I
幼年時
私の上に降る雪は
真綿のやうでありました

    少年時
私の上に降る雪は
霙のやうでありました

    十七-十九
私の上に降る雪は
霰のやうに散りました

    二十-二十二
私の上に降る雪は
雹であるかと思はれた

    二十三
私の上に降る雪は
ひどい吹雪とみえました

    二十四
私の上に降る雪は
いとしめやかになりました……

II
私の上に降る雪は
花びらのやうに降つてきます
薪の燃える音もして
凍るみ空の黝む頃

私の上に降る雪は
いとなよびかになつかしく
手を差伸べて降りました

私の上に降る雪は
熱い額に落ちもくる
涙のやうでありました

私の上に降る雪に
いとねんごろに感謝して、神様に
長生したいと祈りました

私の上に降る雪は
いと貞潔でありました

I

Infancia
La nieve cayendo sobre mí
era como capullos de seda.

Niñez
La nieve cayendo sobre mí
era como aguanieve.

17-19
La nieve cayendo sobre mí
se esparcía como granizo blando.

20-22
La nieve cayendo sobre mí
la sentía tornar en pedrisco.

23
La nieve cayendo sobre mí
parecía una terrible ventisca.

24
La nieve cayendo sobre mí
se volvió muy silenciosa…

II

La nieve cayendo sobre mí
desciende como pétalos,
se oye el sonido de leña ardiendo
cuando el cielo helado se oscurece.

La nieve cayendo sobre mí,
sumamente tierna,
caía tendiendo sus manos.

La nieve cayendo sobre mí
parecía lágrimas vertidas
sobre una cálida frente.

A la nieve cayendo sobre mí
le ofrecí gratitud sincera, a Dios
recé por una larga vida.

La nieve cayendo sobre mí
era profundamente casta.

«Canción de infancia» Nakahara Chūya.

Traducción de Sonia Arab.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me senté a escribir. Muchos escritores, escribientes y poetas calificarían este estado de inactividad como un fracaso. Es cierto: la vida se escribe rápido. Y nosotros, humildes perseguidores de su sombra, no hacemos más que acompañar sus movimientos.

En consecuencia, pensamos: la producción literaria también ha de ser vasta. Los medios de difusión cultural y las redes sociales no hacen sino acrecentar este malestar. “Si no escribo, no estoy en el mundo”. Por contra, cuando escribimos, cada palabra parece decir: ¡Yo soy el poeta!; y cada publicación parece ser un golpe sobre la mesa. ¿Pero de quién?

Yo he vivido como vosotros ese miedo que poco a poco se convirtió en una cuestión casi identitaria: ¿qué hace al poeta?, ¿he dejado de serlo estos dos años? ¿Acaso lo soy solo cuando escribo, o cuando un amigo o un lector me recuerda alguno de mis versos?

Mucho se ha escrito sobre la poesía pero poco sobre el poeta. ¿Por qué le debemos tanto al objeto? He buscado posibles respuestas en la propia literatura. Como sabemos, para Pessoa el poeta es un fingidor; para Huidobro, más bien una especie de demiurgo, “un pequeño dios”. Entre todas las que he logrado recordar, hay una que me parece especialmente certera, por la naturalidad y poca pretensión con la que aparece. Versos de un Poeta en Nueva York que no han dejado de corretear por mi cabeza desde la primera vez que los leí:

«porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado»

Sondar las cosas del otro lado como epíteto más fino de la condición de poeta, negación de la propia condición de poeta frente a esta mirada, como un estado más antiguo y primitivo; negación incluso del hombre, realidad de otros (mirada de otros) construida e impuesta sobre nosotros. El poeta es quien mira y decide. Sondar las cosas del otro lado para descubrir posibles trampas, como un acto de rebelión o un simple juego, pero también para asombrar(nos) desde otro prisma; como una forma novedosa y siempre fresca de amar.

El tiempo que no he escrito no he dejado de mirar. Tampoco he dejado ser hijo, amigo; no he dejado de leer, de amar; desde que soy niño no he dejado de “sondar las cosas del otro lado”.

Al cabo me consuela seguir siendo aquel que desea, quien estrecha lazos y aprende. Quien mira y quien oye. En estos momentos de sequía productiva, me consuela saber que también he ido cosechando y macerando la palabra, escuchando la voz de quienes me hablan. La literatura empieza ahí, no lo olvidemos. Nos exige vivir para llegar a ella.

«¡Yo soy el poeta!» Narciso Raffo.

es verano
las calles están llenas de naranjas amargas
cigarras, pájaros, zumbidos y ondas se entremezclan en el oído

en el agua de la piscina tres avispas muertas y un par de niños
a lo lejos un cuerpo se desprende del suelo
impacta contra el agua con una postura extraña
abajo todo se escucha diferente
los gritos adquieren otro lenguaje
dicen que el tiempo se cuela entre los sonidos
la palabra ya no significa

el agua rellena sus huecos
la respiración adquiere forma
un suspiro son tres burbujas

un cuerpo reposa al fondo
su pelo ondea pero
quieto está cansado
de lo terrenal

Mayla Tapia Galindo.

La muerte desde el fondo es toda blanca
en blanco, blanco zinc, en blanco roto,
un blanco inicio
que empieza, apaga, empuja y,
en los gestos,
expone en un silencio ronco sed.

La vida, cuando es vida, colorea.
El rojo vivo tiñe,
bombea saturado, cuenta, brinca,
conforme llega en poco a poco el blanco
agota, languidece en el latido,
la luz lo ocupa todo
y es la nada,
no hay tacto que se quede
sin materia:
el ojo, sin el iris, sin pupila,
cegado, plano, borra cada borde.

El blanco en el coral lo cansa todo,
el fondo, más al fondo, a brillo puro,
la nada que nos cabe en el pulmón,
cerámico,
marmóreo,
muerto neutro,
quedando sin manchar y sin memoria:
el blanco que nos mata
sin gritar.

«Coral» Andrea López Montero.

veintiuna lunas al mes sin falta
antes de dormir
empujo una pastilla fuera del blíster
la coloco sobre mi lengua
y la trago sin agua sin pensar
asumo como una certeza
la verdad del que todo lo sabe
del que no sangra del doctor/del amante
y la trago sin agua sin pensar
ignoro los silencios del cuerpo renuncio
a los campos de mi carne / a la sangre
de las madres
en su lugar otra cosa por mi pierna
vacía la luna sobre el plato de la ducha
en los siete días restantes
una cosa impropia demasiado roja
demasiado líquida demasiado
cansada

«veintiuna lunas al mes» Marina Bravo Clavero.

Dentro del paritorio,
se oyen gritos desgarradores.
No es fácil traer al mundo
una luna creciente.

Otras están esperando en sus habitaciones.
Alguna se aburre y dibuja el rostro de su bebé
en la pared.
Se da cuenta de que la ternura no cabe
en las mejillas de un fantasma.

Mientras tanto las matronas se desinfectan las manos,
se limpian las legañas
y preparan el altar con cuidado.

Se trata de un sacrificio ancestral.
Cortan la carne de la sacrificada y la estiran
como si fuera las alas de un águila.
No duele.
La madre abre sus brazos
y se entrega
a la infinitud del amor.

«Paritorio» Patricia Úbeda Sánchez.

En la misma habitación desde hace veinticinco años
mi madre dobla la ropa sin una arruga
para así no ahogarnos al vestirnos.
La guarda en cuadrados perfectos
al fondo del cajón, cuidadosamente,
entre sus preocupaciones, sus debilidades
que siempre nos ha ocultado.
No hay nada más intimo
que la penumbra de una habitación.
Sin embargo, ella no es consciente
de que el misterio entre adultos
no existe.
Hace años que la observo, sigiloso,
tumbada en la cama
dejándose llevar por una marea
la boca abierta
su carne encogiéndose
sumergida en el centro de su intimidad.
Y hace años que tras despedirnos
se quedan en mis brazos
pequeños copos de nieve.
Ella seguirá su ritual, en silencio,
y la ropa apretará mi cuello.

Sergio Obreo.

por protegerlos de algún modo
enumerábamos los seres y las cosas
Marosa di Giorgio

gustosa escarbo
como gusana voraz
ingiero el mundo de
su asco me alimento
//
el endometrio desprendido
como un trozo de fachada
//
nos dieron a probar de los
frutos como riñones dorados
//
un archipiélago de rotos
a lo largo de la tela intuye
el vello de un vientre
//
toleraba cualquier salinidad
no le escocía la herida
me dejó lamer su costra

Carmen Casanueva García.

mamá ayer me llevaron a confesarme a la iglesia del colegio me dijeron que
llevaba la falda muy corta me dijeron que pidiese perdón me dijeron que no
debería sentir ese cosquilleo pero por primera vez no sentí culpa de tener
las uñas pintadas de rojo chillón

tenemos la misma forma que un algodón de azúcar
(dulces y al borde de desaparecer)

el color rosa es engañoso por eso a las niñas nos han engañado toda la vida
la esperanza se nos agotó a los 5 años y desde ahí vivimos tirando como mulas de carga
de las palabras que nos han sido dichas (que nos separan las vértebras) y de esa promesa
incumplida (la de Dios y la de nuestra madre)

aunque todo se nos quede grande hemos aprendido a no mentir a mordernos la lengua

luego crecemos y somos obscenas frente una Biblia abierta y nos arden las puntas del
pelo
y nos pica detrás del ojo y dejamos de sentir el paladar

no sé de dónde salieron esos aires de grandeza solo sé que a veces hay que creérselos a
veces hay que teñirse de rosa y rojo a veces hay que encender un fuego

la ceniza nos sabe a impotencia pero

juramos sinceridad y nos sabemos Santas

Sergio Obreo.

La pupila de la vaca ensancha su negrura
el desgarro del grito aterciopelado de una madre
engorda la porosidad de las vigas que
sostienen el dolor de fractura
aguardan el llanto prematuro del niño
que deberá ser hombre.
Las diminutas manos se alargan
preparan el cuenco donde
recoger la ubre
desmigar la lana
donde nacerán las caricias para el buey que ara.
Las sendas rajan su letargo para entregarse
a las huellas del niño
violetas y caléndulas se disponen a su tacto
el perro consentirá su mandato
la vara del roble ya se deforma
para su palma.

Naiara Zazpe.