[Premier Deuil; Bouguereau, 1888]

donde los cuerpos caen
uno de otro
y la mancha pálida
su despertar rebusca;
es ese llanto por la tierra
que te olvida
–sedente,
una mano turbia
ya
fiambre.
“Abel,
comiénzate.”
mas no hay transposición
ni hay órgano.
“también los hijos mueren”
dice Aquel
que revuelve el cereal
en búsqueda de agua

«Todos los hijos» Aitana Monzón.

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también es este Rothko brecha en su misterio;
¿los besos de Cernuda medraron tu sofá, Desperatio de cabra y pajarillos?

encina del querer: beberse en la tibieza este susurro [líð],
igual que en las misivas gritabas amor fosilizado (cuerpos de aquellos siglos)
vibrando hacia mi peso con tu peso.
con esta rama de olmo hacia qué herida, por qué mi edad
no fue ya suficiente, o así llegarse tarde hasta el amor
y sus derribos –preguntas cavándote las palmas.
te dije: morir es un correr del niño entre gramíneas,
canto escupido del gorrión: vertical contra su nuca


[ silencio ]


parálisis_detodo _

( )

in–aequi–librio


tu voz detrás
del cielo y su promesa; vientre frío llevado [ahónde] por la nada [ahónde].
es por ser noche: dices; qué poco enmudecemos a la noche
dichosa lumbre que silva en tu sofá porque es noviembre
y cómo arañan pálidos de sangre los higos soleados cayendo hacia mi centro:
(calor como bancal que no te di)
En el monte gramíneo veréis al ruiseñor /

«Thérèse revant – II» Aitana Monzón.

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Al oír tu nombre,
siento lo que el marfil de los elefantes
cuando se duermen bostezando.
Rodeados de un cuero terso, son
como mi palabra
seca sin la tuya,
o boca vacía
de tenues algas.
Si no me hubiera equivocado,
habría seguido
tus líneas con mi mano,
te hubiera seguido acechando
tu rostro, como de harina,
henchido por mi salitre.
La soledad,
solamente la soledad
me devuelve tu marea,
con la resaca ígnea
de tus ojos verdes.
Y te veo aquí sentado,
moteado de saliva,
bordado por mil agujas
que no son las mías
y en cambio se parecen
a las mismas
de mi dolor y de mi deseo.
Si es que son cosas distintas.

«Al oír tu nombre» Enol Vigil.

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Era el año del tigre en el calendario
chino
ibas a la colina a cazar para nuestra futura
familia
olías a agua con cloro y a sofrito casero
y me decías en qué calle vives cuál es
tu casa
quién de todos es tu abuelo
esos son tus gatos o del vecino
le rezabas a un dios
para mí
animal desconocido mi mitología era otra
tu imagen
-arrodillado-
era una estampa que me hacía reír
me prometí no regresar
para besar
el pringue
la súplica tu desconsuelo en las noches más frescas de verano
cuando el jet lag me mantiene despierta
comprendo
la promesa incumplida también yo siento el abandono
tu lamento
de niño burbuja
niño aceite empapado en lodo:
te dejé sin herederos.

«1998» Celia Martínez Sáez.

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a ver cómo te explico
yo esto querido
fuimos felices muchos
años pero ahora
apenas somos
un soplo de viento
que amenaza la grieta
de una ventana
no nos culpes
apenas intuíamos
el desfase
no imaginábamos
qué queda
entre dos cuerpos
que se aburren
no voy a olvidarte
me llevo tu huella
aunque ya no necesite
el resto del conjunto
no voy a olvidarte
aunque ya no te recuerde
y los limones ya no evoquen
mañanas de guijarros
en los que resbalar
y sostenernos

«citronela en el freno» Iria Fariñas.

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Nace la caricia engendra el beso
brota el surco mana el agua
amanece su deseo se propaga
sin cesar hasta agotarse
el río se retira: no sus dedos
el beso se retira: permanece
la piel húmeda en su dorso
es deseo consumado
caricia del labio
y la tierra con su boca embrionaria
el fin del deseo es el deseo
un beso nace de una brisa un precipicio
la ventada que acaricia los sensores
bate cuerpos ateridos en la noche
muerte lenta de un olvido congelado
en las manos el calor de las certezas
se disipan de tan secos los seísmos
unos ojos como ramas al desnudo
sus dos labios son raíces destrenzadas
buscan aguas en la sed de los convulsos
un torrente de silencios abismales
no regresa
qué beso estéril nació de qué viento inerte de qué cumbre

«Contracción» Cristina Girona.

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I
Me miras, con los ojos del niño
que ha perdido la infancia prendiendo arrayanes
que domina el fuego pero no sabe nada
del mundo de los hombres.
Tienes una duna inmensa en el dedo
hemos envejecido cincuenta años de una ola
y este sol ya no nos perdona la desnudez
nos despelleja el sexo, ahuma las extremidades.
Me pides que te cuente un cuento yo estoy
leyendo a Anne Carson / ocupada
buscando la estructura en la que encajen
el tiempo y las gotitas que se te caen por la nuca.
Mañana serán otras, pienso
el sudor será distinto las gotas sabrán a hierro
ya no será el misterio del escarabajo y el desierto
sino de la semilla, la hoz y el habitáculo.
Los martes son el domingo de las espaldas encorvadas.
¿Coincidiremos pronto? ¿pondremos las manos
en la misma arena? ¿podré ver la sombrilla la luna
la nevera mis pechos en tus gafas de sol?
¿alguna vez volverá a
temblar el labio
cuando estrechen tus dedos mi cintura?

II
La primera vez que vinimos a la playa
pisaste un erizo oculto en la roca
no querías llorar, pero te redondeaban el rostro
carreteras de lágrimas silenciosas
mientras te iba sacando una a una las púas
mientras te iba abriendo huecos en la carne
mientras tus ojos ya no eran tus ojos
eran los ojos de un antílope herido
y mi garganta guardaba toda el agua del mundo.

III
Viajamos a Francia veo mi pelo muy corto
por el retrovisor a través de la ventana.
Hay familias que piden un crédito para ir de vacaciones
pero nosotros no tenemos hijos
entonces, tiene más sentido vendimiar en Córcega
que cualquier parque acuático.
Pienso en el escarabajo que hurgaba la tierra
debajo del esqueleto de una sepia
buscando refugio del sol inclemente
y el instinto me lleva
a abrazar mi vientre ovalado y vacío
por si creciera una vid.

«Tríptico para unas vacaciones tropicales» Ana Cano Pina.

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A veces, el dolor del sueño muerde
cuando el aire me sabe a tu apellido,
la brisa se desnuda
y el instinto me empuja hacia tu puerta
bebiendo de la fuente de tus labios.
No cesa el manantial, su caudal poderoso
se desliza en mis dedos.
Sabe que al detenerse
borrará mis recuerdos
de las viejas costumbres, de los sueños de antaño.
Tengo las manos húmedas.
Acaricio las flores
y sin querer refresco
mucho más mi memoria que sus pétalos.
Era otra vez agosto
y el resto de los meses una ausencia
ancha como el verano.

«A ciegas» Antonio José Muñoz Béjar.

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I
imagina un bosque una fiesta
fuera tan lejos del cuerpo
luces de neón en la superficie
de los lagos
imagina la noche un ritual
más allá de la materia
bebemos el fuego de las ramas
abrazamos el rastro cristalino
de lo que fuimos
y después solo después
bailamos
inventamos un mundo
de cornalina ruido blanco
para no volver a escuchar las voces
volver a la vida
imaginar un bosque una fiesta
luces de neón en la superficie
de los lagos

II
mi sueño es un ciervo
te digo
árboles fosforescentes
o el esqueleto de un paisaje
mi sueño es una gota de
sangre nitroglicerina
bajo la lengua
tus pupilas dilatadas
esta música que estalla que
tiembla como el pulso de
los cometas
mi sueño es un ciervo
te digo
quiero tocarte devorarte
inventar un mundo de
madreperla
alucinar la luz de tus ojos
dentro de mis ojos

III
y si la noche existe
si los lagos existen
si tus manos son estas manos que
escriben que auguran la caída de
los planetas dime
si la noche existe
fuera tan lejos del cuerpo
cómo diré que mi sombra
es tu misma sombra
que una vez fuimos
un trazo una visión
encarnizada
unos ojos cerrados
soñando con una fiesta
las voces el ruido blanco
luces de neón sobre la corteza
de nuestros cuerpos

«imagina un bosque una fiesta» Iosune de Goñi García.

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Se detuvo la palabra.
Otro amanecer desaparece.
Resuenan los pasos en la tierra
de un anónimo cansancio.

Quedarse aquí
es sellar con lentitud
el abandono.

«Se detuvo la palabra» David Conde Vitalla.

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