgado logra cautivarnos y atraparnos en “un tiempo circular” a la vez que va hilvanando con “su luz” las diversas experiencias que componen su obra, que si bien son diferentes en el tiempo, en realidad guardan entre sí una misma esencia, como si todo lo sucedido a partir de cierto momento no fuese más que una variación de una misma felicidad o tristeza: de un momento de luz. Esa luz habitual en su amada Sevilla, que lo mismo alumbra lo muerto que lo vivo; la certeza que la duda; la alegría que la pena. De este modo puede apreciarse un hermoso contraste en cada uno de sus poemas. La fragilidad del ser, la juventud, el paso del tiempo, la finitud, la soledad: cosas grandes y misteriosas, ligadas inexorablemente a la condición humana, que producen ansiedad y desconcierto, son aplacadas por la generosidad de un pueblo; por la frescura de un jardín en el verano; un pájaro; una voz.

Un arco de metal y transparencia
me atraviesa –fiel alma del sur-
y sabe al don más alto de la vida:
el favor de habitar entre nosotros.

Pura nostalgia del presente, como diría Jorge Luis Borges: la luz, siempre inmensa y constante, siempre presente -pues se sabe que todo presente comienza a ser pasado en el instante en que se piensa-, hacedora de la historia y de sus símbolos, insondable, atemporal.

Qué bello es entender un poema, pero cuánto más sentirlo y lograr “entenderse” en uno de ellos. Esto es lo que sucedió desde que abrí la primera página de La misma luz. Quizás porque hicimos el trayecto juntos, y yo llevaba ya algún tiempo viajando y jugando con los hilos de la tarde, pero ahora consigo verme en sus textos más nítidamente que nunca, como “exigiendo de ellos algún consuelo”. La crudeza de estar vivo tiñe cada uno de sus versos, pero también la fuerza y la valentía de asumir el mundo. Por eso escribo esto con tantísimo amor, porque a José Mª Delgado le debo tanto descubrimiento, tanta paz y tanta agonía. Sus versos son una prueba fehaciente de que un poema puede disfrutarse y sentirse sin por ello tener que renunciar a un análisis profundo de la realidad. En un mundo en que todo parece devenir cada vez más simple y superficial, yo hago un alegato a favor de la sencillez y la madurez poética. Una misma luz baña también hoy estas líneas que escribo, y nos recuerda que aquí en el sur herida y cura van en un mismo apuñalamiento. Por todo ello le debía yo esta reseña, que jamás estará a la altura de mi agradecimiento y de su poesía. Invito pues, al lector de turno, a recuperar esas pequeñas joyas que inmerecidamente van perdiéndose en la memoria, mientras que ahí afuera ganan la escritura fácil sin crítica ni consistencia. Pero no es necesario que dramaticemos. Por el contrario, baste añadir algo de esperanza a nuestra suerte, como escribe nuestro autor:

La misma luz implacable que fue decolorando
uno a uno los nombres con gris lluvia ceniza
revela hoy -clara tarde de pájaros-
lentamente otro nombre: sílaba a sílaba.

Narciso Raffo Navarro.

El primer número de Zéjel. Revista de arte, literatura y pensamiento ya es una realidad. Hace sólo unos días llegó a nosotros el volumen recién salido de imprenta y apenas podemos resistirnos a compartirlo con vosotros. Para ello, hemos organizado la presentación del primer número en el palacete sevillano Casa de las Sirenas, situado en el corazón de la Alameda de Hércules de Sevilla

La fecha elegida para el evento es el jueves 29 de septiembre. En él no sólo se podrá adquirir el número físico de la revista sino que será un ocasión excepcional para conocer a los diversos autores que han publicado en el número y recitarán en directo sus creaciones. Del mismo modo, se leerá el poema cedido por Donald Hall en directo y expondrá la obra seleccionada en la sección «Artes visuales» del artista Adrián del Campo. Estaremos encantados de recibiros en el que será el primer acto público de la revista.

In this first issue of Zéjel we have the great honor of including in the section Invited Poet a selection of poems by the American writer, poet and literary critic Donald Hall.

As such, Zéjel has met one of its more ambitious goals: to include the work of a writer of renowned international recognition within the first few issues. In September, the magazine will feature its first publication along with a Spanish translation of the poem «Ruins» by Hall. Thanks are due to the collaboration and generosity of the American publisher Houghton Mifflin Harcourt, who has given us permission for the original poem in English to publish an original, unpublished translation for the first time.

Donald Hall (Hamden, Connecticut, 1928) was influenced from an early age by the works of Edgar Allan Poe and was a precocious writer, publishing his first poem at age sixteen. After graduating from Philips Exeter Academy, he enrolled in Harvard University and later the University of Oxford. During these early years he won the prestigious Newdigate Award for his poem «Exile.» From 1953 to 1961 he was the first poetry editor for the Paris Review and in 1957 he began to teach classes in English language literature at the University of Michigan, where he would meet his future wife and fellow poet Jane Kenyon. He has won countless awards, such as the Leonore Marshall/Nation Prize for his poetry book The Happy Man (1986), the National Book Critics Circle Award for The One Day (1988), as well as the Los Angeles Times literary prize and the Ruth Lilly poetry prize, among others. He has served as the Poet Laureate of the United States, as well as that of the state of New Hampshire. Currently, Hall resides in Wilmot, New Hampshire in his grandparents’ former farmhouse, the source of inspiration for many of his poems.

His involvement in the academic world and the richness and variety of his body of work have led him to be considered one of the greatest writers of his generation of American literature of the 20th century.

«Ruins» brings us the perspective of a man who lives through another person. The landscape and the home are revealed as spaces of solitude and painful introspection upon the assumption that that other person is content living separate from the narrator, happily moving with the inertia of their everyday life. «Ruins» shouts for those nonbelievers who are trapped in their own past and who, through the eyes of others, have been reduced to nothing but distant rubble.

En este primer número Zéjel tiene el gran honor de contar con uno de los poemas del escritor, poeta y crítico literario estadounidense Donald Hall presidiendo la sección de Poeta Invitado.

Así Zéjel ve cumplida una de sus expectativas más ambiciosas: incluir a un escritor de renombre internacional en cada uno de sus números. En septiembre, la revista estrena su primera publicación con el poema Ruins de Hall. Gracias a colaboración y amabilidad de la editorial estadounidense Houghton Mifflin Harcourt, que nos ha concedido los permisos de reproducción del poema original en inglés y del que ofreceremos además una traducción inédita.

Donald Hall (Hamden -Connecticut-, 1928) queda marcado en su infancia por las obras de Edgar Allan Poe y escribe ya a edad temprana, publicando su primer poema con dieciséis años. Tras su paso por la Philips Exeter Academy, ingresa en Harvard University. Durante estos años de juventud se hace con el prestigioso premio Newdigate con su poema Exile. De 1953 a 1961 encabeza la edición de Paris Review y en 1957 comienza a impartir clases de Literatura inglesa en Michigan University, periodo en el que conocerá a su futura esposa Jane Kenyon. Ha ganado innumerables premios como el Leonore Marshall/Nation Prize con su poemario The Happy Man (1986), Thee National Book Critics Circle Award con The One Day (1988), así como el premio literario Los Angeles Times y el premio de poesía Ruth Lilly entre otros por su trayectoria. En la actualidad, Hall reside en Danbury (New Hampshire), lugar de creación e inspiración primera para muchos de sus poemas.

Su implicación en el mundo académico y la riqueza y variedad de su obra lo han llevado a ser considerado uno de los escritores más relevantes de su generación de la literatura estadounidense del siglo XX.

El poema que hemos escogidoRuins, nos trae a un hombre que se vive en otra persona. El paisaje y el hogar se revelan como espacios de soledad y dolorosa introspección ante la suposición de que el otro es feliz allá en la lejanía y en la inercia del día a día. Ruins grita por aquellos hombres incrédulos encerrados en su pasado y de los que, a ojos de otros, no queda más que un lejano escombro.

Zéjel is an art, literature and thought magazine focused especially on the field of poetry and directed and consulted by young people, with a deep affection for artistic and universal literary tradition and creations yet to come.

Poetic composition, the visual arts and essays are its three pillars, but they are the translated works of foreign poetry – and thus the contribution to their diffusion in the Spanish-speaking world – and the included work of an experienced poet with a renowned literary career path that define our innovative spirit and push us to build a new model of literary and cultural inspiration in southern Spain.

Zéjel is a defense of artistic creation, a continuing recognition of the exercise of thought between young artists and readers. Chronicling the different curiosities and experiences of our collaborators, we aim to join tradition and innovation, the languages of both ancient and new eras alike.

Zéjel es una revista de arte, literatura y pensamiento centrada especialmente en el ámbito poético y dirigida y asesorada por jóvenes, con todo el cariño a la tradición artística y literaria universal y por la creación venidera.

La composición poética, las artes visuales y el ensayo son sus tres monolitos. Pero será la traducción de poesía extranjera -contribuyendo así a su difusión en el mundo hispanohablante- y la inclusión de la obra de un poeta de reconocida experiencia y trayectoria literaria la que defina nuestro espíritu innovador y nos empuje a querer constituir un nuevo referente de inspiración literaria y cultural en el sur de España.

Zéjel es un alegato a la creación, una reivindicación continua al ejercicio del pensamiento entre los jóvenes. Recolectando las diferentes inquietudes y experiencias de nuestros colaboradores, intentamos aunar tradición e innovación, los lenguajes de tiempos antiguos y nuevos.