Listado de la etiqueta: Poesía 5º Número

Febrero,
al cálido sol de invierno,
en la punta del espigón.
Frente a mí,
un hombre ayuda
– muy suavemente –
a quitarse algo de ropa
a su madre mayor.
En sus brazos
blancos y flácidos
– pienso –
que merecida luz.

«Madre» Imanol Ulacia.

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Desconozco el espacio que me alberga,
en mí se concentran otros dioses:
casi treinta años de paseos breves.

Nací con dos fechas:
la que domino, la que me apresa.

Soy pisadas de sueños y brea
impresas sin cuidado, orden o nombre.
En la memoria soy
y a ella me consagro.

 

«Memoria somos y en ella moriremos» Fabián Trigos.

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Habitar la palabra
para no trascenderla.

Adiós ficción: depura
la invisibilidad,
lo estoico del deseo,
la última luna muerta del idioma.

Escribe cuanto puedas, habitante
de la grieta.
Ése es
tu trabajo en la nada.

Por encima de todo
borra los huecos. Ellos
nunca abandonan
la idea del poema.

 

«La desaparición del poema» Aitor Franco.

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I
Hay algo que sólo se observa
a las afueras de la ciudad
la luz de la galaxia
se opaca
por las luces artificiales más cercanas
que en vez de iluminar
oscurecen

II
Si el parpadeo de las estrellas
tuviera un sonido
sería el grillar de los grillos
el ruido que se escabulle
cuando abrimos la puerta
en las noches de calor

 

«El grillar de los grillos» Eugenio Garza.

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Regalarlo todo. Cada prenda. Cada adorno.
Con mentalidad de pobre. Los dedos de harina
calentando el mismo tazón
y la sonrisa rota hacia la mesa
sin frutas ni flores en la fuente.
Sin estrenar nada, sin ambición de refugio.
Habiendo perdido la energía
y el asombro.
Queriendo decir: «¿Por qué no vuelves a casa?»
Cuando lo sabe. Que volver a casa es el miedo.
Que la huida del día es el miedo.
La tapia de ladrillo y la llamada al timbre sin prever
si podrá entrar.
Cada mirada de hembra.
Cada preñez. El miedo.
El cuerpo que no se acostumbra
y que, lejos de aumentar,
reduce su tamaño y se parte en dos.

«Regalarlo todo» Pilar Adón.

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He inventado el incendio en el que ardo
Juan Vicente Piqueras

Mi pecho henchido de sollozos que no prosperan y mis palabras acurrucadas
entre el paladar y la lengua por temor a otro rechazo de medianoche.
Sí, abrí los ojos como respuesta a la anarquía del aire.
Y también alargué la mano para intentar palpar la simiente de arrojo que
sobrevuela estas calles.
Conocerte fue un vahído y una contraposición de luces del ocaso: un
momento fulgurante, científicamente absurdo.
Y el cielo escupe y llora y ríe y tose y lanza sobre mi cuerpo una red de
nubes repleta de pensamientos voraces.
Angustia. Desasosiego. Agitación.
Entonces aterriza el miedo, criatura magnificente, con alas de murciélago,
lengua de serpiente bífida y poderosas pezuñas de felino antártico.
Clava sus dientes sobre mi carne desnuda, pero no despedaza; cuando
palpa el hueso, se detiene.
A veces el mejor ataque es permanecer inmóvil, dejándose consumir. En
ocasiones la salida más evidente es esperar al desangre, al colapso de las
emociones.
Como un morir y renacer que se convierte en experimento de la
desesperación.
Comenzar a quererte fue una prueba de necesidad y de fuego, un
complicado puzle de espejos. Una respuesta a una plegaria pagana y
contradictoria.
Empiezo todas mis cartas con un intento de declaración, con un esbozo de
manifiesto vanguardista de los sentimientos. Y termino bailando bajo
fresnos y su hipnótica lluvia de hojas caducifolias.
¿Cómo detener al sol en su lucha contra la piel?
¿Cómo vencer a las bocas, los cuerpos, los sexos?
¿Cómo no claudicar ante el miedo
con su aliento de fuego?

«Miedo» Carlos Asensio.

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Es la mirada del vértigo
el hundimiento en círculos
que se concentran
alrededor del ombligo.

Las manos
una mano
se acercan
se acerca.
Territorios sin historia.

No hay más que un cruce
en la carretera kilométrica del valle.

Ya no anuncian nada               las viejas luces de neón.

Todo es
recién encontrado
o construido
o imaginado.

Dos cuerpos recorren
oscuros manantiales
después del deshielo.

Se han tragado sus lenguas
a propósito.

Están mudos.

«La extrañeza del otro» Eva García Sevilla.

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los párpados salados
el olor a frutas en las axilas
las barrigas tensas
la dureza de unos muslos
contraídos
por el miedo
a que se nos caiga
el sexo
y se pudra verde

 

«Verano» Laura Rodríguez Díaz.

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De él tengo noticias por los medios.
Sabe escribir de espejos, laberintos,
Bibliotecas, felinos, guapos y héroes
Militares. Reescribe El Quijote.
Acaba el Martín Fierro. Habla de Dante,
De su amor, de su amigo, de sus miedos.
Lleva una vida de escritor, tranquila.
Le llega el éxito y recorre el mundo.
Sueña el Borges autor con otro hombre,
Borges como él de nombre, para un cuento.
El personaje no consigue de una
Tal Beatriz olvidarse. Se presenta
Cada año en una casa vieja. Artífice
Del verso, el anfitrión dirige a Borges
Al sótano donde hay un punto mágico
Que es la cifra de todo el universo.
Son piezas de este sueño turbador
La enfática retórica, la ausente
Amada, la recóndita experiencia.
Este sueño insinúa el laberinto
Del soñador. Al fin, busca el soñado
Enfrentar sus problemas. Ojalá haga
Lo propio el escritor, y se libere
No sólo en la ficción sino después
De verterla de en frente del espejo.
Borges y su reflejo se me mezclan…
No sé cuál de los dos desciende al sótano.
No sé cuál de los dos está más solo.

 

«El Aleph» Marcelo Sánchez.

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La espada que usaron en la película era del tipo Toledo-Salamanca.
La primera película era buena,
al menos eso creí cuando la vi.
Yo era un niño y los poetas aparecían como seres aburridos
en la escuela nos hacían leer y nosotros lo odiábamos
soñábamos con cortarle la cabeza al profesor con la Toledo-Salamanca
cuando salía del salón a orinar
Christopher Lambert, Sean Connery y Clancy Brown
nos hicieron entender lo triste que es permanecer
hay poemas que no envejecen y eso lo detestamos
porque no hay nada más triste que un adulto con cara de niño
o una puta vieja y destartalada transando el precio mientras se quita el pañal
mi abuela murió joven
me gusta ver la escena de Titanic de James Cameron
en la que Di Caprio se hunde en las frías aguas del atlántico
él nunca intentó flotar y su cuerpo se veía hermoso
mientras se perdía lentamente en esa profunda oscuridad
Rose,
aferrada con las uñas a esa tabla roñosa, vivió
por muchos años
y se casó
y envejeció
y eso fue todo.

«Receta para acabar con los poemas highlander de nuestra generación» Mauro Gatica Salamanca.

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