—Coge el pan y pon la mesa —dijo algún día mi padre.
Cojo el táper y enciendo el microondas.
El plato da vueltas y mi vida también:
los adultos son grandes y yo soy pequeña.
Todo lo precocinado
pierde sabor: las bromas, las verdades,
la pasta boloñesa.
Papá, ¿de dónde procede mi sangre?
¿Tuvo la cigüeña algo que ver con el parto?
¿Fui el triste regalo de un Happy meal sorpresa?
¿Limpiaré algún día el mantel sin que tus quejas me insten a ello?
—Algún día serás tan alta como yo —recuerdo que dijiste.
Los metros no lo quisieron así.
—Déjate de libros y ordena tu habitación —debí hacerte caso.
La mente sigue en desorden.
—Esta es la receta de tu abuela —muerta—, ¡no la olvides!
No recuerdo ni la receta ni a mi abuela —ya me gustaría a mí saber cocinar, ya me
gustaría que la familia se quisiera.
La mesa y yo sentimos tu peso.
Saco la pasta del microondas y meto dentro a mi abuela.
Olvidé mis apellidos y sacié mi hambre.
Lo peor es que nunca me dijiste aquello,
lo de coger pan. Nunca entendí por qué, pero la familia no comía con pan. Nunca
entendí por qué la familia no se quería.
«Comida precocinada» Paula Lupiáñez.