why do you try
so hard to be a man? You are
a lover! Why adopt
the reprehensible absurdities of
an inferior attitude?
William Carlos Williams

Me dicen que no, que exagero,
que mis manos
no son tan pequeñas mira
y ponen las suyas sobre las mías
sobrándoles una falange
y en sus rostros observo
la derrotada pupila
de los matemáticos equivocados.
Retiro rápido mi mano:
me hago –me siento pequeño,
frágil,
sin llegar a ser hombre
porque mis manos apenas
si sirven para pelar granadas.

Me dicen que, que claro,
que a una mujer le atraen
los hombres de manos grandes,
manos capaces de estrujar manzanas,
manos de estatua ligeramente descompensada,
que ellas se fijan mucho
en las manos, en las uñas
y yo me las he mordido siempre
por sentir pequeñas cuchillas
bajar por mi garganta.

A ver las tuyas y las muestro
avergonzado, como pájaros sin alas,
acorralados y tontos.

Si pudieran llorar mis manos, llorarían.

Luego en casa
me digo tranquilo me miro
mejor mis manos y las veo
sin saber qué decir de ellas
mas que no sirven para la siembra,
la caza, la fuerza
-aquello para lo que se crearon pero
sí para aguantar una casa,
acariciar un cuerpo
y teclear, teclear, teclear, teclear…

«I’m Your Man» Álvaro Macías Rondán.

No sé si te has dado cuenta; los barrios pobres tienen
nombres de santos en este país.
Así es como los ricos redimen sus pecados.
Les tiran un pedazo de parcela a los asalariados
y les permiten vivir en la ciudad.
Al principio trabajaban para ellos,
vivían para ellos, recibían en caridad su ropa
y el fondo de las ollas. Ahora sus hijos
y los hijos de sus hijos pasean por las calles,
tienen carreras, siguen a los herederos en Instagram.
Leen poesía. Vuelven a los barrios con nombres de santos,
pagan un alquiler por encima de los dos tercios del sueldo.
No creen en Dios y no tienen pecados.
Solo un apellido vulgar y una amarga sensación de déjà vu en la sien.

«No sé si te has dado cuenta» Cora Álvarez Blanco.

Tengo los libros de poemas
insertos entre versos de mi padre escritos a pluma.
Para leer una antología poética de Luis Cernuda
debo abrirme paso entre la profusa malla de palabras azules y caóticas
del primer hombre que me vio desnudo.

Escudriño la huella dactilar impresa en la tinta
para ver si puedo estribar mi juventud sobre su narrativa
o si el final, con suerte, resulta ser una muestra de mi madurez protocolaria.

Me he dado cuenta
de que he acabado termiteando Vivir sin estar viviendo
para extraer delicadamente los volcados salvajes de experiencia
sobre las arenosas y ajadas páginas que un día compusieron la antología
y hoy son un álbum de recuerdos o dos vasos de plástico unidos por un cordel
o un puente transgeneracional o una conversación íntima
que se propuso en 1985 y continua hoy
(11/04/2022),
y estoy brincadamente contento.

Es curioso que mi padre y Cernuda solo compartieran mundo once meses
y que el segundo escribiera un poemario
para que el primero hablara con su hijo.

«Gracias a Luis Cernuda» Marcos Pérez Parras.

No regué las orquídeas
de mi padre
Ahora están muertas.

Cae el vino sobre
la mesa, sobre
los libros, sobr
e un dibujo, so
bre palabras.
Sobre las flores
cae el vino
y no sé si debería
tirarlas, si
el agua cura, si
sobre la tierra
mi padre siempre
estará muerto.

«No regué las orquídeas» Mercedes Morón.

Crecer en la carencia es convertirse
en apátrida del amor,
en huérfana de la memoria,
en vagabunda del tiempo.

Si pudiera me quitaría cada hueso
y cada músculo, uno a uno,
hasta volver a ser pequeña
y caber en los brazos
de mis padres.

«Crecer es querer hacerse pequeña» Lucía Sánchez.

Hoy me he ahogado en un batido de fresa, han encontrado mi cuerpo nadando en un
charco rosa y enorme en el suelo de mi habitación. El charco ha empapado la alfombra
del Ikea y unos cuantos garabatos que podrían ser, algún día, el nacimiento de un poema.
Mi rosáceo cuerpo ya no llora, apenas tiembla y no abre su boca para lanzar un quejido
al cielo, por si alguien lo escucha. Qué difícil es ser, existir, respirar si los pulmones se
encharcan de mercurio, de baba espesa, de batido de fresa que ha nadado por la tráquea.

«Hoy me he ahogado en un batido de fresa» Gudrun Palomino.

Perder la infancia es
convertirse en el sujeto regresivo
que ansía oír las voces adultas
desde el fondo del agua
como un renacuajo
al que las palabras se le escapan
en la infinitud de las ondas.

Es soñar con aquel que solo necesita
estirar su cuerpo a la deriva
para pensar que el trayecto
puede ser eterno en su fluir.

Es seguir las voces,
perder las branquias,
estirar los huesos
y arrancarse los dientes de leche.

Crecer es salir a flote, respirar
y gritar.

«Infancia» Lucía Sánchez.

Como montañas
un recuerdo tras otro
se desdibuja

«Memoria» Celeste Miranda.

Salimos las dos
en este álbum sin fotos
desmemoriadas

«mer /mère» Celeste Miranda.

alguien nos daba un cubo de agua
y luego trotábamos alegres hacia las hileras
con las últimas fresas

el regalo era comerlas allí mismo:
el presente era lo único que teníamos permitido

las cogíamos con temor a perderlas
como si apuráramos siempre agosto
al final de un camino seco

hundíamos la mitad de nuestros dedos
con las tardes cortadas entre ellos
y nos las llevábamos a la boca

un jugo fresco y rosado
caía desde la comisura de los labios
y dibujaba el rastro de la infancia en los bosques

nos sentíamos ladrones de frutas consentidos,
libres y seguros en nuestro gesto en medio de aquel campo
– no como aquella vez,
¿recuerdas los naranjos del huerto tapiado? –

las manos y las lenguas
brillantes y pegajosas
parecían delatar un crimen
llenos y satisfechos hacíamos recuento
nos mirábamos regocijados
– ¿qué venía después? –

un pedazo de nosotros también
perdió sus frutos
al final de la temporada

María Pérez Cordero.