Tengo los libros de poemas
insertos entre versos de mi padre escritos a pluma.
Para leer una antología poética de Luis Cernuda
debo abrirme paso entre la profusa malla de palabras azules y caóticas
del primer hombre que me vio desnudo.

Escudriño la huella dactilar impresa en la tinta
para ver si puedo estribar mi juventud sobre su narrativa
o si el final, con suerte, resulta ser una muestra de mi madurez protocolaria.

Me he dado cuenta
de que he acabado termiteando Vivir sin estar viviendo
para extraer delicadamente los volcados salvajes de experiencia
sobre las arenosas y ajadas páginas que un día compusieron la antología
y hoy son un álbum de recuerdos o dos vasos de plástico unidos por un cordel
o un puente transgeneracional o una conversación íntima
que se propuso en 1985 y continua hoy
(11/04/2022),
y estoy brincadamente contento.

Es curioso que mi padre y Cernuda solo compartieran mundo once meses
y que el segundo escribiera un poemario
para que el primero hablara con su hijo.

«Gracias a Luis Cernuda» Marcos Pérez Parras.

No regué las orquídeas
de mi padre
Ahora están muertas.

Cae el vino sobre
la mesa, sobre
los libros, sobr
e un dibujo, so
bre palabras.
Sobre las flores
cae el vino
y no sé si debería
tirarlas, si
el agua cura, si
sobre la tierra
mi padre siempre
estará muerto.

«No regué las orquídeas» Mercedes Morón.

Crecer en la carencia es convertirse
en apátrida del amor,
en huérfana de la memoria,
en vagabunda del tiempo.

Si pudiera me quitaría cada hueso
y cada músculo, uno a uno,
hasta volver a ser pequeña
y caber en los brazos
de mis padres.

«Crecer es querer hacerse pequeña» Lucía Sánchez.

Hoy me he ahogado en un batido de fresa, han encontrado mi cuerpo nadando en un
charco rosa y enorme en el suelo de mi habitación. El charco ha empapado la alfombra
del Ikea y unos cuantos garabatos que podrían ser, algún día, el nacimiento de un poema.
Mi rosáceo cuerpo ya no llora, apenas tiembla y no abre su boca para lanzar un quejido
al cielo, por si alguien lo escucha. Qué difícil es ser, existir, respirar si los pulmones se
encharcan de mercurio, de baba espesa, de batido de fresa que ha nadado por la tráquea.

«Hoy me he ahogado en un batido de fresa» Gudrun Palomino.

Perder la infancia es
convertirse en el sujeto regresivo
que ansía oír las voces adultas
desde el fondo del agua
como un renacuajo
al que las palabras se le escapan
en la infinitud de las ondas.

Es soñar con aquel que solo necesita
estirar su cuerpo a la deriva
para pensar que el trayecto
puede ser eterno en su fluir.

Es seguir las voces,
perder las branquias,
estirar los huesos
y arrancarse los dientes de leche.

Crecer es salir a flote, respirar
y gritar.

«Infancia» Lucía Sánchez.

Como montañas
un recuerdo tras otro
se desdibuja

«Memoria» Celeste Miranda.

Salimos las dos
en este álbum sin fotos
desmemoriadas

«mer /mère» Celeste Miranda.

alguien nos daba un cubo de agua
y luego trotábamos alegres hacia las hileras
con las últimas fresas

el regalo era comerlas allí mismo:
el presente era lo único que teníamos permitido

las cogíamos con temor a perderlas
como si apuráramos siempre agosto
al final de un camino seco

hundíamos la mitad de nuestros dedos
con las tardes cortadas entre ellos
y nos las llevábamos a la boca

un jugo fresco y rosado
caía desde la comisura de los labios
y dibujaba el rastro de la infancia en los bosques

nos sentíamos ladrones de frutas consentidos,
libres y seguros en nuestro gesto en medio de aquel campo
– no como aquella vez,
¿recuerdas los naranjos del huerto tapiado? –

las manos y las lenguas
brillantes y pegajosas
parecían delatar un crimen
llenos y satisfechos hacíamos recuento
nos mirábamos regocijados
– ¿qué venía después? –

un pedazo de nosotros también
perdió sus frutos
al final de la temporada

María Pérez Cordero.

Coge el pan y pon la mesa —dijo algún día mi padre.
Cojo el táper y enciendo el microondas.
El plato da vueltas y mi vida también:

los adultos son grandes y yo soy pequeña.

Todo lo precocinado
pierde sabor: las bromas, las verdades,
la pasta boloñesa.
Papá, ¿de dónde procede mi sangre?
¿Tuvo la cigüeña algo que ver con el parto?
¿Fui el triste regalo de un Happy meal sorpresa?
¿Limpiaré algún día el mantel sin que tus quejas me insten a ello?

Algún día serás tan alta como yo —recuerdo que dijiste.
Los metros no lo quisieron así.
Déjate de libros y ordena tu habitación —debí hacerte caso.
La mente sigue en desorden.
Esta es la receta de tu abuelamuerta—, ¡no la olvides!
No recuerdo ni la receta ni a mi abuela —ya me gustaría a mí saber cocinar, ya me
gustaría que la familia se quisiera.
La mesa y yo sentimos tu peso.
Saco la pasta del microondas y meto dentro a mi abuela.
Olvidé mis apellidos y sacié mi hambre.
Lo peor es que nunca me dijiste aquello,
lo de coger pan. Nunca entendí por qué, pero la familia no comía con pan. Nunca
entendí por qué la familia no se quería.

«Comida precocinada» Paula Lupiáñez.

Y si hiberno todo el invierno,
¿qué te parece? Con la nariz enterrada
en el montón mullido de piel
que me protege por las noches y a veces mordisqueo
hasta que llego a hueso pulido
y me puedo enganchar.

Así me quedaré
durante las nevadas,
anclada a tu vértebra cervical

«Cabaña de invierno» María Alcaraz.