Listado de la etiqueta: Poesía 8º número

es verano
las calles están llenas de naranjas amargas
cigarras, pájaros, zumbidos y ondas se entremezclan en el oído

en el agua de la piscina tres avispas muertas y un par de niños
a lo lejos un cuerpo se desprende del suelo
impacta contra el agua con una postura extraña
abajo todo se escucha diferente
los gritos adquieren otro lenguaje
dicen que el tiempo se cuela entre los sonidos
la palabra ya no significa

el agua rellena sus huecos
la respiración adquiere forma
un suspiro son tres burbujas

un cuerpo reposa al fondo
su pelo ondea pero
quieto está cansado
de lo terrenal

Mayla Tapia Galindo.

La muerte desde el fondo es toda blanca
en blanco, blanco zinc, en blanco roto,
un blanco inicio
que empieza, apaga, empuja y,
en los gestos,
expone en un silencio ronco sed.

La vida, cuando es vida, colorea.
El rojo vivo tiñe,
bombea saturado, cuenta, brinca,
conforme llega en poco a poco el blanco
agota, languidece en el latido,
la luz lo ocupa todo
y es la nada,
no hay tacto que se quede
sin materia:
el ojo, sin el iris, sin pupila,
cegado, plano, borra cada borde.

El blanco en el coral lo cansa todo,
el fondo, más al fondo, a brillo puro,
la nada que nos cabe en el pulmón,
cerámico,
marmóreo,
muerto neutro,
quedando sin manchar y sin memoria:
el blanco que nos mata
sin gritar.

«Coral» Andrea López Montero.

veintiuna lunas al mes sin falta
antes de dormir
empujo una pastilla fuera del blíster
la coloco sobre mi lengua
y la trago sin agua sin pensar
asumo como una certeza
la verdad del que todo lo sabe
del que no sangra del doctor/del amante
y la trago sin agua sin pensar
ignoro los silencios del cuerpo renuncio
a los campos de mi carne / a la sangre
de las madres
en su lugar otra cosa por mi pierna
vacía la luna sobre el plato de la ducha
en los siete días restantes
una cosa impropia demasiado roja
demasiado líquida demasiado
cansada

«veintiuna lunas al mes» Marina Bravo Clavero.

Dentro del paritorio,
se oyen gritos desgarradores.
No es fácil traer al mundo
una luna creciente.

Otras están esperando en sus habitaciones.
Alguna se aburre y dibuja el rostro de su bebé
en la pared.
Se da cuenta de que la ternura no cabe
en las mejillas de un fantasma.

Mientras tanto las matronas se desinfectan las manos,
se limpian las legañas
y preparan el altar con cuidado.

Se trata de un sacrificio ancestral.
Cortan la carne de la sacrificada y la estiran
como si fuera las alas de un águila.
No duele.
La madre abre sus brazos
y se entrega
a la infinitud del amor.

«Paritorio» Patricia Úbeda Sánchez.

En la misma habitación desde hace veinticinco años
mi madre dobla la ropa sin una arruga
para así no ahogarnos al vestirnos.
La guarda en cuadrados perfectos
al fondo del cajón, cuidadosamente,
entre sus preocupaciones, sus debilidades
que siempre nos ha ocultado.
No hay nada más intimo
que la penumbra de una habitación.
Sin embargo, ella no es consciente
de que el misterio entre adultos
no existe.
Hace años que la observo, sigiloso,
tumbada en la cama
dejándose llevar por una marea
la boca abierta
su carne encogiéndose
sumergida en el centro de su intimidad.
Y hace años que tras despedirnos
se quedan en mis brazos
pequeños copos de nieve.
Ella seguirá su ritual, en silencio,
y la ropa apretará mi cuello.

Sergio Obreo.

por protegerlos de algún modo
enumerábamos los seres y las cosas
Marosa di Giorgio

gustosa escarbo
como gusana voraz
ingiero el mundo de
su asco me alimento
//
el endometrio desprendido
como un trozo de fachada
//
nos dieron a probar de los
frutos como riñones dorados
//
un archipiélago de rotos
a lo largo de la tela intuye
el vello de un vientre
//
toleraba cualquier salinidad
no le escocía la herida
me dejó lamer su costra

Carmen Casanueva García.

mamá ayer me llevaron a confesarme a la iglesia del colegio me dijeron que
llevaba la falda muy corta me dijeron que pidiese perdón me dijeron que no
debería sentir ese cosquilleo pero por primera vez no sentí culpa de tener
las uñas pintadas de rojo chillón

tenemos la misma forma que un algodón de azúcar
(dulces y al borde de desaparecer)

el color rosa es engañoso por eso a las niñas nos han engañado toda la vida
la esperanza se nos agotó a los 5 años y desde ahí vivimos tirando como mulas de carga
de las palabras que nos han sido dichas (que nos separan las vértebras) y de esa promesa
incumplida (la de Dios y la de nuestra madre)

aunque todo se nos quede grande hemos aprendido a no mentir a mordernos la lengua

luego crecemos y somos obscenas frente una Biblia abierta y nos arden las puntas del
pelo
y nos pica detrás del ojo y dejamos de sentir el paladar

no sé de dónde salieron esos aires de grandeza solo sé que a veces hay que creérselos a
veces hay que teñirse de rosa y rojo a veces hay que encender un fuego

la ceniza nos sabe a impotencia pero

juramos sinceridad y nos sabemos Santas

Sergio Obreo.

La pupila de la vaca ensancha su negrura
el desgarro del grito aterciopelado de una madre
engorda la porosidad de las vigas que
sostienen el dolor de fractura
aguardan el llanto prematuro del niño
que deberá ser hombre.
Las diminutas manos se alargan
preparan el cuenco donde
recoger la ubre
desmigar la lana
donde nacerán las caricias para el buey que ara.
Las sendas rajan su letargo para entregarse
a las huellas del niño
violetas y caléndulas se disponen a su tacto
el perro consentirá su mandato
la vara del roble ya se deforma
para su palma.

Naiara Zazpe.

No sé si te has dado cuenta; los barrios pobres tienen
nombres de santos en este país.
Así es como los ricos redimen sus pecados.
Les tiran un pedazo de parcela a los asalariados
y les permiten vivir en la ciudad.
Al principio trabajaban para ellos,
vivían para ellos, recibían en caridad su ropa
y el fondo de las ollas. Ahora sus hijos
y los hijos de sus hijos pasean por las calles,
tienen carreras, siguen a los herederos en Instagram.
Leen poesía. Vuelven a los barrios con nombres de santos,
pagan un alquiler por encima de los dos tercios del sueldo.
No creen en Dios y no tienen pecados.
Solo un apellido vulgar y una amarga sensación de déjà vu en la sien.

«No sé si te has dado cuenta» Cora Álvarez Blanco.

Tengo los libros de poemas
insertos entre versos de mi padre escritos a pluma.
Para leer una antología poética de Luis Cernuda
debo abrirme paso entre la profusa malla de palabras azules y caóticas
del primer hombre que me vio desnudo.

Escudriño la huella dactilar impresa en la tinta
para ver si puedo estribar mi juventud sobre su narrativa
o si el final, con suerte, resulta ser una muestra de mi madurez protocolaria.

Me he dado cuenta
de que he acabado termiteando Vivir sin estar viviendo
para extraer delicadamente los volcados salvajes de experiencia
sobre las arenosas y ajadas páginas que un día compusieron la antología
y hoy son un álbum de recuerdos o dos vasos de plástico unidos por un cordel
o un puente transgeneracional o una conversación íntima
que se propuso en 1985 y continua hoy
(11/04/2022),
y estoy brincadamente contento.

Es curioso que mi padre y Cernuda solo compartieran mundo once meses
y que el segundo escribiera un poemario
para que el primero hablara con su hijo.

«Gracias a Luis Cernuda» Marcos Pérez Parras.