Te llaman luz, amor. Hoy te llamo derrota.
JAVIER EGEA

Inevitablemente tuvimos que ser jóvenes,
mostrar una sonrisa honesta –a veces-,
desconocer aquello
que no correspondía a nuestra edad.

-La vida entonces era el juego.

Pero nos sorprendió el amanecer
tumbados a este lado de la mar
como los que reciben al verano
en los umbrales de las casas viejas.
Heredamos la luz a punto de estallar
en este marzo incansable
de madrugadas ebrias
y balcones floridos.
En cada imagen nueva
hay una voz antigua
que susurra los nombres
velados de las cosas.

Presiento
que la vida es el rojo carmesí
de la tarde, esta primavera intensa
que se rinde y perece
cuando tú miras hacia la otra orilla.

«Esta primavera que perece» M. Carmen Márquez.

Puedes amar
pero no expongas a la luz
lo que has de hacer de noche,

pero no rompas tus grilletes
-la cadena es de oro:
da las gracias,
corresponde la voz con tu silencio-.

Guárdate de los ojos,
eres una extranjera:
no reclames,
no tomes de la mano a nuestras hijas.

Toleramos que existas:
es bastante.

«No tomes de la mano a nuestras hijas» Rocío Acebal.

Que el rubio de los cuerpos me ilumine
en las oscuridades de la noche,
bien entrada la noche, o por el día
oscuro de suburbios
en un abandonado callejón
o también por el centro, en callejones
abandonados al deseo.

Y no sólo son rubios, son morenos
los cuerpos, como el pan
que amaso y parto y como
con ansia y hasta deshacerse al fin
en mí, en otro, en la sombra,
la sombra última pasados años
de placentero amor, de los placeres
sin amor, sin cuidados, sin el tiempo.

Que el tiempo guarde el alma,
que el cuerpo goce al cuerpo,
que afrodita me coja confesado.

«El deseo» Mario Vega.

 

La luna llena, el frío y una sombra
que se desliza entre la luz naranja
de las farolas—la ciudad y un hombre—
El golpeteo rítmico del bolso
en su costado. Avanza hacia el lugar
en que había quedado. No esperaba
una Resolución tan diferente.

—Eres más guapo que en la foto—dijo.
—Tú tampoco estás mal—primer error—,
tus ojos son más verdes, en directo
se ven mucho mejor—
un buen arreglo.

—Tienes prisa? Nos vamos?
—La verdad es que no, me gustaría
tomar algo contigo antes que nada.

Y entonces discutieron
durante un par de horas sobre el mundo,
la Vida y sus misterios—medianoche
llegó—antes de tiempo—y la conversación
continuó camino hacia su casa
y en su portal, el beso y en su cama,
los sucesivos roces de la piel.

Pero la realidad
es cruel y al despertarse
todo lo que quedaba eran recuerdos—
El sol del mediodía, el frío y unas
manchas sobre el colchón—
la soledad: un hombre y su silencio.

«Encuentros de la tercera fase» Lorenzo Roal.

Por dentro de la noche la gata es el caballo árabe de un ratón insomne, un tranvía de sombra para dos cucarachas hacia lo séptico.

Por dentro de la noche oscila el chirimbolo de la luna inventando otra vez el ruido:
estalla el vidrio de la cerveza y la juventud regresa 35 veces.
Un coche rojo me recuerda a mi primer coche
rojo.

Sissel canta la canción de Solveig en los Campos de Marte por dentro de este túnel que desemboca en las naranjas tristes del día.

No hay mucho más.

Los hijos rezan desde su limbo de semen a la vida arrebatada en un pañuelo.
La mujer es un infinitivo que sueña detrás de la pared cosas normales y ciertas.
Yo, aquí, estoy sucediendo.

Después el silencio y un poco más allá el silencio
con sus ojos grandes de cierva si pronuncias el menaje.

Escribir era esto.
Observar la peonza en su traslación doméstica,
el hombro moreno de la muchacha girando desde verano del 96
y tener que decirlos para no morir de asfixia.

Escribirse, mirarse escribirse.
(Me escribo, me miro escribirme)
así,
así.
Soy tantísimo el poema y adelgazo tanto estas noches que cualquier día desapareceré.
Ni cuerpo ni ceniza, sólo archivo y metáfora.
La historia del hombre que para deslumbrar tuvo que convertirse en el árbol que escribía.

Preparad,
pues,
la voz alta, el hilo de la memoria, el cariño que me tuvisteis mientras fui.
Para encontrarme ese día tendréis que leer en la corteza
vuestros antiguos nombres.

«Nocturno de E. Grieg» Iván Onia.

 

Otro sueño ha venido a cabalgarme
vestido de azul
esta noche.
De ese azul eléctrico
que difícilmente podría lamerse
ni gozarse.
En ese sueño,
nuestras caderas se hundían
en un océano
galáctico,
llenas de escamas prendidas
de llamas verdes,
y tú me mirabas
a los ojos y te preguntabas asustada
adónde había ido el color de sus iris.
En ese sueño,
por nuestros pechos rodaban
cerezas negras
del mar a nuestras bocas,
y su sabor ingrávido era el de la sangre
marchita y oxidada.
Pero, poco a poco, consigo deleitarme con algo…
aquí, ribeteada nuestra luz por el vaivén
del aguamarina,
multiplicados nuestros perfiles en sus espumas,
¡calladas nuestras voces por su silencio!
Tu cintura y la mía, mientras los cantos rodados
blancos y grises suben por entre las escamas
y las cerezas,
se tiñen de una fragilidad inquebrantable,
de una belleza odiosa,
y empiezan a llenárseme los iris vacíos
de ese disfrute policromático que no comprendo.
Será este océano estrellado que nos baña:
vientre que nos gesta como a dioses.

«Bajo el cielo negro» Ángela Franco.

Ahora que ya no mezclo
la tierra con la yerba,
me como la cuerda
del esquife
me trago
el mar con flores
en el espacio vacío
del aire con sal.

Núbil,
ondeo en este islote
sin árbol ni raíces,
contengo la carne,
también hago fuego
escucho a mi madre
y rompo a la mar.

«Comer» Amalia López.

Una observadora cósmica
arde posada en unos ojos lánguidos,
ojos que alumbran cuerpos en el exilio,
ojos que son efigies talladas.

Observa lo que subyace detrás
de esta prisión ilusoria
donde el tiempo es de hojalata
y la patria permanece en reposo.

Ahonda en el silencio de los transeúntes,
sé cómplice de su rigidez estable,
la metamorfosis suave
de aquellos que viven al alba.

Hay una estatua que finge amar
con sus labios de cera candente,
fantasma autómata
en este hostil deseo.

Onírica maga,
dama de blanco lácteo,
atraviesa el límite de las horas
y llega jadeante al reencuentro.

La lejanía camina con pies de ceniza
hacia la simetría insoluble,
respuesta extraviada
el mar abierto.

«Observadora cósmica» Andrea Villalba.

 

Siempre, el imposible diferente;
el no saber cuándo ni cómo,
y lo que es más duro, el porqué.

Siempre errando sin culpa alguna
en lágrimas secas,
disimulados surcos arañando la rutina.

Siempre algo más;
ese detalle inacabado, inoportuno.
Siempre ese no es bastante,
cuánto falta, si no llega.

Y muerde el alma otro mordisco.
Muerde el cuerpo otra derrota.
Muerde, araña y grita en el vacío.

Porque nadie escucha,
es invisible tu dolor sentido,
es imposible continuar la lucha.

«Siempre, el imposible diferente» Isabel Eugenio.

Sentada con la puerta detrás de mí,
dejo que la brisa te reemplace.

Pero tú entrarás flotando sobre tus pies
cortados por la arena del fondo marino,
meciendo la luna envuelta en una gasa.

¡Toma!; caerá como un plomo en mis oídos.
Esto es lo que intenta borrar el sol.
Hoy, ha perdurado.
Yo misma lo he arrancado de las nubes.

Tenía el derecho de hacerlo.

El vaso deja un río en la mesa.
Me estremezco ante el esfuerzo
de ser pared, de sentir
el yeso desprendiéndoseme por el calor,
rezando para que la luna florezca
deformada en tus manos.

Las velas arden hasta muy entrada la noche,
Y lloran montañas sobre la mesa.

Soy cañón,
estoico en mi asiento, cada cardenal
en mi columna vertebral, un parterre de tierra
para las hierbas y el cúmulo de hormigas rojas.
Venenoso, escupo vertidos invernales.
Nunca me doy la vuelta.

Tu voz, ahogada por
los pájaros entre mis dedos,
cuyo aleteo y canto
repintan la luna,
debilitando la piedra.
Tu sombra de vinagre, contenida
en el portal que se va oscureciendo—

tus vaivenes arrastran tus palabras.

«Hablaríamos de cosas sin importancia» Alejandra Alvarez.

 

(Texto origina)

I sit with my back to the door,
let the breeze stand in for you.

But you’ll float in on feet
cut by seafloor sand,
cradling the moon clothed in gauze.

Here! will fall on my ears,
is what the sun tries to erase.
Today, it endured.
Plucked it from the clouds myself.

I had a right to.

The glass sweats a river into the table.
I quake with the effort of
being wall, of feeling
heat peel plaster off me,
praying for the moon to bloom
ugly in your hands.

Candles burn into the night, they
weep mountains onto the tabletop.

I am canyon,
stoic in my seat, each bruise
down my spine, a soil bed for
weeds and red-ant piles.
Venomous, I seethe winter runoff.
Never once do I turn around.

Your voice, drowned out by
birds between my fingers,
their wing flap and song
recolor the moon,
debilitate the rock.
Your vinegar shade, contained
in the darkening doorway—

departures have slurred you.

«We’d Make Small Talk» Alejandra Alvarez.

*Publicado en Marginalia: The Cornell Undergraduate Poetry Review.