Ya está disponible la versión online de nuestro Octavo número. En ella han participado:
Natalia Litvinova, Nakahara Chuya, Sonia Arab, Sophia DuRose, Irene Torra, Kori Ryoko, Ara Fumiko, Gorai Shoko, Miyaki Mieko, Manuel García Valadez, Ibrahim NasrAllah, Tamim al-Barghouti, Javier Hernández Manrique, Laura Agustí, Cristian Álvarez Mejuto, David Caramazana, Mayla Tapia Galindo, Andrea López Montero, Marina Bravo Clavero, Patricia Úbeda Sánchez, Sergio Obreo, Carmen Casanueva García, Sofía Estrella Gutiérrez, Naiara Zazpe, Álvaro Macías Rondán, Cora Álvarez Blanco, Marcos Pérez Parras, Mercedes Morón, Lucía Sánchez, Celeste Miranda, María Pérez Cordero, Paula Lupiáñez, Gudrun Palomino, María Alcaraz, Paula Escrig, David Ferrez Gutiérrez, Guillermo Urquiza, Javier Adrada de la Torre, Diana González Mañas, Helena Martínez, Silvia Madera, Ángel Cívico, Judit Tirado, Coral Ling, Mario Zurdo, Laura Rodríguez Aparicio y Narciso Raffo,
«Yo soy el poeta» Narciso Raffo
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me senté a escribir. Muchos escritores, escribientes y poetas calificarían este estado de inactividad como un fracaso. Es cierto: la vida se escribe rápido. Y nosotros, humildes perseguidores de su sombra, no hacemos más que acompañar sus movimientos.
En consecuencia, pensamos: la producción literaria también ha de ser vasta. Los medios de difusión cultural y las redes sociales no hacen sino acrecentar este malestar. “Si no escribo, no estoy en el mundo”. Por contra, cuando escribimos, cada palabra parece decir: ¡Yo soy el poeta!; y cada publicación parece ser un golpe sobre la mesa. ¿Pero de quién?
Yo he vivido como vosotros ese miedo que poco a poco se convirtió en una cuestión casi identitaria: ¿qué hace al poeta?, ¿he dejado de serlo estos dos años? ¿Acaso lo soy solo cuando escribo, o cuando un amigo o un lector me recuerda alguno de mis versos?
Mucho se ha escrito sobre la poesía pero poco sobre el poeta. ¿Por qué le debemos tanto al objeto? He buscado posibles respuestas en la propia literatura. Como sabemos, para Pessoa el poeta es un fingidor; para Huidobro, más bien una especie de demiurgo, “un pequeño dios”. Entre todas las que he logrado recordar, hay una que me parece especialmente certera, por la naturalidad y poca pretensión con la que aparece. Versos de un Poeta en Nueva York que no han dejado de corretear por mi cabeza desde la primera vez que los leí:
«porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado»
Sondar las cosas del otro lado como epíteto más fino de la condición de poeta, negación de la propia condición de poeta frente a esta mirada, como un estado más antiguo y primitivo; negación incluso del hombre, realidad de otros (mirada de otros) construida e impuesta sobre nosotros. El poeta es quien mira y decide. Sondar las cosas del otro lado para descubrir posibles trampas, como un acto de rebelión o un simple juego, pero también para asombrar(nos) desde otro prisma; como una forma novedosa y siempre fresca de amar.
El tiempo que no he escrito no he dejado de mirar. Tampoco he dejado ser hijo, amigo; no he dejado de leer, de amar; desde que soy niño no he dejado de “sondar las cosas del otro lado”.
Al cabo me consuela seguir siendo aquel que desea, quien estrecha lazos y aprende. Quien mira y quien oye. En estos momentos de sequía productiva, me consuela saber que también he ido cosechando y macerando la palabra, escuchando la voz de quienes me hablan. La literatura empieza ahí, no lo olvidemos. Nos exige vivir para llegar a ella.
«¡Yo soy el poeta!» Narciso Raffo.