Copos de nieve
pequeñas flores blancas
mueren en tu aliento

Mario Zurdo.

Vencejo tan breve
describen tus alas
mensajes del verano

Mario Zurdo.

me acuerdo del génesis
de este caos

me acuerdo de aquel octubre
involuntario
que arrancó de un tajo
la soledad de otoño

me acuerdo de esa compañía
anónima e innombrable
«si no la pronunciamos
vivimos la irrealidad
porque yo ahora no puedo»
no puedo
no recordar la entelequia
de nuestros dos años
las canciones los poemas las noches
que no existieron nunca
porque estoy loca
y siempre recuerdo
quimeras y mitologías inventadas
porque estoy loca
y solo prima
la palabra no articulada

el no decir elimina
toda posibilidad de realidad

me acuerdo del génesis
de este olvido

«me acuerdo del génesis» Laura Rodríguez Aparicio.

El niño a mi lado comprende
la infinitud del aire,
por eso juega,
dibuja círculos con índices y pulgares
-como quien mira al telescopio-,
reduce su tamaño.
Observa solo lo que de fuera
deja ver una ventana.
Mete dentro pájaros
y avionetas publicitarias,
captura en su improvisado objetivo
la lentitud de las nubes.
A lo lejos, una luna mate
nos recuerda
las fulgentes bondades de la noche.
Ahora me encierra a mí -que lo miro-
en su pequeño claustro.
Busco alas, motor,
el viento que me saque.

«Madurez» Álvaro Carbonell Cerdá.

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En saltar la tranca

Un desert de coralls prohibits,
esquitxos de cendra.
Llençols de cargols i petxines,
barreja d’aigües dolces i salades
de terrenys sorrencs i argilosos,
canyissars, joncs,
inundacions permanents o ocasionals.
Som aiguamoll i sól llimós
sorrals costaners i lliris de mar,
m’enfonso en l’esqueix de la teva pell,
pins pinyers que sobre les dunes descansen,
onades esberlades en engrunes d’escuma.
Cors de ruta migratòria,
arrossars i ànecs blancs,
perdius i serps d’aigua,
llúdries, flamencs,
ullals de nenúfar.

En saltar la valla

Desierto de corales prohibidos,
salpicaduras de ceniza.
Sábanas de caracoles y conchas,
mezcla de aguas dulces y saladas
de terrenos arenosos y arcillosos,
cañizares, juncos,
inundaciones permanentes u ocasionales.
Somos humedales y suelo limoso,
arenales costeros y lirios de mar,
me inundo en el esqueje de tu piel,
pinos piñoneros que sobre las dunas descansan,
olas rompiéndose en migajas de espuma.
Corazones de ruta migratoria,
arrozales y patos blancos,
perdices y serpientes de agua,
nutrias, flamencos,
colmillos de nenúfar.

«En saltar la tranca / En saltar la valla» Albanie Casswell.

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esta herida persiste
en el tronco de los álamos.
era feliz
cuando el mundo medía,
exactamente,
lo mismo que la mano de mis padres.
recuerdo el campo,
preñado de amapolas,
centeno y girasoles.
jugábamos a encontrar cuarzos
en las orillas del río,
a lamer las piedras de sal para el ganado
a remover las aguas de la acequia,
a mantener ocupadas las largas horas de la infancia.
hemos crecido,
el mundo ahora mide
-exactamente-
4,7 pulgadas
y los árboles
ya nunca volverán a ser tan altos.
con todo,
me consuela saber
que el amor aún perdura
en la memoria de las flores.

«esta herida persiste» Carlos García Mera.

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Quisiera despertar imaginando
una sucesión de letras que recuerde
a una verdad estoicamente nuestra.
Una rapaz de gran envergadura,
planeando el furor que apenas toca
por no quemarse torpe con su orgullo.
Así escribimos lento y elocuente,
domesticado el ave del idioma.
Pareciera que hablar es juego fácil
y no el zumbido lleno de pavesas
en el terco avispero de los labios.
Una desangelada música
que ya no usurpa el trino de la aurora
rasgando como hierro incandescente
sino que es óxido, carbono y clavo
para no recordar que el cielo es negro
y que el azul guardaba nuestra voz
y la gramática obsoleta del tiempo
fuera del tiempo: el habla que no dura
porque es habla, y no el ave
fatal de la memoria.

«Quisiera despertar imaginando» Isabel Hernández-Gil Crespo.

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El café silba, color de ojo de tigre,
llena el vaso de un solo uso.
Alguien lo tapa pronto para que no se enfríe.
Las monedas contadas
a cambio del cetro de la mañana.
Alguien doblará el vaso
como si estuviese hecho para doblarse y desaparecer,
como si aquel gesto pudiera hacerse
sin magullarse el escrúpulo, pues
quién negaría este orden,
este límpido mandamiento humano
que encubre cualquier otro orden
inabarcable.
Mira en tu mano el asa:
mecanismos de guillotina.
Escucha:
hoy crecen despojos irrompibles en el sitio de las flores.
Se inquietan los circuitos de lo que antes dormía impasible.
De petróleo en llamas será su memoria.
Sombra densa, envilecida,
cubriendo lentamente la agonía.

«Despojos irrompibles en el sitio de las flores» Laura Riera Forteza.

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Ver cómo se aproxima la hora tonta,
el sofá magullado igual que las rayas de aquel artículo
en prensa, el cielo impredecible
con el perro delante lamiéndose las patas.
Ralentizar la pausa y recordar,
cuando busco la paz de los ojos cerrados,
el abuso que hago de este verbo.
Amagar la lectura —qué diferentes los momentos
para leer y escribir—… y tener sueños nítidos.
Intuir que afuera sigue el tráfico
y que los detectives se mojan las chamarras
por puro vicio a esta ciudad.
Notar naufragios de descansos viejos
clavándose en mi espalda
y retomar la vida apenas donde la dejé.

«Nona» Sesi García.

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Una turista sevillana amamanta a un bebé
nigeriano que llegó a Barbate en patera.
(El País, septiembre de 2002)

Qué animal se bebe la leche de otro animal.
Qué animal ahoga en salmuera a quien se bebe la leche
del otro. Qué animal obstruye los conductos de la leche
que de vientre a vientre despinta en el agua salada.
Qué animal es tan animal, tan sólido, tan vertebrado.
Cuando pase el verano y cese la lactancia,
en un pedestal de animales que no admiten animales
la pregunta: qué animal cubrirá los pezones de Isabel,
arrancará sus tetas de la arena, marmoleará de sangre cada gota
de la leche reclamada. Saboreará la carne del animal
más pequeño, depredará su ahínco, esconderá la leche,
replicará vegano la carnívora intención del animal.

«Yoice» Francisco Javier Montoro.

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